Como otros reboots, remakes y spin offs, nadie sabía que necesitaba una secuela del clásico de los ochenta El Príncipe de Zamunda de John Landis, hasta ahora. La primera en reconocerlo, es la propia película de Craig Brewer, El Rey de Zamunda. En varias de sus escenas, el film se burla de su cualidad de producto derivado. Lo hace además con un humor crítico y honesto, que brinda al guion algunos de los pocos momentos rescatables.
Pero en realidad, El Rey de Zamunda no es otra cosa que un fanservice a gran escala para los posibles fanáticos de una curiosidad generacional. No hay nuevas propuestas, riesgos ni mucho menos la aspiración a cierta experimentación con el material original. Desde las primeras secuencias queda muy claro que la estrella Eddie Murphy exigió que la ¿secuela? ¿remake? fuera una instantánea de la original. Y es justo lo que logra.
De hecho, El Rey de Zamunda parece estar construido a mayor gloria de su personaje principal Akeem, interpretado de nuevo por un risueño pero poco gracioso Murphy. Es el actor el que domina la escena, y de hecho es su conocido sentido de la extravagancia el que llena cada diálogo del guion. Como si se tratara de un reflejo involuntario del argumento, Murphy es el centro medular de la trama.
Un protagonismo en ocasiones irritante, que provoca que el resto de los actores tengan que lidiar con el peso de su rostro principal. El elenco, que incluye de nuevo a Arsenio Hall y a Wesley Snipes, parece opacado en una historia que gira alrededor de una única premisa. O en el mejor de los casos, en franca competencia con Murphy, cuya rutilante sonrisa es requisito para la acción en grandes partes de las escenas.
Sin grandes sorpresas en El Rey de Zamunda
Craig Brewer tampoco hace grandes esfuerzos para tomar algunas decisiones audaces, que podrían haber revitalizado la historia. El Rey de Zamunda comienza como una comedia de ocasión, en la que de nuevo la mítica Zamunda se muestra en todo su esplendor. Varios de los grandes momentos del film ocurren en esa recreación de la opulencia y la riqueza a niveles ridículos. Y si en la película original había algo de sobrio en la visión de un reino hedonista, en El Rey de Zamunda la celebración del lujo no se cohibe y llega a una nueva dimensión.
Por supuesto, que después del éxito de Ryan Coogler con la imagen de una Wakanda afrofuturista en Black Panther, es imposible evitar comparaciones. Y el guion no lo ignora. De hecho, hay varios puntos es que los paralelismos son nociones básicas sobre la forma de comprender la identidad afroamericana actual. Mientras la capital del Reino de Marvel es un centro tecnológico, el Reino de Akeem es de una belleza apabullante.
Incluso hay bromas para la ficticia ciudad de superhéroes, y se echa de menos muchos más humor al estilo. El Rey de Zamunda tiene la oportunidad de ser una parodia de algo más intuitivo y perspicaz, pero en realidad Brewer no tiene la intención que lo sea. Y aunque hay una gran cantidad de pequeños guiños a la cultura pop, la película se aleja con rapidez de cualquier precisión profunda sobre la identidad étnica.
Recordar es vivir
Sin duda, el elemento más fuerte de la película es la nostalgia. El Rey de Zamunda no pierde ocasión de hacer referencias al film original. Incluso utiliza metraje antiguo y una cantidad de easter eggs tan considerable que el guion parece ser solo una colección de pistas bienintencionadas. Al final, la sensación es que ambos argumentos son espejo uno del otro.
Hay un insistente esfuerzo por recordar al espectador que de hecho, esta travesía de regreso a Nueva York es una celebración al éxito de taquilla de los años ochenta. Ni más ni menos. Hay poco que decir sobre la trama, como no sea que toma lo mejor de su versión original y lo relanza, ahora en un contexto para una nueva generación. Pero sin hacer grandes esfuerzos y con la evidente intención de agradar.
Con todo, los acentos culturales y de las grandes discusiones actuales no faltan. El Rey de Zamunda no es del todo inocente y hay una evidente intención de incluir al feminismo, la revalorización de la identidad y otras tantas discusiones. Pero lo hace a la periferia, de manera y con tan poco tino, que la carcajadas (las pocas que provoca la película) la ocultan de inmediato.
Mucho lujo, nada de sustancia
En realidad, el mayor problema de El Rey de Zamunda es lo inofensiva que resulta. Si la primera se volvió entrañable y un éxito de taquilla por su acento en la cultura afroamericana, su ¿secuela? tiene poco interés en insistir en algún debate. En realidad, la película parece confiar por completo en la enorme química de su elenco.
Y es de hecho, el grupo de actores lo que convierte a El Rey de Zamunda un entretenimiento superficial pero en absoluto desagradable. Desde Lavelle (Jermaine Fowler) el hijo bastardo de Akeem, hasta el Rey Joffer (James Earl Jones), los nuevos y viejos personajes interactúan con enorme encanto. Un desconocido Wesley Snipes deslumbra como el general Izzi, en una muestra de su desconocida vena humorística.
Por supuesto, no podían faltar los dobles de Murphy y Hall, quizás lo más recordado de la primera cinta. El grupo de ancianos de la barbería e incluso, un consejero real anciano, son otra vez una atracción insólita del argumento. Las actuaciones bajo el maquillaje de los actores sorprende por su inteligencia, y es evidente que la película saca provecho de eso en toda oportunidad posible.
Por si todo lo anterior no fuera suficiente, El Rey de Zamunda está llena de cameos, lo que le brinda sus momentos más hilarantes. Desde Morgan Freeman (tomándose en serio su personalidad divina) hasta la leyenda Gladys Knight, Zamunda está poblada de rostros famosos. Al final, incluso los trajes de oscarizada Ruth E. Carter (que también vistió a los personajes de Black Panther) son una delicia superficial. A pesar de todos sus problemas y su frágil guion, El Rey de Zamunda se esfuerza por hacer reír. Y de vez en cuando, lo logra.