La contaminación lumínica es un problema creciente. Eso está claro. Pero quizás no estaba del todo claro cómo de creciente es. Para verlo no hay más que ver el informe al respecto que acaba de publicar la Oficina de Calidad del Cielo del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA).
En él, se muestran los resultados del análisis de la situación entre los años 1992 y 2017. Un total de 25 años, en los que se puede ver claramente cómo de negativamente ha afectado la entrada en escena de las luces LED.
De hecho, se concluye que en ese periodo la contaminación lumínica ha aumentado al menos un 49%. Pero es una estimación muy optimista, ya que en realidad podría ascender a nivel mundial hasta el 270%. Con un 400% en algunas zonas. Está claro que es un problema que hay que atajar.
¿Qué es la contaminación lumínica?
La contaminación lumínica es algo complejo de describir, pues depende de muchos factores. A grandes rasgos, puede decirse que se trata de la introducción de luz artificial en un medio intrínsecamente oscuro como, por ejemplo, los espacios abiertos durante la noche. Pero, con esta definición, podría concluirse que cualquier luz contamina.
Por eso, se puntualiza que se trata de luz artificial con intensidades, direcciones, horarios y rangos espectrales innecesarios. En definitiva, una luz muy intensa, muy azul o encendida en un lugar poco transitado, a una hora a la que no pasa nadie.
¿Pero qué tiene que ver el color en todo esto? Se ha comprobado que es la luz con un mayor componente azul la que más contamina. Es decir, la que más dificulta la observación del cielo. Además, es precisamente esta luz la que más afecta a los ecosistemas, incluyendo la salud de los propios seres humanos.
Problemas poco conocidos
Si preguntamos a alguien por la contaminación lumínica, posiblemente sepa que es la razón por la que un exceso de iluminación nos impide ver el cielo. Ese es un problema, tanto para los astrónomos, que no pueden realizar su trabajo correctamente, como para nosotros, que no podemos disfrutar del maravilloso espectáculo que supone el cielo nocturno.
Un buen ejemplo de ello fue algo ocurrido durante un terremoto en Los Ángeles en los años 90. Se cuenta que, tras el apagón que provocó el seísmo, los teléfonos de emergencias recibieron multitud de llamadas de ciudadanos asustados por la aparición de una enorme franja plateada en el cielo. Como si de repente el firmamento se rasgara. En realidad, no había pasado nada raro. Simplemente, al carecer de la iluminación de la ciudad, estaban viendo la Vía Láctea. Un espectáculo que siempre había estado sobre sus cabezas se dejaba ver majestuoso, para algunos por primera vez, mostrando de golpe lo triste que puede llegar a ser la contaminación lumínica.
Pero también es dañina. Por ejemplo, afecta muy peligrosamente a los insectos. Todos hemos visto alguna vez una nube de mosquitos volando arremolinados alrededor de una farola. Esto se debe a que estos animales disponen de sensores que les ayudan a localizar la luz de la Luna y las estrellas, para así poder orientarse. El problema es que pueden confundir la luz artificial con estos astros, por lo que vuelan hasta toparse directamente con ella. Esto puede llevarles a morir achicharrados, pero también a quedarse ahí, volando aturdidos hasta caer exhaustos. El problema es que mientras que los insectos se encuentran ahí concentrados no pueden ejercer funciones tan importantes como la polinización. Y tampoco están disponibles para los animales que se alimentan de ellos. Por lo tanto, no son solo los insectos los que sufren, sino también otros muchos componentes de los ecosistemas.
Además, se ha visto que la contaminación lumínica afecta directamente a otras especies, como las aves, que pueden acabar chocando con edificios al verse deslumbradas por la luz. O las tortugas marinas, que tienen cada vez más problemas para encontrar playas oscuras en las que poner los huevos. Es algo muy problemático, pues cuando nacen las pequeñas tortugas se guían por la Luna y las estrellas para llegar al mar. Sin embargo, si se colocan farolas en sentido contrario, posiblemente caminarán hacia ellas, confusas, y acabarán perdiendo el mar e introduciéndose en las ciudades, con los peligros que eso conlleva.
No podemos olvidar tampoco los problemas que supone la luz azul para los seres humanos. Se sabe que está implicada en la regulación de la liberación de melatonina, una hormona muy involucrada en el correcto desarrollo de los ritmos circadianos, pues ayuda a desencadenar el sueño. Un exceso de luz azul inhibe la liberación de melatonina, por lo que la exposición a ella durante la noche acarrea problemas para dormir. Además, se está estudiando su relación con algunos tipos de cáncer, como el de próstata o el de mama.
¿Qué se puede hacer para combatir la contaminación lumínica?
Hay soluciones para combatir la contaminación lumínica, la mayoría de ellas relacionadas con la correcta colocación de luminarias. No se trata de vivir a oscuras, pero sí de usar las que menos dañen al cielo, a los ecosistemas y a nosotros mismos.
Por ejemplo, es importante que las farolas no dirijan la luz hacia arriba, sino hacia el suelo. También se pueden regular los horarios, de modo que se apaguen en las zonas de menor tránsito. Además, esto último puede ir un punto más allá con la utilización de sensores que detecten cuando pasa una persona, un coche o incluso un animal. Así, se encenderían para iluminarle y se apagarían de nuevo, de modo que solo ejerzan su función cuando sea realmente necesaria.
Y, por supuesto, es importante seleccionar la luz más adecuada. Para ello, se pueden utilizar medidas como el índice espectral G, desarrollado por el astrónomo David Galadí, del Observatorio de Calar Alto. Se trata de un cálculo que permite determinar de forma cuantitativa las características espectrales de una fuente de luz. Dicho muy someramente, nos da un valor numérico que indica cómo de azul es una luz. Es un dato muy importante, que está ayudando mucho en la lucha contra la contaminación lumínica, pues ayuda a seleccionar las mejores luminarias.
Lamentablemente, por mucho esfuerzo que estén poniendo los expertos, también es importante que las autoridades competentes pongan de su parte para legislar acorde con lo que indica la ciencia al respecto. Por eso, numerosas agrupaciones científicas, como la Sociedad Española de Astronomía, han mostrado su desacuerdo con el proyecto de reforma del Real Decreto 1890/2008, que regula la iluminación exterior, “ya que aunque sobre el papel prevé la reducción de la contaminación lumínica, podría tener justamente el efecto contrario”. Los científicos advierten que cuenta con una “permisividad excesiva” y que fomentará la contaminación del cielo al usar valores de iluminación máximos excesivos y potenciar la iluminación de “superficies enormes”. Además, promueve el uso de una luz muy azul.
Por eso, el Instituto de Astrofísica de Andalucía ha publicado ahora su informe, pues es esta semana cuando se acaba el plazo de alegaciones a esta reforma. Y las conclusiones parecen claras. Al analizar datos satelitales tomados en 25 años, se concluye que a lo largo de ese tiempo la contaminación lumínica aumentó al menos un 49%. No obstante, los sensores satelitales son ciegos a la luz azul, por lo que subestiman las emisiones, que podrían ser mucho mayores. De hecho, al observar también las imágenes tomadas desde la Estación Espacial Internacional, se observa un claro empeoramiento, muy relacionado con el auge de las bombillas LED. Tanto, que el aumento podría ser de un 270% a nivel global, y hasta un 400% en algunas regiones.
El cielo también es nuestro patrimonio. Últimamente nos comenzamos a preocupar más del planeta que le dejaremos a nuestros hijos y nietos. Deberíamos ir también un poco más allá y pensar en cómo les dejamos el firmamento. Sería muy triste que llegue un día en que miren hacia arriba y, como ocurrió en Los Ángeles, piensen que se les ha roto el cielo.