Todos tenemos alguna abuela, tía o familiar similar que se ponía un poco de saliva en el pulgar para limpiarnos las mejillas cuando éramos niños. Puede parecer poco higiénico y lo cierto es que lo es. Pero hay que reconocerles que en parte sabían lo que hacían, ya que el uso de esta sustancia para la limpieza de obras de arte es algo mucho más extendido de lo que podríamos llegar a creer.
Se ha hecho durante años, más por tradición aprendida entre restauradores y conservadores de museos que por formación académica. Pero ha resultado ser efectivo. Por eso, son muchos los profesionales de este campo que prefieren esta forma de limpieza sobre otras, basadas en productos químicos sintéticos.
Pero no solo es fruto de la tradición. También se ha analizado el motivo por el que la saliva puede servir para limpiar superficies. De hecho, la investigación en cuestión, realizada por científicos del Instituto José de Figueiredo, de Lisboa, se llevó uno de los premios más simpático de la ciencia: el satírico IgNobel. Es cierto que no da el mismo caché que los Nobel verdaderos, pero al menos las investigaciones premiadas se dan ampliamente a conocer.
Saliva, el producto de limpieza con enzimas
En 1913, el químico alemán Otto Röhm aisló enzimas digestivas, procedentes del páncreas de animales sacrificados, y las empleó para la disolución de manchas sobre tejidos.
Las enzimas son proteínas cuya función es acelerar determinadas reacciones químicas. En muchos casos se consideran herramientas necesarias para que estas puedan llevarse a cabo. Nuestro sistema digestivo contiene multitud de ellas, desde las lipasas, que se encargan de disociar los lípidos, hasta las proteasas, que descomponen las proteínas en esos ladrillitos que las forman, llamados aminoácidos. Se encuentran por todo el sistema digestivo, desde la saliva de la boca hasta el estómago, el páncreas o los intestinos. Su función natural es disociar los componentes de los alimentos para que podamos digerirlos más fácilmente. No obstante, esa disociación puede ser muy útil también para acabar con las manchas.
A lo que en su día inició Röhm se le conoce en la actualidad como limpieza enzimática. Multitud de detergentes sintetizados químicamente se basan en esta premisa. Pero también se puede recurrir a una limpieza similar, mucho más accesible, basada en la saliva.
En esta sustancia, que forma parte del primer paso de la digestión, se encuentran principalmente unas enzimas llamadas amilasas. Estas se encargan de descomponer los azúcares, separando los enlaces que unen los monosacáridos para dar lugar a disacáridos o polisacáridos. Pero con el tiempo se ha comprobado que también es muy efectiva contra ciertos tipos de manchas, habituales en las obras de arte.
Una técnica casi inocua e interminable
En un artículo publicado en el ABC australiano sobre la limpieza con saliva de obras de arte, el conservador Adam Godijn explicaba que el motivo por el que en su gremio prefieren esta técnica es que no es tóxica y, además, está disponible con un suministro ilimitado.
La saliva no se gasta, desde luego. Eso sí, es importante tener en cuenta que puede ser transmisora de bacterias y virus, como el causante de la COVID-19.
Por eso, desde que comenzó la pandemia muchos museos han optado por recurrir a otros métodos de limpieza o, al menos, dejar en cuarentena las obras de arte tratadas de este modo.
Aun así, muchos expertos insisten en que no hay peligro. Si vamos a visitar un museo podemos quedarnos embelesados observando pinturas famosas, pero para estar en peligro tendríamos que besarlas. Y, por mucho que nos invada el síndrome de Stendhal, no es una reacción común.
Alternativas a la saliva como producto de limpieza para obras de arte
A pesar de lo extendida que está la limpieza de obras de arte con saliva, ya se está comenzando a buscar otras alternativas.
De hecho, los autores del estudio que ganó el IgNobel analizaron la función de otras amilasas, obtenidas de la miga del pan. Sin embargo, la limpieza enzimática fue mucho menos eficiente que con la saliva.
Ahora bien, según explicaba en el artículo de ABC el odontólogo Saso Ivanovski, podría ser útil el uso de saliva artificial, diseñada para el tratamiento de personas con boca seca.
Habría que probarlo para ver que también sirve para devolver su brillo y esplendor a esculturas y pinturas famosas. Hasta entonces, muchos conservadores de obras de arte preferirán seguir untando un bastoncillo en su propia saliva. ¿Asqueroso? Puede, pero también muy eficaz.