En 1989, el asesinato de una niña de 14 años cuando se encontrbaa de camino al colegio en Las Vegas conmocionó a toda la ciudad. Apareció al día siguiente de salir de casa, con claros signos de violencia. Había sido agredida sexualmente y después estrangulada. La policía encontró restos de semen del asesino en su camisa. Podría ser la pista que necesitaban para identificarlo. Sin embargo, solo se lograron obtener 15 células y, de ellas, aislar 0,12 nanogramos de ADN. 

Incluso hoy en día esta es una muestra extremadamente pequeña, por lo que lo era aún más en los años 80, cuando la genética forense se encontraba prácticamente en pañales. Por eso, a pesar de que se hizo lo que se pudo, el caso quedó finalmente sin resolver.

Desde entonces, se ha intentado identificar al asesino en dos ocasiones, una en 1998 y otra en 2007. Sin embargo, no hubo resultados. Hasta ahora. Y es que, por fin, gracias a una donación anónima, el asesinato de la pequeña Stephanie Isaacson, ha podido resolverse. Y además se ha batido un récord, pues ha sido el crimen resuelto con la muestra de ADN más pequeña de la historia.

Poco ADN para resolver un asesinato

En los albores de las ciencias forenses, los autores de los crímenes se identificaban a través de parámetros como las huellas dactilares o el grupo sanguíneo. Sin embargo, eran factores muy confusos, que fácilmente podría apuntar como asesino a alguien que realmente no tuvo nada que ver. 

Al principio, para identificar un criminal se usaban parámetros como las huellas dactilares o el grupo sanguíneo

Hoy en día, sin embargo, se da mucha más importancia a la identificación de determinados marcadores en las muestras de ADN. Pero esto también ha sido un proceso paulatino. En 1985, el genetista Alec J. Jeffreys desarrolló una técnica basada en los RFLPs, que miden algo conocido como fragmentos de restricción de longitud polimórfica. Para esto se usaban enzimas de restricción, unas proteínas que actúan como tijeras, cortando lugares muy concretos del ADN y dando lugar a un patrón de fragmentos que difiere de un individuo a otro. A este patrón se le conocía como huella genética. Era mucho más específico que lo que se había empleado hasta entonces para identificar al autor de un asesinato o cualquier otro crimen. No obstante, contaba con importantes limitaciones. Por ejemplo, eran necesarias cantidades muy grandes de ADN y se tardaba mucho en realizar todo el procedimiento.

Por eso, la introducción en genética forense de la PCR fue un gran avance. Había sido diseñada por Kary Mullis en 1983, pero aún no se utilizaba en este ámbito. Actuaba como una especie de fotocopiadora molecular, de modo que a través de una muestra de material genético muy pequeña se podía obtener otra mucho más grande. La tarea se facilitó mucho y, además, dio paso a la introducción de nuevas técnicas todavía más precisas, fáciles y rápidas que los RFLPs. Por ejemplo, los microsatélites, que son secuencias en las que un fragmento se repite de forma consecutiva. Su distribución también puede ayudar a identificar individuos. 

La genética estaba dando esos primeros pasos cuando ocurrió el trágico asesinato de Stephanie. La PCR ya se había empezado a usar, pero seguía siendo una muestra demasiado pequeña. De hecho, incluso a día de hoy la mayoría de pruebas comerciales emplean entre 750 y 1.000 nanogramos de ADN para obtener resultados óptimos, según explican en IFLScience. Y en este caso solo tenían 0,12 nanogramos. Por eso, aunque se logró obtener un perfil de ADN para cotejarlo con las bases de datos del FBI, no hubo resultados y el caso quedó sin resolver.

La reapertura del caso

Hoy en día, la genética forense ha avanzado muchísimo. Se utilizan técnicas de secuenciación muy avanzadas. Y también un método de identificación más específico, basado en los conocidos como SNPs. Estos son polimorfismos de un solo nucleótido. O, lo que es lo mismo, variaciones concretas en uno de los bloques que componen el ADN. O en muy pocos. En los últimos años se ha descubierto todo su potencial, por ejemplo, para la identificación de determinadas enfermedades. Pero también en genética forense.

La única condición de la donación anónima fue que se resolviera un caso abierto en Las Vegas

Por eso, han surgido empresas dedicadas a la recuperación de casos sin resolver, gracias a estas técnicas más precisas. Es, por ejemplo, el caso de los laboratorios Othram, en Texas, cuyos miembros se pusieron en contacto en noviembre con el Departamento de Policía Metropolitana de Las Vegas. Según explican en un artículo de The Washington Post, un donante anónimo había ofrecido una gran cantidad de dinero para financiar la resolución de algún caso sin resolver de Las Vegas. Daba igual cuál, la ciudad era la única condición.

Al recibir la noticia, la policía decidió que el asesinato de Stephanie podía ser una buena opción. Así, gracias a las nuevas técnicas y esta financiación, en Othram pudieron analizar más profundamente la pequeña muestra de ADN de la que disponían. La cotejaron con los perfiles de delincuentes de la zona, hasta encontrar una coincidencia segura con Darren Marchand. Su perfil genético estaba archivado después de que se le considerara sospechoso del asesinto de una joven de 24 años en 1986, cuando él contaba solo con 20. Finalmente el caso se desestimó por falta de pruebas y quedó en libertad. Una libertad que le permitió matar a Stephanie tres años después.

Por desgracia, no ha sido posible detenerlo, puesto que el hombre se suicidó en 1995. Pero, al menos, por fin la familia de la niña de 14 años sabe quién fue el desalmado que le arrebató la vida a su hija.

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