No importa lo limpios que seamos. Igualmente, seguiremos viviendo rodeados de polvo. Como es lógico, esto dependerá mucho de lo que nos afanemos en la limpieza del hogar. Pero siempre habrá algunas de estas partículas suspendidas en el aire que nos rodea y posadas en nuestros muebles. Ahora bien, ¿sabemos de qué están compuestas exactamente?
Existe un mito que asegura que un porcentaje sorprendentemente alto del polvo procede de restos de piel muerta. Y sí, es cierto que puede ser uno de sus ingredientes, pero en una proporción muchísimo más baja. En realidad, los componentes principales son otros, que dependen de los hábitos de las personas que viven en casa e incluso de la habitación concreta en la que nos encontramos.
Diferentes definiciones
Antes de conocer de qué está compuesto el polvo, vale la pena recordar qué es exactamente.
Si nos remitimos a la Real Academia Española de la Lengua (RAE), la acepción correspondiente al polvo al que nos referimos lo define como “conjunto de partículas sólidas que flotan en el aire y se posan sobre los objetos”.
Una definición algo más técnica, pero igualmente muy general, es la que lo define como “cualquier conjunto de partículas de diámetro menor a 500 micrómetros”. Ahí entran muchos tipos de polvo, aunque ese que normalmente nos rodea es el polvo doméstico. Y como buen componente de nuestro hogar, su composición dependerá en gran medida de lo que tengamos en casa.
Dime dónde vives y te diré cómo es el polvo
Por lo general, el pelo y la piel muerta se desprenden de nuestro cuerpo cuando nos duchamos, por lo que acaban antes en el desagüe que en el polvo doméstico.
Los ingredientes de este último, por lo tanto, son otros. Si, por ejemplo, tenemos mascotas, es posible que sí que haya pequeñas partículas de su caspa. Además, es común que haya arena, restos de insectos, polen, hollín o cualquier otra traza de suciedad que hayamos podido introducir en casa en la ropa o los zapatos.
Por otro lado, los componentes del polvo dependerán también de la habitación en la que nos encontremos. Por ejemplo, es común que en la cocina haya restos de alimentos como la harina.
Todo esto se resuspende cuando nos movemos o cuando alguna corriente de aire entre en la habitación y después vuelve a posarse sobre las superficies. Es importante limpiar el polvo a menudo, pero sin olvidar que incluso en ese caso buena parte de estas partículas no se retirarán completamente, sino que se cambiarán de lugar.
Un incordio para los alérgicos
Por lo general, tener en casa unos niveles de polvo normales, sin llegar a ser excesivos, no tiene por qué traernos ningún problema. Sin embargo, si somos alérgicos a los ácaros, sí que debemos aumentar las precauciones.
Estos animales son arácnidos, por lo que están emparentados con arañas y garrapatas. Pueden pertenecer a numerosas especies, aunque las más comunes son solo tres: Dermatophagoides farinae, Dermatophagoides pteronyssinus y Euroglyphus maynei.
Son muy pequeños, de entre 0’3 mm y 0’4 mm aproximadamente, por lo que no los vemos, aunque estemos rodeados de ellos. Cuentan con unas estructuras, similares a garfios, con los que se agarran a las superficies textiles en las que proliferan. Por eso, por mucho que pasemos la aspiradora por la alfombra, seguirán ahí. Se alimentan sobre todo de las escamas de piel que se encuentran en edredones, mantas y otros elementos de tela, aunque no hay nada que temer, ya que no causan infecciones.
No obstante, sí que pueden provocar reacciones alérgicas a personas sensibles a sus alérgenos.
Otros riesgos del polvo
Según un estudio publicado en 2017 en ACS Central Science, la alergia a los ácaros no es el único riesgo que puede acarrear la presencia de polvo.
Esto se debe a que sus partículas pueden servir como transportador de ciertos contaminantes y patógenos que quedan adheridos a ellas. Es algo que se estudió por primera vez en los años 40 del siglo XX, cuando se observó que algunos patógenos humanos podían quedar retenidos en el polvo de los quirófanos de los hospitales.
Más tarde, se ha observado que también ocurre con sustancias tóxicas. Incluso se han llegado a detectar algunas cuyo uso se prohibió hace décadas, como el DDT.
Generalmente, estos contaminantes adheridos al polvo no se encuentran a niveles preocupantes, aunque sí pueden suponer un riesgo para la salud de bebés y niños pequeños.
No debe cundir el pánico, pues no es algo altamente probable, pero sí que es un motivo para limpiar el polvo regularmente si tenemos niños en casa.
Es importante destacar que las partículas de más de 50 micras no son inhalables y, por lo tanto, no entrañan grandes riesgos para la salud. La mayoría de las que se encuentran en el polvo doméstico superan ese tamaño, por lo que podemos estar tranquilos en ese aspecto. Es diferente el caso de las procedentes de materiales como el sílice o el amianto. A día de hoy estos compuestos están reducidos a entornos laborales muy concretos. Este último se utilizó ampliamente en construcción hasta hace pocas décadas. En el caso de España, por ejemplo, se prohibió en 2001. A día de hoy aún se encuentra en algunas casas, en las que se aconseja su retirada, siempre por parte de profesionales especializados, que deberán seguir unas medidas de seguridad muy concretas.
En definitiva, no debe preocuparnos su presencia en el polvo doméstico. Por lo general, este estará compuesto principalmente por caspa de tu gato, arena o fibras textiles. No es peligroso, aunque si se acumula en exceso puede llegar a irritar las vías respiratorias. Es un buen motivo para limpiar a menudo. Como también lo es evitar la mirada acusadora de tu madre al pasar un dedo sobre la estantería durante una visita. Sobran las razones.