Esta semana se están celebrando en Almería las IX Jornadas Astronómicas de la ciudad, con la presencia como primera ponente de Jocelyn Bell, una de las mujeres científicas más importantes de la historia. Y aprovechando esta visita a España, en Hipertextual hemos tenido el honor de entrevistarla y charlar con ella sobre uno de los temas en cuya concienciación ha puesto más empeño a lo largo de toda su carrera: la igualdad de género en el ámbito de la ciencia.
Con la sonrisa y la amabilidad que la caracterizan, caminamos sobre todo este tema, deteniéndonos en paradas tan importantes como la baja proporción de mujeres en carreras técnicas, su visión del futuro de las mujeres en la ciencia e incluso el impulso que la hizo querer ser astrofísica. Sin dejar de lado, por supuesto, los injustos resultados que hemos visto este año en los Premios Nobel científicos. Pero empecemos por lo más importante, por si todavía hay algún despistado. ¿Quién es Jocelyn Bell?
Jocelyn Bell, la descubridora de los púlsares
Jocelyn Bell nació en Belfast, Irlanda del Norte, en 1943. Siendo una niña comenzó su interés por la astronomía, por lo que tuvo claro que quería estudiar física. Lo hizo en la Universidad de Glasgow, en Escocia, obteniendo la licenciatura en 1965. Inmediatamente comenzó su doctorado, en la Universidad de Cambridge, el lugar en el que poco después haría historia.
Su trabajo de tesis, inicialmente, fue dirigido al estudio de los cuásares, cuyo descubrimiento había tenido lugar recientemente. Estos son fuentes astronómicas de energía electromagnética, cuya frecuencia se encuentra en las radiofrecuencias y la luz visible. En aquella época también comenzaba a emerger la radioastronomía, un campo que aportaba a la astronomía un sinfín de posibilidades inalcanzables simplemente con la astronomía óptica. Por eso, lo primero que hizo durante su tesis fue construir el radiotelescopio con el que luego realizaría sus observaciones.
Llegados a este punto, comenzaba el momento de estudiar las señales detectadas por este instrumento, en busca de esos nuevos cuásares. Pero, un día, vio una señal que no se correspondía con ellos, ni con nada conocido hasta el momento. Su supervisor no le dio importancia, pues pensó que podría tratarse de alguna interferencia, pero ella insistió hasta volver a detectarla y demostrar que, efectivamente, había descubierto algo nuevo. Se trataba de alguna fuente que estaba emitiendo ráfagas de energía muy cortas, a intervalos muy concretos. Finalmente, fue su propio supervisor el que bautizó a ese nuevo fenómeno, como “estrellas pulsátiles” o “púlsares”.
Fue un hallazgo revolucionario en la historia de la astronomía. Mostraba lo mucho que podía enseñarnos esa radioastronomía, aún en pañales. Y, además, daba una nueva e inmensa fuente de información sobre el Universo.
Como es lógico, el hallazgo fue merecedor del Premio Nobel de física; pero, en contra de todo pronóstico, no lo recibió Jocelyn. En realidad, fue a parar a Anthony Hewish, aquel supervisor que en un principio dudó de lo que ella, y solo ella, había descubierto.
Desde entonces, ha seguido investigando, especialmente en el área de la astronomía de rayos X y de rayos gamma. Además, en 2002 se convirtió en la segunda mujer de la historia en presidir la Real Sociedad de Astronomía, un puesto que compaginó con sus clases en centros de gran prestigio. A día de hoy, es profesora en la Universidad de Oxford, en Inglaterra. Y también una gran activista en la lucha por la igualdad de oportunidades para las mujeres científicas.
Merecedora de mucho más que un Premio Nobel
En 2018, Jocelyn Bell recibió el Breakthrough Prize por su bagaje en el ámbito de la física. Este premio puede parecer menos famoso que el Nobel. Quizás menos sonado; pero lo cierto es que, económicamente, es 3 veces mayor, pues asciende a unos 3 millones de euros.
Aun así, Jocelyn decidió donarlo enteramente para financiar la carrera de física a jóvenes con pocos recursos. Esa es la calidad humana de una mujer que, al ser preguntada sobre los resultados de este año en el Premio Nobel, no centra en estos galardones toda la problemática de la ausencia de igualdad de género en ciencia. “Los Premios Nobel no son justos con las mujeres científicas, pero no son los únicos, hay otros muchos premios de ciencia en la misma situación”.
Además, no considera que sean un reflejo de la sociedad. Al menos no de toda la sociedad. “Son premios suecos”, recuerda. “Quizás podrían ser un reflejo de la sociedad de Suecia, pero no de la de otros países, como España, ¿no? Eso no lo sé”.
Pasividad en la juguetería
En un pasado no tan lejano, cuando Jocelyn Bell comenzaba su andadura científica, era raro ver mujeres estudiando carreras científicas. Pero sobre todo era poco habitual en las ramas más técnicas, desde ingeniería hasta matemáticas, pasando por su querida física. Lo triste es que ahora, más de cincuenta años después, la proporción de mujeres científicas en estos ámbitos sigue siendo terriblemente baja. No tanto, por supuesto, pero sí muy baja. ¿A qué puede deberse?
También le hemos preguntado y lo tiene muy claro: el problema es de base y comienza en las habilidades que potenciamos en los niños pequeños.
“Puedo hablar de Inglaterra, que es lo que conozco. Allí, en las jugueterías hay secciones rosas y azules. En las rosas, para las niñas, todo son princesas y actitudes pasivas. En las azules, en cambio, hay juegos de construcción e incluso armas. Se potencian las actitudes activas”.
Jocelyn Bell, astrofísica descubridora de los púlsares
Y eso, al final, provoca que las mujeres arrastremos esos estereotipos que tan hondo nos calaron de pequeñas. Que pensemos que debemos ser pasivas y dejar la construcción y las tareas técnicas para los hombres, mientras que nosotras nos dedicamos a gustar y a cuidar, como nos enseñó la zona rosa de las jugueterías.
Pero aún estamos a tiempo de solucionarlo. Y para eso, para empezar, es importante que las niñas tengan referentes. “Cuantas más mujeres vean, más se interesarán en estudiar lo mismo que ellas”.
Por eso son tan importantes actividades como las que se celebran el 11 de febrero, con motivo del Día de la Mujer y la Niña en la ciencia. Porque permiten que las niñas vean que pueden ser cualquier cosa que deseen. Y que el rosa no es más que un color.
Los sueños de una pequeña Jocelyn Bell
Jocelyn Bell creció en una familia que no diferenciaba entre rosas y azules. Una familia que se opuso a que en los primeros años de colegio su hija tuviera que ir a aprender a coser y cocinar, mientras los chicos visitaban el laboratorio de ciencias. Y, por lo tanto, una familia que dejó que su mente volara hacia donde quisiera volar.
Por eso, a los 13 años tuvo claro qué quería ser de mayor. “En clase de física estábamos estudiando las fuerzas centrífuga y centrípeta y, al llegar a casa, abrí un libro sobre astronomía que tenía mi padre y me sorprendió ver que esas fuerzas estaban relacionadas con las galaxias. Me pareció fascinante y dije: Yo quiero ser astrónoma”.
Jocelyn Bell y el síndrome del impostor
Incluso en esas ramas de la ciencia más relacionadas con la naturaleza y los cuidados, sigue siendo difícil ver mujeres en los puestos de mayor responsabilidad. Sí en los más básicos, pero no en los altos cargos.
Esto puede ser por muchos motivos. De hecho, aquí en España tuvimos en 2018 la campaña O científica o madre, en la que varias científicas visibilizaron cómo se penaliza la decisión de ser madre a muchas investigadoras. Los cuidados siguen siendo una parte importante de las tareas que se destinan injustamente a las mujeres y eso influye mucho. Pero no es el único motivo.
Para Jocelyn Bell también es algo cultural, que puede verse si comparamos países de todo el mundo. “En Sudamérica, por ejemplo, hay más oportunidades para las mujeres científicas que en otros países situados más al norte, como Italia, España, Estados Unidos, Inglaterra o Dinamarca”.
Pero también tiene que ver con el síndrome del impostor. Un síndrome que ha estado muy presente en la vida de la astrofísica y que hace referencia a ese impulso interior que a veces nos impide valorar nuestros propios logros por creer que no los merecemos. Esto muchas veces lleva a quien lo siente a desistir en el empeño de ascender, a pesar de estar totalmente capacitado. Jocelyn Bell ha hablado numerosas veces de cómo sintió el poder del síndrome del impostor sobre ella al empezar su doctorado en Cambridge. Sin embargo, decidió quedarse y trabajar muy duro; pues así, si la echaban, al menos ella estaría satisfecha con haberse empleado a fondo.
Y esto es algo que, al menos en ciencia, podría ser más común entre mujeres. “Es posible, sí. Los hombres tienen actitudes más valientes, mientras que las mujeres a veces están más cohibidas”.
Es un problema, sin duda, pero lo cierto es que a ella ese trabajo duro y minucioso le sirvió para detectar aquella señal que para su supervisor no habría sido más que una interferencia.
Pero quizás algún día no sea necesario que una mujer se exprima a sí misma para demostrar lo que vale. Quizás algún día no habrá azules o rosas, sino mentes inquietas, con diferentes intereses, pero no más o menos válidas. Quizás algún día ya no tengamos que mostrar mujeres científicas a las niñas para que sepan que ellas también pueden serlo, independientemente de lo que los estereotipos y prejuicios les hayan hecho creer. Le hemos preguntado a Jocelyn Bell si confía en que llegue ese día. Su respuesta, con una sonrisa en la cara, ha sido esta: “Llegará. En diez años o en cien, pero yo confío en que llegará”. Ojalá no tengamos que esperar un siglo. Lo que está claro es que, pase el tiempo que pase, si ese día llega habrá sido gracias a mujeres como ella.