Snake Eyes: El origen, de Robert Schwentke, es una combinación de varias cosas a la vez. Y eso hace que su cualidad como spin-off de una franquicia mayor sea más confusa. En especial, cuando la saga de la que procede ha tenido un camino irregular en el cine. Pero su más reciente adición, en la que destaca el personaje de la actriz Úrsula Corberó, no solo no logra reflotar la saga, como se esperaba, sino que muestra sus evidentes debilidades.
G. I. Joe se estrenó en el 2009 de la mano de Stephen Sommers. Basada en la línea de juguetes de Hasbro, el film relató la ya conocida historia de un comando de élite en contra de un misterioso enemigo. No obstante, se criticó su excesiva solemnidad, en contraposición con la idea general de un franquicia enfocada en la acción y la aventura. Con todo, el film fue un moderado éxito de taquilla que abrió la posibilidad de desarrollar una franquicia.
En el 2013, se estrenó G. I. Joe: La venganza, de Jon M. Chu. La producción intentó un tono más despreocupado y, además, crear la percepción de que el universo de la saga se ampliaba. Las críticas fueron lapidarias y se habló de la incapacidad del director para brindar a la película algo más que una colección de escenas clichés.
Sin embargo, la recaudación de nuevo fue lo suficiente como para asegurar un spin-off de Robert Schwentke, Snake Eyes: El origen. En un giro en apariencia original, la producción decidió enfocarse en un nuevo filón del universo original. Y hacerlo, además, desde la perspectiva de cierta concepción del centro de todo, una premisa distinta que llevara a la saga a un nuevo discurso. Pero la perspectiva de Schwentke resulta plana, sin mayor interés, y lo que es aun peor, una seguidilla de errores de argumento desconcertante.
‘Snake Eyes: El origen’, una nueva historia sin mucho que ofrecer
A las anteriores películas se les criticó por crear un mundo en exceso oscuro para una franquicia basada en muñecos de acción. Snake Eyes podría interpretarse como el intento de enmendar el camino. De hecho, la primera secuencia es una celebración del cine de acción en conjunto.
Se trata de un rápido y frenético prólogo, que tiene mucho de una interesante concepción sobre el cine de acción tradicional. Las tomas fragmentadas, la violencia con cierto aire sofisticado e, incluso, la mirada intrigante a la historia tienen la evidente intención de brindar un contexto sustancial.
Pero Robert Schwentke no logra mantener el pulso y, muy pronto, se deja llevar por una serie interminable de lugares comunes. Snake Eyes se enfrenta a lo que parece ser una contradicción interna. Mantenerse interesante para el público que sigue la franquicia y, a la vez, ofrecer un filón novedoso. Entre otras cosas, el film pierde el sentido de su independencia y termina por enlazar de forma torpe con la historia central la franquicia.
De hecho y por extraño que parezca, su mayor defecto es traer por primera vez el aire desenfadado del animado de los 80. Pero lo hace sin confiar demasiado en su estructura extravagante o en su exagerada forma de analizar su propio mundo.
A medio camino entre un film adulto y algo más ligero, Snake Eyes no encuentra su tono ni tampoco su sentido para relatar una historia compleja. El director está más interesado en su batería de explosiones, escenas con espadas y mostrar a su extraño grupo de terroristas que en relatar una historia. Y una que, por todo los desvíos y dobles discursos sobre traiciones que insinúa, valdría la pena ver.
Una película que no aporta nada al género
Se trata de una mezcla como la anterior, que podría haber resultado si Snake Eyes tuviera una concepción más amplia y consistente sobre sus intenciones. Después de todo, se trata de un argumento ya conocido y de probado éxito, con detalles novedosos. Una mezcla que, además, juega en un tablero en que puede retroceder en errores previos para crear algo nuevo.
En especial, la historia relativa al heredero del clan ninja clandestino Arashikage (Andrew Koji) resulta sugestiva y podría brindar una necesaria profundidad al guion. Pero Robert Schwentke no las tiene todas consigo en elaborar un discurso visual y argumental que pueda ser más que un recorrido por la acción.
La identidad estruendosa de G. I. Joe, fuente fundamental de la franquicia, se hace presente pero no como contexto, sino como pieza fundamental. Y, sin embargo, el director no avanza más allá de esa concepción de lo disparatado y lo exagerado. Por supuesto, la franquicia va dirigida a un público concreto y el director lo sabe.
Los momentos más altos del film son una consistente combinación de una mirada de asombro casi infantil a lo trepidante. Pero no hay suficientes elementos para apuntalar la propuesta y llevarla a otra parte o añadir brillo. ¿Puede mantenerse un argumento solo con el valor agregado de ser un gran entretenimiento entre enemigos jurados?
Para Robert Schwentke, se trata de un reto que asume sin tener todas las herramientas a su disposición. El juego de venganza de Snake Eyes (Henry Golding) tiene pocos alicientes. Incluso cuando la posibilidad de traicionar a Arashikage podría ser un punto de pura intriga, el ritmo del film no acompaña al argumento. Únicamente la Baronesa (Úrsula Corberó) es tal y como la saga la merecía y su único punto alto.
Al final, la película lleva a cuestas sus errores, que terminan por demoler cualquier buena intención narrativa. Las referencias inmediatas —es evidente que Matrix Reloaded fue un punto de inspiración— y el homenaje a un producto mayor están ahí. Pero no son lo suficientemente sólidos, interesantes o poderosos para decir algo sobre la historia que se cuenta en pantalla.
Con su aire un tanto anacrónico —la película habría sido un éxito de acción en los 90— Snake Eyes: El origen es una combinación confusa de clichés. Quizá, su punto más bajo.