Las muelas del juicio son todo un misterio por muchos motivos. El resto de nuestros parientes los primates tienen su dentadura completa mucho más jóvenes que nosotros, que a menudo vemos cómo esas últimas muelas emergen ya bien pasada la adolescencia. Si es que lo hacen.
De hecho, se les ha llegado a considerar órganos vestigiales. Es decir, órganos remanentes de nuestro proceso evolutivo, que en algún momento tuvieron una utilidad, pero que a día de hoy ya se consideran prácticamente innecesarios. Por eso, las personas a las que no les salen las muelas del juicio pueden vivir perfectamente sin ellas. E incluso quienes sí las tienen a menudo deben ir al dentista para que se las saque, pues nacen apiñadas, causando dolor o empujando al resto de la dentadura. Esto último puede ser un problema. Especialmente para quienes han llevado ortodoncia, pues esas cuatro piezas dentales pueden desbaratar en poco tiempo el trabajo de años y años con aparato dental.
Todo esto supone muchas incógnitas sin respuesta, por lo que un equipo de científicos de la Universidad de Arizona ha llevado a cabo un estudio, publicado en Science Advances, en el que intentan resolver algunas de ellas.
Comparando muelas del juicio
Aunque el término de las muelas del juicio solo se usa para hacer referencia a las humanas, podrían compararse con los últimos molares de otros primates.
Si nos fijamos en el resto, veremos, por ejemplo, que en los chimpancés los diferentes grupos de molares emergen de las encías a los 3, 6 y 12 años. Es uno de los más tardíos, pues el babuino amarillo completa su dentadura a los 7 años y el macaco rhesus a los seis. Sin embargo, los humanos desarrollamos los primeros a los 6 años, los segundos a los 12 y los últimos a los 18. O incluso más tarde.
Para ver si la explicación a esta aparición tardía de las muelas del juicio se encuentra en algún tema óseo, estos científicos tomaron cráneos de varios de estos animales y los convirtieron en modelos computacionales en 3D.
Así, pudieron ver que la mayor diferencia entre nosotros y el resto de ellos es el tamaño de la mandíbula. Nosotros tenemos caras más cortas y, por lo tanto, mandíbulas menos espaciosas. No tiene mucho sentido que se desarrollen esos últimos dientes en tan poco espacio. Pero el caso es que lo hacen. Tarde, sí, pero lo hacen. Así que ese no puede ser el motivo. Y, sí, había algo más, que resultó estar relacionado con la biomecánica.
Muelas para morder mejor
El primer factor destacable en este sentido que nos diferencia de otros primates es que nuestras mandíbulas crecen más despacio. En general, nosotros maduramos más despacio.
Esto hace que tardemos en tener un espacio mecánicamente seguro para que puedan salir nuevos dientes. Eso lo observaron en los modelos en 3D que realizaron con los cráneos. ¿Pero qué quiere decir eso exactamente?
Veamos cómo es nuestra dentadura y la del resto de primates. En todos nosotros, los molares posteriores, a las que los humanos llamamos muelas del juicio, aparecen justo en frente de dos articulaciones temporomandibulares, que juntas forman una especie de bisagra entre la mandíbula y el cráneo.
Esta bisagra se mueve gracias a una serie de músculos, ubicados justo donde convergen las dos partes, cerca de las muelas del juicio. Así, pueden moverse en sincronía y transferir fuerza a los puntos en los que se encuentran los dientes. Todo esto es como un perfecto mecanismo de relojería, en el que un engranaje fuera de su lugar puede dar al traste con todo. En este caso, los engranajes serían los dientes.
Por lo tanto, si las muelas del juicio en humanos emergieran demasiado pronto, cuando la mandíbula aún no ha terminado de crecer (recordemos que el crecimiento es lento), podrían interferir con los músculos, afectando a la masticación. A eso se refieren al hablar de un espacio mecánicamente seguro.
En definitiva, si finalmente salen, lo harán cuando haya pasado un tiempo prudencial en el que nuestra mandíbula, más corta que las demás, pueda albergar nuevos dientes sin interferir en los músculos que nos permiten masticar los alimentos. Y esto ocurre coincidiendo, supuestamente, con una edad en la que somos personas juiciosas. Es mucho suponer, sí, pero bueno, al menos ya sabemos el motivo.