Hay películas que, por lo que su director decide mostrarnos en su metraje, parecen destinadas a la polémica entre la crítica profesional y los cinéfilos. No necesariamente a no producir cierta unanimidad en alguno de estos dos ámbitos, pero sí largas discusiones y ríos de tinta, cada vez más virtual y menos impresa. Tal cosa ocurrió, por ejemplo, con El Hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019), mucho más accesible en la plataforma de streaming de Netflix que, ahora y por el momento, una propuesta como Titane (Julia Ducournau, 2021), que ha sido galardonada nada menos que con la Palma de Oro en el Festival de Cannes.
Por si alguien pudiera dudarlo, semejante premio, el más prestigioso del mundo como célebres son los Oscar en el séptimo arte, no ha conseguido sino exacerbar la discusión sobre el filme. Y basta verlo, quizá con el puro pasmo pintado en el rostro, para comprender que lo haya.
Echando balones fuera con Julia Ducournau
La verdad es que, según los datos actuales de Rotten Tomatoes, la friolera de un ochenta y seis por ciento de los críticos apoya el trabajo de Julia Ducournau en este excéntrico thriller con ingredientes de fantasía, terror inclusive por situaciones propias del género. De manera que decir que no se merece en absoluto el premio gordo del festival francés constituye atreverse con una opinión minoritaria; la cual vamos a exponer aquí.
Pero no arguyendo que Titane es el largometraje triunfador en el certamen de la Provenza porque lo ha dirigido una mujer, una falacia del hombre de paja con la que algunos perdonavidas se inventan motivaciones espurias por no aceptar que a otros compañeros y artistas les ha podido seducir una obra que detestan. La labor de un crítico de cine es explicar cómo se ha elaborado una película y, por ello, si hay que aplaudir de pie durante los créditos finales, pasar el rato o ahorrársela; no creerse un psicólogo de pacotilla o un aprendiz de adivino engañabobos y soltar el primer prejuicio absurdo que se le viene a la cabeza.
Los verdaderos problemas de ‘Titane’
La parisina Julia Ducournau logró llamar la atención de los analistas y del público con su primer filme, Crudo (2016), premiado también en Cannes y en el Festival de Sitges; y ahí estaban ya los que se han revelado como sus intereses narrativos y el estilo duro y cuidadoso de su composición. Ambas historias audiovisuales nos cuentan, entre otras cosas, la caída de dos mujeres jóvenes en un abismo de violencia horrible; y se ven lastradas por una gran arbitrariedad en el comportamiento de sus protagonistas, que acaba pesando demasiado como para que uno pueda ignorarla.
Porque no es suficiente describir a los personajes mediante su conducta, sino que la misma debe estar debidamente justificada. En el caso de Titane, la de Vincent resulta por completo razonable, y la valiosa interpretación de ídem Lindon (Welcome) es conmovedora. Sobre todo, por lo que forja con la Alexia de la casi primeriza pero muy competente Agathe Rousselle (Loving), cuyos tumbos sangrientos se producen porque se le cruzan los cables y punto.
Asimismo, tal vez la opacidad de su relato fantástico no nos chirriaría si no se añadiese a la otra falta de explicaciones satisfactorias. Y a la temible sospecha de que el planteamiento lineal de Julia Ducournau priva al largo de mejores posibilidades, de giros sorprendentes y abono de la curiosidad.
Así que en Titane tenemos bondades como algún agradecido plano secuencia, escenas musicalizadas y en una cámara lenta sugerente y un drama emotivo. Pero todo ello se ensombrece con las arbitrariedades indefendibles del guion. Y, por pensar que se codea con otras tremendas ganadoras de la Palma de Oro en Cannes, como Barton Fink (Joel y Ethan Coen, 1991), El pianista (Roman Polanski, 2002) o Elephant (Gus van Sant, 2003), nos da la risa tonta.