Lamentablemente, las publicaciones antivacunas en redes sociales están muy a la orden del día. Ya eran frecuentes antes de la pandemia. Ahora, cuando nuestro único modo de salir de esta pesadilla depende precisamente de las vacunas del coronavirus, vuelven los bulos sobre ellas. Tan variados son que no es raro pensar que haya muchas personas detrás de ellos. Sin embargo, parece ser que son básicamente doce.

Es la conclusión de un estudio, realizado por el Centro Sin Ánimo de Lucro para la Lucha contra el Odio Digital y Anti-Vax Watch, una organización que monitoriza la industria de las vacunas. Ambas realizaron un seguimiento de las publicaciones sobre conspiraciones antivacunas publicadas en redes sociales entre el 1 de febrero y el 26 de marzo de 2021. En total, se analizaron más de 812.000 distribuidas entre Facebook y Twitter.

Cada una de ellas se había compartido miles de veces, pero no fue difícil llegar a su origen. Así pudieron comprobar quiénes son los principales responsables de su difusión.

Los doce de las publicaciones antivacunas

Al analizar el origen de las publicaciones antivacunas comprobaron que el 65% de ellas procedían de las mismas doce personas. Estas eran Joseph Mercola, Robert F. Kennedy, Jr., Ty y Charlene Bollinger, Sherri Tenpenny, Rizza Islam, Rashid Buttar, Erin Elizabeth, Sayer Ji, Kelly Brogan, Christiane Northrup, Ben Tapper y Kevin Jenkins. La mayoría son osteópatas y otros pseudoterapeutas, aunque también hay una blogera, un activista medioambiental y un activista humanitario. Todos ellos son personas influyentes, con una buena posición y muchos seguidores en redes sociales. 

La mayoría de ellos son osteópatas y otro tipo de pseudoterapeutas

En total, suman unos 59 millones. Pero, curiosamente, muchas de las personas que difunden sus bulos y conspiraciones antivacunas ni siquiera les siguen. Los mensajes corren como la pólvora, utilizando como mecha las redes de personas que no tienen constancia de la existencia del emisor original. 

Así, se crea una intrincada red antivacunas, que puede poner en peligro todo lo que las vacunas del coronavirus están consiguiendo.

Por eso, los autores de este estudio defienden que se veten estas cuentas. Esto puede parecer difícil, bajo el amparo de la libertad de expresión. Sin embargo, cuando el mensaje pone en peligro la vida de otras personas, hay que actuar. Y difundir que la vacunación puede causar enfermedades o que se utiliza para ponernos un chip y controlarnos es, sin duda, un peligro para la salud pública.

¿Y ahora qué?

El pasado mes de marzo, uno de los autores de este estudio, Imran Ahmed, ya publicó en Nature Communications su preocupación con respecto a los resultados que comenzaban a ver.

Han pasado dos meses. Sin embargo, aún no se han tomado todas las cartas en el asunto que recomendaron entonces. De hecho, en una prueba de seguimiento realizada el 25 de abril se comprobó que 10 de ellos aún seguían con sus cuentas de Facebook y Twitter activas. Además, 9 estaban también en Instagram.

Diez de ellos siguen aún en Facebook y Twitter

Aunque Facebook hace tiempo que decidió tomar cartas en el asunto y censurar este tipo de contenido, aún se escapa cierta información. Y es donde más se proclaman los discursos antivacunas de estas doce personas, ya que representan el 73% de todo el contenido de este tipo en dicha red social. En cuanto a Twitter, sí que es más variado, ya que solo un 17% de las publicaciones tienen origen en sus cuentas.

Sea como sea, controlar lo que estas doce personas difunden es importante para evitar males mayores. En España hemos podido comprobar con Miguel Bosé lo peligroso que puede ser dejar a un personaje público hablar sobre bulos sin evidencia científica. Y en su caso, al menos, es cantante, de modo que, como él mismo reconoció en su entrevista con Jordi Évole, no está capacitado para rebatir los argumentos de un científico. Y eso puede ser una forma de captar su engaño.

El problema es que de las doce personas de las que proceden la mayoría de publicaciones antivacunas, nueve se hacen llamar doctores. Muchos no tienen ni siquiera la carrera de medicina. Y, aunque la tuvieran, está claro que sus declaraciones carecen de evidencia científica. Pero, al llevar el término doctor delante de su nombre, se puede caer en una falacia de autoridad, que dotaría a su discurso de una peligrosa aceptación. La libertad de expresión es importante, pero salvaguardar la vida y la salud de las personas también. Por eso, se debe cortar la mecha que hace correr sus bulos, antes de que sea demasiado tarde.