Se ha hablado mucho de la cara pequeña pero afable de los primeros meses de pandemia de coronavirus. Las cuarentenas organizadas en todo el mundo redujeron notablemente las emisiones de gases de efecto invernadero, en algunos lugares incluso permitiendo vistas que llevaban décadas ocultas por una nube contaminantes. Los animales salvajes también se adueñaron de las ciudades, aunque lo cierto es que hubo bastantes mitos al respecto. Pero, sea como sea, está claro que el ambiente que nos rodea cambió por el stand by al que se sometieron nuestras vidas. Y por si todo eso fuera poco, ahora sabemos que también se registraron menos rayos por este motivo.
Es la conclusión de un estudio, publicado recientemente por científicos del Centro Aeroespacial Alemán y el Instituto de Astrofísica de Andalucía. En él, analizan cómo disminuyeron los rayos durante la cuarentena en la zona con más actividad eléctrica de Europa: el valle del Po, en Italia.
¿Pero cómo pueden relacionarse estos sucesos? La clave está en los aerosoles. Y no, esta vez no se trata de los que emiten los infectados de coronavirus al hablar, toser y respirar.
A menos aerosoles, menos rayos
En este caso, se hace referencia a los aerosoles contaminantes que se emiten tanto a causa de la actividad industrial como por el tráfico de medios de transporte.
Si se relacionan con los rayos es porque las partículas que los componen actúan, en cierto modo, como andamios para que las gotas de agua se agrupen y, consecuentemente, se genere actividad eléctrica.
Estas partículas son muy pequeñas, de menos de 10 micras en este estudio. Cuando estas llegan a una nube, las gotitas de agua que se encuentran en ella empiezan a aglutinarse a su alrededor. Se forma así algo conocido como hidrometeoro. Y, claro, lógicamente, cuantos más aerosoles haya, más hidrometeoros habrá. Eso sí, según ha contado a Hipertextual Francisco Javier Pérez Invernón, autor de este estudio, también serán hidrometeoros más pequeños. Esto se debe a que, si hay pocos aerosoles, muchas pequeñas gotas tendrán que compartir el mismo núcleo, generando gotas más grandes. “Sin embargo, si hay muchos aerosoles, no habrá tantas pequeñas gotas compartiendo el mismo núcleo, así que al final habrá más gotas (porque hay más núcleos), pero serán más pequeñas, porque en cada núcleo hay pocas gotas juntas”.
Estos hidrometeoros se van moviendo por la nube, interviniendo en la formación de hielo y nieve, por ejemplo. Y en ese desplazamiento se van dando colisiones entre ellos, de modo que la nube se va cargando eléctricamente.
Concretamente, el hielo se suele cargar positivamente y, como es ligero, sube a las capas más altas de la nube. La nieve y el granizo, en cambio, se cargan negativamente y, al ser más pesados, quedan en las capas más bajas. El resultado es una diferencia de carga y un campo eléctrico que, al llegar a un valor crítico, propicia que salte una chispa. A continuación, según explica Pérez Invernón en un hilo en su cuenta de Twitter, “los electrones se aceleran y se produce una onda de ionización que no deja de avanzar en forma de ramas hasta conectar las capas de las nubes, o una de ellas, al suelo”. Así aparecen los rayos.
Claramente hay una relación con los aerosoles, de modo que cabría esperar que una reducción en la concentración de aerosoles facilitara que se produzcan menos rayos. ¿Pero fue así durante la pandemia?
Lo que nos dicen los datos italianos
El valle del Po no es solo la zona con más actividad eléctrica de Europa. También recogió muchos casos de coronavirus durante las primeras etapas de la pandemia y, además, dispone de un gran número de fuentes de emisión de aerosoles. El lugar perfecto para realizar este estudio.
Se observó que, efectivamente, de marzo a junio de 2020, en plena cuarentena por coronavirus, la cantidad de rayos en esta región fue diez veces menor que en la misma época del año anterior. Pero los rayos no se generan solo a causa de la presencia de aerosoles. También intervienen otros factores como la inestabilidad meteorológica, los movimientos ascendentes de aire o algo básico: la existencia de nubes.
Para ver si en este caso la reducción en el número de rayos pudo deberse a un desarrollo anormal de alguno de estos parámetros, los autores del estudio realizaron algo conocido como parametrizaciones del rayo. Estos son modelos sencillos que ayudan a predecir la aparición de rayos, pero también para analizar la influencia que tiene la meteorología en que se generen. En este caso, vieron que había un 60% de influencia de origen meteorológico en la actividad eléctrica recogida en ese periodo en este punto del norte de Italia. Sin embargo, el 40% restante no podía explicarse de este modo. Dado que también se comprobó una clara caída en las emisiones de aerosoles, la relación parece bien clara.
No es solo cosa de Italia
Estos científicos estudiaron el fenómeno en un lugar perfecto para ello. Pero, posiblemente, no sea el único punto del mundo que se ha visto afectado de este modo. De hecho, Pérez Invernón nos cuenta que se ha estudiado algo similar en países como la India y Brasil.
En cuanto a España, explica que puede que también haya habido un impacto. Pero en principio será más difícil encontrarlo porque hay menos emisiones de aerosoles que en el valle del Po. “En España, aunque hay núcleos donde se emite mucho NO2 (una de las sustancias contaminantes que se emite en forma de aerosoles), no hay zonas tan extensas como en Italia con grandes emisiones, así que de momento no nos hemos centrado en esa región”.
Y del mismo modo que el valle del Po no es el único lugar implicado, los rayos no son el único efecto. La disminución de aerosoles a causa de las cuarentenas realizadas para frenar el coronavirus también pudo afectar a las precipitaciones, aunque de una forma más compleja. Esto se debe, como hemos visto antes, a que los aerosoles son necesarios para que las gotas de agua se agrupen. “Si no se agrupan, son tan pequeñas que se quedan suspendidas en el aire y no llueve”, relata el investigador consultado por este medio. “Pero también puede ocurrir lo contrario. Si hay una gran cantidad de aerosoles, las gotas finales van a ser muy pequeñas, y también se van a quedar suspendidas en el aire sin precipitar. Así que hay una concentración óptima de aerosoles que favorece la precipitación, además de que depende de las condiciones ambientales".
En definitiva, el coronavirus ha sido capaz de parar el mundo entero durante meses, pero no solo nos paró en la superficie terrestre. También dejó en espera al mismísimo cielo.