Tras el estallido de la pandemia de coronavirus, cada país reaccionó de una manera diferente. Algunos, como España o México, optaron por declarar estados de alarma o emergencia, cerrar escuelas y establecer confinamientos. Otros fueron mucho más laxos, pues basaron sus procedimientos en la teoría de que era necesario inmunizar a la población, dejando que las personas siguieran relacionándose entre sí. Este fue el caso de Reino Unido y Suecia. El presidente británico, Boris Johnson, cambió pronto este protocolo, después de experimentar él mismo la enfermedad. Suecia, en cambio, siguió con sus escuelas y establecimientos abiertos. Fue el único país nórdico que optó por esta política y también al que más fuerte azotó la primera ola de coronavirus. Ahora, un año después, científicos y sanitarios suecos siguen preguntándose si negar el cierre de colegios fue una buena decisión.

Entre las personas que siguen apoyando aquel procedimiento, se encuentra el pediatra y epidemiólogo del Instituto Karolinska Jonas Ludvigsson. Durante todo este tiempo ha sido un abanderado de la política de proteger a los más vulnerables, pero no poner barreras al resto, con el fin de potenciar la inmunidad de grupo. Lo ha defendido como firmante de la Declaración de Great Barrington, un polémico documento que salió a la luz el pasado mes de octubre. Pero también con la publicación de estudios y cartas a revistas científicas de prestigio. Todos estos intentos por defender su postura han sido muy criticados por expertos, pero especialmente se encuentra en el punto de mira uno de ellos, después de que un ciudadano sueco haya demostrado que obvió datos muy importantes sobre el tema. 

Datos en contra del cierre de colegios

Ludvigsson sigue manteniendo que evitar el cierre de colegios fue una buena decisión. Y lo ha demostrado a través de dos artículos.

El primero lo publicó el pasado mes de mayo, en la revista Acta Paediatrica. En él, hacía un llamamiento a la calma, asegurando que no se habían dado brotes importantes en las escuelas desde que comenzó la pandemia de coronavirus. Sin embargo, muchos expertos rebatieron aquella afirmación, recordando que sí habían tenido lugar varios, con uno especialmente duro. En él, se infectaron 18 de los 76 trabajadores del centro y uno de ellos murió. En cuanto a los niños, no se les hicieron pruebas, por lo que no se puede descartar que hubiese contagiados. 

Mucho más tarde, en enero de este año, el pediatra del Instituto Karolinska publicó una controvertida carta en New England Journal of Medicine. En ella hacía un repaso de las cifras de contagios y mortalidad entre niños y maestros, entre marzo y junio de 2020.

Explicaba que solo habían ingresado en UCI por COVID-19 15 niños de 1 a 16 años. Esto supondría una proporción de 1 de cada 130.000 habitantes suecos en ese grupo de edad. Además, de todos ellos había cuatro que tenían patologías previas. Y ninguno de ellos murió.

En cuanto a los docentes, hubo 10 ingresos entre maestros de preescolar y 20 en los que trabajaban en escuelas de educación primaria. Esto, según afirma el científico, es comparable al resto de profesionales de otros sectores en esos mismos grupos de edad. A excepción de los sanitarios, por supuesto.

Finalmente, este llamamiento a la calma termina con datos sobre el exceso de mortalidad. Refiere que entre noviembre de 2019 y febrero de 2020 murieron en Suecia un total de 64 niños con edades comprendidas entre 1 y 16 años. En cambio, entre marzo de 2020 y junio de ese año fallecieron 69. Solo serían 4 más, en una misma cantidad de tiempo, por lo que no podría considerarse significativo. Pero es aquí donde parece estar el truco.

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Foto por Kelly Sikkema en Unsplash

El correo que se omitió

Tras el revuelo generado por los defensores del cierre de colegios, han salido a la luz las pesquisas de Bodil Malmberg, un ciudadano que aprovechó la conocida como Ley de Registros Abiertos Sueca para indagar en el asunto. 

Pudo indagar en los correos que Ludvigsson se envió con el epidemiólogo jefe sueco, Anders Tegnell. En ellos, el pediatra mostraba su desconcierto por unos datos sobre el exceso de mortalidad que no había mencionado en sus publicaciones.

Explicaba que en las primaveras de los años comprendidos entre 2015 y 2019, ambos incluidos, habían muerto de media 30'4 niños con edades comprendidas entre 7 y 16 años, equivalentes a la educación obligatoria posterior a preescolar. 

En cambio, en la primavera de 2020 habían fallecido 51, lo cual supone un exceso de mortalidad del 68%. No ocurría lo mismo con los menores de 7 años, para los que la mortalidad había estado incluso por debajo de la media. 

Ludvigsson se preguntaba si estos serían datos significativos o si la muestra sería demasiado pequeña para considerarlos así. Pedía ayuda a Tegnell, pero este le remitía a la Junta Nacional de Salud y Bienestar.

No todos los meses se pueden comparar

En sus publicaciones, el pediatra hizo hincapié en la ausencia de exceso de mortalidad al comparar los cuatro meses anteriores y los cuatro meses posteriores al estallido de la pandemia. Pero no a las cifras que le llevaron a consultar a Tegnell.

Y esto, según ha explicado a Science el también epidemiólogo Jonas Björk, es un error, ya que lo normal es comparar los mismos meses de años diferentes, para tener en cuenta factores que pueden influir. Sería, por ejemplo, el caso de la estacionalidad.

De cualquier modo, este mismo científico ha aclarado que no cree que ese exceso de mortalidad que Ludvigsson obvió se deba en su totalidad a fallecimientos por COVID-19. De ser así, debería haberse reflejado en los registros del sistema de salud y no es el caso. Sería necesario investigar más. 

Lo que está claro es que la búsqueda de inmunidad de grupo no supuso un porcentaje cercano a la conocida como “de rebaño”, pero sí una cantidad de hospitalizaciones y muertes muy superior a la de sus países vecinos. Hoy en día conocemos mucho mejor el virus. Se saben estrategias que pueden evitar el contagio en las aulas sin necesidad de recurrir al cierre de colegios. Y aun así sigue habiendo contagios. El coronavirus es un duro oponente. Por eso, esconder datos sobre él es una manera nefasta de combatirlo.