Recientemente, se inició en Twitter un acalorado debate sobre el uso de anestesia en bebés. Una usuaria de esta red social aseguró que hasta hace poco no se anestesiaba a los recién nacidos, por considerarse que ni sienten ni padecen. Numerosos profesionales sanitarios salieron a contestarle negando que esto sea así y, como suele pasar en la red del pajarito, la polémica no tardó en encenderse.

En realidad, todos tenían parte de razón. Si es necesario, hoy en día los bebés se operan con anestesia general, incluso sin son prematuros. Sin embargo, hasta hace algo más de 30 años estos últimos sí que podían recibir solo una mezcla del conocido como gas de la risa y relajantes musculares. El motivo no era que se pensara que no sienten, aunque es verdad que años atrás existió esa teoría. Lo cierto es que se hacía por su bien, ya que los anestésicos utilizados en el pasado podrían haber sido letales para pacientes tan frágiles como ellos.

Pero, para comprender mejor esto, es necesario hacer un rápido viaje al pasado y caminar por una línea temporal en la que la concepción del uso de los diferentes tipos de anestesia en bebés estuvo dando bandazos hacia una corriente de pensamiento y otra durante años.

Anestesia en bebés: un viaje por el pasado

En 1656, el cirujano pediátrico suizo Felix Wurtz arrojó la idea de que los bebés, especialmente los prematuros, debían ser mucho más sensibles al dolor. Lo hizo en su obra El libro de los niños, en la que pueden leerse estas divagaciones:

Si una piel nueva en las personas mayores es tierna, ¿qué piensas de un bebé recién nacido? Si algo tan pequeño como un dedo duele tanto, qué doloroso debe ser para un niño el tormento en todo su cuerpo.

Felix Wurtz, cirujano pediátrico

Esta teoría llevó a que se tuviese especial cuidado con los bebés, desde entonces y hasta mediados del siglo XIX. En esta época, aquellas declaraciones fueron apoyadas por las del inglés Michael Underwood, conocido por ser el descubridor de multitud de enfermedades pediátricas. Este médico aseguraba que el sistema nervioso de los bebés era “muy irritable” y que, por lo tanto, serían más sensibles al dolor. 

Sin embargo, poco después esta tendencia de pensamiento dio un giro de 180º cuando el neuroanatomista alemán Paul Flechsig expuso que los nervios de los bebés prematuros estaban menos mielinizados. La mielina es una cubierta que no solo protege los nervios, también ayuda a que se transmitan las señales a través de ellos. Por lo tanto, si dicha capa estaba incompleta, no se podrían transmitir correctamente los estímulos dolorosos. Pero no solo comenzó a considerarse que los bebés serían menos sensibles al dolor. También se sostenía que eran incapaces de recordar experiencias dolorosas. Es decir, podría ser que sí les doliera, pero nunca lo recordarían.

Esto, unido a que el uso de anestesia en bebés prematuros tenía un riesgo muy elevado de complicaciones, llevó a que comenzaran a barajarse otras opciones.

Alternativas a la anestesia y tipos de sedación

Las alternativas a la anestesia en bebés más comunes fueron el cloroformo, el ciclopropano y el éter. 

Su uso en prematuros se convirtió en el más extendido, hasta que, ya en el siglo XX, el canadiense Charles Robson se convirtió en el primer anestesista pediátrico, describiendo técnicas para usar esta medida con todas las garantías posibles.

La técnica de Liverpool va dirigida a calmar el dolor y provocar un estado de amnesia

Muchos cirujanos de la época se opusieron a sus propuestas hasta que llegó la solución intermedia. La describió en los años 50 el cirujano Gordon Jackson-Rees. Su procedimiento, bautizado como técnica de Liverpool, consistía en utilizar como sustituta de la anestesia general en bebés una combinación de curare y óxido nitroso. El primero es un relajante muscular y el segundo, más conocido como gas de la risa, se usa como analgésico. Además, provoca un estado de amnesia que podría ayudar a olvidar situaciones traumáticas. Es precisamente este motivo por el que se ha usado durante años en consultas de odontología, especialmente para tratar a pacientes con miedo a este tipo de intervenciones.

A pesar de todo, muchos médicos se oponían al uso de esta técnica, alegando un maltrato hacia los recién nacidos. Por eso, hasta los años 80 se convirtió en una decisión personal del especialista.

Un cambio en el procedimiento

Los últimos bebés prematuros sometidos a la técnica de Liverpool fueron Edward Harrison y Jeffrey Lawson. El primero, fue intervenido en 1986 para drenar de su cráneo el líquido que le producía hidrocefalia. El segundo se operó en 1987, a causa de complicaciones cardíacas tras su nacimiento. En ambos casos se le dijo a sus padres que la anestesia en bebés prematuros podría ser fatal, especialmente si su corazón estaba dañado, como en el caso de Jeffrey. Por eso, se les administró curare. Ambos murieron, posiblemente más por sus patologías que por la falta de anestesia, aunque especialmente con el segundo se propuso que podría haber sufrido un shock por el dolor.

De cualquier modo, en esa época ya estaba mucho más aceptada la teoría de que los niños podían sentir dolor desde el mismo momento de su nacimiento. Se consideraba poco ética la utilización de la técnica de Liverpool y, afortunadamente, ya había tipos de anestesia menos peligrosos. Además, existía la opción de monitorizar los procedimientos para detectar cualquier complicación cardiorrespiratoria a tiempo. 

Como resultado, la Academia Estadounidense de Pediatría emitió un comunicado en el que se declaraba que “la anestesia en bebés está indicada de acuerdo con las pautas habituales para la administración de anestesia a pacientes de alto riesgo y potencialmente inestables”.

El dolor no tratado puede ser muy dañino para un sistema nervioso en desarrollo, como el de los bebés prematuros

Estos últimos casos se dieron en Reino Unido y Estados Unidos. Otros países, como España, habían abandonado mucho antes la técnica de Liverpool. 

A día de hoy, se considera que el uso de anestesia en bebés es necesario para cumplir con el principio de beneficencia de la bioética, que obliga a evitar daños a los pacientes. En este caso, su dolor físico. Se conoce que el dolor no tratado puede ser muy dañino para un sistema nervioso en desarrollo, como el de los bebés prematuros. Por eso, en las últimas décadas no se ha operado a ninguno sin anestesia.

De cualquier modo, sin un día se hizo, no fue por una banalización de la falta de recuerdos. En realidad, las intenciones eran buenas, pues con ello se les intentaba salvar la vida. La historia de la medicina es así. Se han cometido muchos errores; pero, salvo excepciones, por lo general siempre han ocurrido con las mejores intenciones.