La serie de Netflix Sex Education siempre ha tenido una premisa clara: escandalizar. O al menos, abordar con una honestidad provocadora temas que por lo general no suelen mezclarse entre sí en un argumento televisivo. Lo erótico, la lujuria, el despertar sexual y la franqueza en el ámbito de lo carnal. 

Sex Education es un recorrido sincero por la vida sexual contemporánea que cautiva por su capacidad para hacerse las preguntas correctas. En una época en la que nada escandaliza y todo parece ser del dominio público, ¿qué es íntimo?¿Lo es el sexo? ¿Lo es la necesidad de gratificación emocional?

La serie de Netflix no responde las preguntas  –no desea hacerlo –, sino que plantea una cuestión simple: ¿cómo es la vida de un cualquier joven de nuestra época? El resultado es un divertido y brillante recorrido a través de docenas de situaciones distintas que llevan al mismo punto. 

El mundo que se descubre, se disfruta y asombra a través de la juventud como un suceso único. La adolescencia como la gran época de todos los descubrimientos. Pero más allá del cliché, se trata también del replanteamiento de la identidad a medida que el autodescubrimiento lo es todo. 

'Sex education' y el mundo de las cosas incómodas

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Si algo distingue a Sex Education es su capacidad para nombrar las cosas incómodas de una etapa que por lo general es confusa. Lo hace con humor y también con una perversa visión sobre el autodescubrimiento. Si para la segunda temporada el programa parecía haber perdido un poco su sentido del absurdo y el alboroto, para sus nuevos capítulos los recupera. 

Y lo hace a través de cierta autoconsciencia que sus personajes están creciendo con enorme rapidez y que eso es todo un reto argumental. La cuestión de los actores del elenco que rápidamente abandonan la primera juventud, pone a la serie de Netflix en un punto complicado. Pero en lugar de ocultarlo, mirar a sus mejores momentos o apelar al humor absurdo, asume su cualidad ambigua.

Por supuesto, el argumento de Sex Education siempre se ha basado en cierto caos atípico, narrado con un brillante guion. La tercera temporada de hecho comienza a su habitual manera: con una escena que deja poco a la imaginación y sostiene algo más elaborado. Un automóvil con las ventanas empañadas se sacude de un lado a otro. 

En su interior, la escena de sexo que la cámara muestra con una cercanía subjetiva e íntima tiene algo de poderoso. Pero no se trata solo del sexo, sino del significado que Sex Education le brinda a lo carnal. La música se eleva, se hace estridente y de pronto lo que es una secuencia erótica a toda regla logra convertirse en una de sus famosas escenas hilarantes. 

Todo ocurre en menos de diez minutos, pero la serie de Netflix ya planteó el ritmo y el tono de la temporada a través de esa versión del poder de lo carnal. Claro está, los nuevos episodios son una celebración a ese ritmo extraño levemente agónico. La necesidad de Otis (Asa Butterfield) de probar el sexo casual no es solo un giro de trama. 

También es una manera de profundizar en su búsqueda de comprenderse a sí mismo. Lo mismo que la forma en que Jean (Gillian Anderson) le hace frente a su embarazo. La serie desarrolla varios argumentos a la vez sobre el poder de lo sexual en estado puro. También los cuerpos como territorio propio. 

Pero a la vez, también quiere hacer reír. Con sus grandes números musicales  –la banda sonora sigue integrándose de manera brillante a la trama – Sex Education es un estallido de vitalidad. Y a pesar que todo parece girar alrededor de Otis a Maeve, la serie de Netflix es algo más que una historia lineal. 

El poder de todas las voces

Algo que se hace muy evidente en su tercera temporada en la que todo el elenco recibe una mirada y un momento para conmover. Desde Isaac (George Robinson), Ruby (Mimi Keene) hasta Lily (Tanya Reynolds), la serie mezcla la mirada de Otis con los matices de quienes le rodean. 

De hecho, para su tercera temporada es evidente que la serie depende por entero de su elenco coral. Ya había indicios con el gran final de la temporada anterior, pero en esta ocasión el efecto de gran historia a cuatro manos es impecable. Del romance de Eric (Ncuti Gatwa) con Adam (Connor Swindells) hasta la forma en que se maneja el abuso sexual. Sex Education ha crecido en ambiciones, en propuesta y en sensibilidad. 

Si la segunda temporada terminaba con una declaración de amor, la siguiente comienza con sexo. Pero entre ambas cosas  –y quizás de allí el poder para emocionar de la serie – hay todo un trayecto profundo e intuitivo. Incluso hay espacio para una renovada conciencia de la representatividad, pero creados con tanto buen tino que conmueven en todo su peso simbólico. 

Personajes en silla de ruedas, otros luchando contra los estragos de la violencia sexual, hasta el impecable personaje no binario interpretado por Dua Saleh. Sex Education tiene la capacidad para hablar de todos los puntos álgidos y hacerlo con una elegancia espléndida que deslumbra por su sensibilidad sutil. Quizás su mayor legado en medio de una época de propuestas ambiciosas, pero en realidad poco convincentes. 

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