Puede que muchos cinéfilos se cubran la boca con la mano de horror si uno se atreve a decir que, igual que la de otros directores del género fantástico y de terror y a excepción hecha de algo tan asombroso como En la boca del miedo (In the Mouth of Madness, 1994), la filmografía del neoyorkino John Carpenter (n. 1948) ha sido sobrevalorada.

También sus cuatro películas de culto: La noche de Halloween (1978), 1997: Rescate en Nueva York (1981), La cosa (1982) y Están vivos (1988), unos portentos muy influyentes pero ninguna maravilla en su evaluación global, si los consideramos en todos sus aspectos artísticos y no desorbitando injustificadamente el contexto de su primera exhibición en cines, y el impacto cultural que provocaron en el público y en otros cineastas.

John Carpenter y la locura en los créditos de 'En la boca del miedo'

Pero En la boca del miedo (In the Mouth of Madness) se encuentran cuantas virtudes pueda poseer John Carpenter como trabajador de su oficio, y una conjunción de talentos que no se había dado nunca en un rodaje suyo. Desde el guion tremendísimo que firma Michael de Luca (Juez Dredd), la fotografía cabal de Gary B. Kibbe (El pueblo de los malditos) y el ritmo firme en el montaje de Edward A. Warschilka (13 fantasmas) hasta un elenco con un irreprochable Sam Neill (Parque Jurásico) como John Trent al frente.

En la boca del miedo (In the Mouth of Madness)
New Line

Aquí nos dejan patidifusos con un relato gótico, imprevisible y cautivador que bebe de las monstruosidades H. P. Lovecraft y la figura de Stephen King, una pesadilla siniestramente surrealista de atmósfera insana que no da tregua alguna en la sucesión de sorpresas espeluznantes.

Por otro lado, lo demencial es un ingrediente decisivo de En la boca del miedo, y la locura arrastra sin remisión a sus pobres criaturas ficticias y lo anega todo desde el principio hasta su extraordinario y sobrecogedor desenlace. Y más allá: John Carpenter llega incluso hasta los créditos.

Tras la constatación de costumbre sobre que “la acción animal fue monitoreada por la American Humane Association con la supervisión en el set de Toronto Humane Society” y que, así, “ningún animal resultó herido en la realización de esta película”, vemos lo que sigue: “La interacción humana fue monitoreada por la Asociación Psiquiátrica Interplanetaria. El recuento de cadáveres fue alto, las bajas son numerosas”. El colmo de la metanarrativa alucinante a la que juega En la boca del miedo, la mejor película de John Carpenter.