Las medidas de prevención del coronavirus han ayudado a evitar que las olas pandémicas sean todavía más intensas de lo que han sido y siguen siendo. Pero no solo han sido eficaces contra el SARS-CoV-2. También contra otras enfermedades respiratorias. De hecho, durante el invierno de 2020, en Australia, se reportaron un 90% menos de muertes por gripe. Esto, a bote pronto, es un motivo de celebración. Sin embargo, últimamente estamos viendo que también entraña ciertos riesgos, ya que disminuye la inmunidad frente a estos virus, por haber reducido el contacto de la población con ellos.

Este fenómeno, bautizado por algunos pediatras como “deuda de inmunidad”, comenzó a verse primero precisamente en Australia y Nueva Zelanda. También en otros países, como Francia.

En España estamos comenzando a ver sus efectos a través de un aumento de casos de bronquiolitis en niños. Esta enfermedad, causada por el virus respiratorio sincitial (VRS) es típica de otoño e invierno. En estas estaciones, los pediatras celebraron la drástica disminución de los casos, señalando que las medidas de prevención también eran eficaces contra él. Sin embargo, comienza a verse una explosión de casos ahora, fuera de su época habitual.

Por supuesto, esto no quiere decir que hayamos hecho mal en usar mascarilla, ventilar las estancias o reducir los contactos. Todo eso ha estado bien. De hecho, son costumbres de las que no deberíamos olvidarnos hasta que aumentemos el porcentaje de población vacunada. Sin embargo, supone un daño colateral al que debemos prestar atención, sobre todo de cara al comienzo de las estaciones frías, que ahora pegan fuerte en el hemisferio sur y habrán llegado al norte antes de que nos demos cuenta. 

Explosión de enfermedades respiratorias

Todos hemos escuchado alguna vez eso de que a los niños hay que dejarles jugar en el parque y ensuciarse, porque exponerse a los microbios es bueno para su sistema inmunitario.

Si hay muchas personas sin inmunidad, el virus podrá circular más

También hemos oído que, para determinadas enfermedades, los niños son pacientes más vulnerables. En primer lugar porque su sistema inmunitario está aún inmaduro. Y, en segundo lugar, porque los microbios podrían parecerse a patógenos a los que otras personas mayores ya estuvieron expuestas en el pasado. 

Todo esto son simplificaciones de lo que supone la inmunidad. Es cierto que el contacto con patógenos nos dejará protegidos en un futuro, más o menos cercano, frente a esa misma infección. O incluso a algunas que se parezcan mucho. Por eso, a medida que evoluciona la pandemia, muchos expertos comienzan a preocuparse por cómo afectarán las medidas de contención al futuro de las enfermedades respiratorias.

Los primeros en percibirlo fueron los pediatras de Nueva Zelanda, donde ahora se encuentran en pleno invierno. Fue allí donde, en un artículo para The Guardian, comenzaron a hablar sobre deuda de inmunidad, después de experimentar un gran aumento en los ingresos de niños con enfermedades respiratorias.

En ese artículo, el epidemiólogo Michael Baker compara lo sucedido con un incendio forestal. Si durante dos años no ha habido fuego, cuando este finalmente azote el bosque habrá más ramas y hojas que servirán de combustible para un incendio mucho mayor.

Con esto ocurre lo mismo. Si durante más de un año los niños, en el caso del VRS, han estado protegidos frente al patógeno, en la próxima temporada habrá mucha más población vulnerable. Y más población vulnerable supone más cuerpos por los que saltar, por lo que se podrían generar grandes epidemias.

Menos inmunidad frente a la gripe

El pasado mes de junio, un equipo de científicos del Hospital Universitario de Valladolid publicó en la revista Vaccines un artículo sobre este tema. En él, se analizaba la posibilidad de que el distanciamiento social y el resto de medidas sean un arma de doble filo. Por un lado, han ayudado a frenar la pandemia. Pero, por otro, podría suponer una disminución en el número de personas con inmunidad frente a otras enfermedades respiratorias.

Aquí no solo se habla del VRS. También se hace referencia a la gripe. De hecho, se comenta que, después de una epidemia de gripe de baja intensidad por un invierno suave, el 72% de las siguientes epidemias tienden a ser muy intensas, más graves, comienzan antes y generan más infecciones. Esto se debe precisamente a que habrá menos personas con inmunidad natural y, por lo tanto, volviendo al símil neozelandés, más leña y hojarasca para quemar. 

Por este motivo, debemos estar preparados para lo que pueda venir. La solución no está en dejar de protegerse frente al coronavirus, sino en reforzar los sistemas de vigilancia de otras enfermedades respiratorias. Podría ser que, ahora que se están relajando las medidas, lleguemos a un punto en el que COVID-19 y gripe convivan. Será importante hacer diagnósticos precisos para diferenciar entre un virus y otros, prestar atención a los pacientes más vulnerables y reforzar las campañas de vacunación frente a la gripe. 

Sabíamos que salir de esta no iba a ser sencillo. Ahora toca también prestar atención a los daños colaterales.

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