El dopaje está mal. Esto es algo que tenemos todos asumido. Consumir determinadas sustancias que mejoran el rendimiento o la recuperación de los deportistas pone al resto en desventaja con respecto a ellos. Por eso, es una costumbre muy perseguida en grandes competiciones, como los Juegos Olímpicos. Pero no siempre se trata de drogas o fármacos. Por ejemplo, se han dado casos de ciclistas descalificados por trucar sus bicicletas. O de un bañador que se prohibió, después de estar detrás de casi todas las medallas de natación de unos juegos.
Fue en Beijing 2008. El bañador en cuestión, conocido como LZR, había sido desarrollado por la compañía italiana Mectex y el Instituto Australiano del Deporte, con la colaboración de la mismísima NASA. En cuanto a su patrocinio, fabricación y comercialización, corrió de la cuenta de Speedo.
Se concibió como un traje de baño capaz de comprimir el cuerpo, convirtiéndolo en un tubo hidrodinámico. Además, podía atrapar el aire, aumentando la flotabilidad. Los resultados fueron maravillosos. Tanto, que terminó prohibiéndose su utilización. Desde entonces, otras compañías y la propia Speedo han intentado volver a diseñar el bañador perfecto. Pero esta vez, a ser posible, sin que se prohíba a los deportistas utilizarlo.
El bañador que marcó unos Juegos Olímpicos
En los Juegos Olímpicos de Beijing, en 2008, se batieron 25 récords mundiales de natación. Había algo que estaba haciendo mucho mejores a los nadadores y pronto se supo de qué se trataba.
De todas las medallas olímpicas de natación, el 98% las habían ganado deportistas que llevaban el bañador LZR. Entre ellos, se encontraban nombres como el del famoso Michael Phelps. Lógicamente, esto no les resta mérito. Aun sin aquel traje de baño, siguen siendo deportistas de los que hacen historia. Solo que en aquella ocasión tuvieron una ayudita extra.
El traje estaba hecho a conciencia. No solo hacía al nadador más hidrodinámico. También estaba fabricado con un tejido que ayudaba a repeler el agua y contaba con costuras verticales que ayudaban a disminuir la resistencia con ella. Además, había versiones del bañador que ni siquiera tenían costuras, pues sus partes se soldaban mediante ultrasonidos. Todo esto se probó con ayuda del túnel de viento de la NASA y un software de análisis de flujo de fluidos que permitió determinar cuáles serían las mejores conformaciones.
El proceso empezó poco después de finalizar los Juegos Olímpicos de 2004 y llevó varios años hasta su finalización. Los primeros frutos llegaron en 2008, poco antes de Beijing. Concretamente, en el mes de marzo, cuando los primeros nadadores en lucir este traje de baño lograron batir 13 récords mundiales. Pero sin duda el plato fuerte llegó con esos Juegos Olímpicos, que marcarían un antes y un después.
El después…
Tras los Juegos Olímpicos de 2008, se comprobó claramente que el traje de Speedo estaba confiriendo una ventaja enorme a los nadadores que lo llevaban. Comenzó a plantearse si debía permitirse, pero no se hizo en el acto.
Por eso, el traje de baño siguió permitiéndose en el Campeonato Europeo de Natación en Piscina Corta, celebrado en diciembre de ese año. De nuevo, los nadadores con el LZR destacaron, batiendo 17 récords mundiales. Aquí, la Federación Internacional de Natación (FINA) decidió definitivamente que había llegado el momento de tomar cartas en el asunto.
Lo hizo en su siguiente reunión, celebrada en marzo de 2009. En ella, se estableció que los bañadores no deberían cubrir el cuello, ni ir más allá de los hombros y los tobillos. Además, se limitó el grosor y la flotabilidad de los trajes. Todo esto, por supuesto, dejaba fuera al LZR.
Pronto, algunos de los nadadores que habían logrado batir récords con ayuda de este bañador redujeron sus marcas. La primera en hacerlo fue la sueca Therese Alshammar, aunque después la seguirían otros muchos.
En busca de alternativas
Speedo no se ha rendido con la nueva normativa. Tras la decisión de la FINA, han seguido trabajando en la confección de nuevos bañadores, que sigan mejorando la capacidad de nado de los competidores, sin incumplir las restricciones.
En 2012, por ejemplo, pusieron en marcha un nuevo proyecto para desarrollar gafas y gorros que hicieran más hidrodinámicos a los deportistas.
Lo hicieron tras reproducir en 3D los cuerpos de los nadadores, en el marco de un software de dinámica de fluidos dirigido a analizar dónde se crean turbulencias y resistencia. Así, podrían optimizar los movimientos de los nadadores. Dicho programa les permitió comprobar que se generaba una gran cantidad de turbulencias en torno a la cabeza. Por lo tanto, era importante centrarse en las gafas y el gorro.
Reunieron a un grupo de expertos en biomecánica y dinámica de fluidos. Incluso contaron con un psicólogo deportivo, que recomendó usar gafas con un tinte azul-grisáceo, que transmitiera calma a los deportistas. Intentaron reproducir la forma de lágrima de los cascos de los ciclistas con un gorro que permitía a los nadadores de pelo largo recogerlo en la parte inferior. Trabajaron los materiales y las formas para reducir las turbulencias en esa zona. Y, para el resto del cuerpo, volvieron a apostar por comprimir el cuerpo; aunque sin faltar a las directrices impuestas por la FINA tras los Juegos Olímpicos de 2008.
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A día de hoy parte de aquella tormenta de ideas sigue sin implantarse. Pero la investigación no ha cesado. Sigue habiendo científicos, como el británico Stephen Turnock, que dedican su trabajo a comprender mejor la hidrodinámica de los cuerpos humanos, de cara a la confección futura de bañadores legales, pero más efectivos. Y es que, aunque no lo parezca, la indumentaria también puede ser importante para ganar unos Juegos Olímpicos.