En varias de las escenas de la película de Antlers: Criatura oscura, de Scott Cooper, el monstruo no es la criatura mitológica que podría suponerse. El director hace un considerable y loable esfuerzo en crear algo más que una película de terror al uso. Y lo logra en varios de sus momentos más inspirados. A pesar que la producción atravesó varios retrasos, reshoots y un prematuro cambio de director, tiene una esencia sólida. Lo suficientemente densa como para contar una historia compleja en varios planos narrativos que se entrecruzan entre sí con cuidado.
No obstante, la película es mucho más ambiciosa que la habilidad de su director para profundizar en sus ideas más interesantes. Mientras el primer tramo de la película se sostiene sobre la tensión, el segundo y el tercero decaen en la mirada al misterio. Quizás, el mayor problema de Antlers: Criatura oscura es el hecho que debe enfrentar dos historias que se sostienen entre sí. O al menos deberían hacerlo.
Por un lado, la historia de una criatura mítica que se esconde entre las sombras de un pueblo en escombros. Por el otro, los dolores morales y espirituales de sus habitantes. Pero ya sea por falta de solidez o quizás porque Scott Cooper no puede relatar una visión sobre el miedo en dos versiones simultáneas, Antlers: Criatura oscura pierde poder. En especial, cuando debe revelar sus secretos y mostrar con cuidado el trayecto hacia el centro de todos los horrores.
El guion, escrito a cuatro manos por Cooper, Nick Antosca y Henry Chaisson, tiene dificultades para construir una propuesta sobre el terror que abarque ámbitos distintos. Además, toma la poco hábil decisión de atravesar el efectismo y el gore hacia lo emocional, sin decidir encontrar un terreno intermedio.
Antlers: Criatura oscura va de un lado a otro e intenta narrar el poder de algo primigenio, temible e imparable. También los pecados que se esconden en las omisiones y la crueldad tácita de la vida corriente. Ambas cosas funcionan en un plano básico, pero cuando Scott intenta ir más allá, se topa con una ruptura de ritmo y tono. Para cuando la película encuentra su punto más complejo, duro y doloroso, la historia perdió solidez y belleza.
'Antlers: Criatura oscura', los dolores escondidos en la tierra
Antlers: Criatura oscura, basada en el cuento The Quiet Boy, de Nick Antosca, tiene la misma tensión y belleza lóbrega de su par literario. Pero carece del sentido de lo siniestro que hizo del relato literario un icono del terror folclórico estadounidense. Scott Cooper se esfuerza como puede por construir y debatir sobre los mismos puntos álgidos de su par en papel, pero pierde el pulso en los momentos más importantes.
Extrañamente explícita, Antlers: Criatura oscura tiene algo de doloroso y de primitivo. El director crea una sensación de mirada perturbadora sobre lo sobrenatural que se basa en lo directo. Cuerpos sangrantes, muertes violentas frente a la cámara, sangre derramada que el ojo del guion sigue con atención. El film de Cooper crea su propio universo de horrores, al tiempo que intenta integrarlo a lo que se sugiere más allá.
Lo perverso, lo violento y lo misterioso se mezclan entre planos de cámara meticulosos y una certera iluminación. Pero hay algo insuficiente en la indecisión de Scott Cooper en hacia cual espacio del miedo analizar con más cuidado que rompe el tono del film. El director parece no saber si prestar más atención a los horrores fuera de cámara o, por el contrario, mirar con atención a los obvios.
Quizás, uno de los puntos de mayor interés de Antlers: Criatura oscura es su esfuerzo por mantener una atmósfera poderosa. El Oregón que la cámara de Cooper muestra, es todos colores jugosos, deprimidos y una sensación de desastre inminente. Por supuesto, también hay un especial interés en contemplar con cuidado a sus protagonistas. El pequeño Jeremy T. Thomas de Lucas Weaver crea una tierna percepción de una angustia terrenal y perniciosa. Un secreto que se muestra a través de los pequeños dolores de los cotidiano. Lucas afronta lo que parece una situación doméstica monstruosa, acoso escolar y un miedo que es capaz de nombrar.
De hecho, buena parte de la acción de Antlers: Criatura oscura se sostiene sobre la tensión del rostro de Lucas, del misterio que lleva a cuestas y el terror que lo aplasta con lentitud. En un pueblo lleno de secretos y dolores privados, el sufrimiento del pequeño pasa desapercibido a no ser para Julia Meadows (Keri Russell), su maestra.
Es lamentable que Scott Cooper no se atreva a crear una situación más impredecible o, al menos, una más tenebrosa que la sensibilidad del personaje de Russell. La figura de la maestra bienhechora y desinteresada, víctima de un pasado traumático, se convierte en medular para entender el film. Un error que supone que el argumento entero se aleje de sus interesantes percepciones sobre lo terrorífico y el horror folclórico.
Para el final del segundo tramo, Antlers: Criatura oscura tiene poco que ofrecer. Más allá del necesario desenlace y el recorrido evidente hacia un enfrentamiento inevitable. En el camino se quedó la belleza del miedo y algo más oscuro que el film no logró explotar en toda su potencia.
El miedo sin nombre, los terrores desconocidos
Entre el drama generacional, los castigos primigenios que se infringen en la oscuridad y el terror sobrenatural, Antlers: Criatura oscura es una mezcla poco común de elementos. Pero no logra, a pesar de sus intentos, plantear la sugerente visión de un horror nacido directamente del tiempo y del miedo. En lugar de eso, hay mucho de los pequeños trozos de algo más elaborado y elocuente que no logra verse en pantalla.
Antlers: Criatura oscura lleva a cuestas el estigma de ser algo más que una película de terror con buenos momentos. En manos más hábiles y quizás con un guion audaz, podría haber sido una película de terror de profunda dureza. Pero al final, la película regala un final melancólico, un anuncio de dolor que queda en ninguna parte.