Hoy en día, los ensayos clínicos permiten que se puedan realizar estudios científicos con humanos sin caer en algunas de las atrocidades del pasado. Cuando no había límites para la experimentación con personas, muchos médicos e investigadores se aprovecharon de los más débiles para realizar todo tipo de experimentos, sin ningún cuidado por su vida. Sin embargo, no todos eran así. Algunos, por no poner en peligro a los demás, optaron por experimentar sobre ellos mismos. Los hay que se dejaron picar por insectos o que consumieron drogas de efectos desconocidos, por el bien de la ciencia. Pero algunos fueron todavía más allá y llegaron a dejarse parasitar. Literalmente. Era una época en la que transportar parásitos no era fácil. Necesitaban darles algo a lo que agarrarse y, puestos a elegir, un médico llamado Claude Barlow decidió hacerlo sobre sí mismo.

Eso sí, en el momento en el que lo hizo no tenía claro cuáles serían los efectos. Posiblemente, si lo hubiese sabido se lo hubiese pensado dos veces.

Una forma curiosa de transportar parásitos

En 1944, el doctor Claude Barlow formaba parte de la Campaña de la División Internacional de Salud iniciada en Egipto en 1929 para encontrar una cura a la esquistosomiasis.

Esta era una enfermedad producida por un gusano parásito del género Schistosoma, que causaba síntomas muy variados, desde dolor abdominal hasta anorexia, pasando por náuseas y heces ensangrentadas.

Allí no disponían de las herramientas necesarias para analizar los parásitos en el laboratorio. Sus colegas de la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos, sí que tenían más recursos, por lo que decidió mandarles una muestra. Enviarlos por sí mismos sería inútil, pues no llegarían con vida. Necesitaban un hospedador en el que transportarlos. Optaron por infectar caracoles, pero estos tampoco llegaban vivos a su destino.

Necesitaba un animal más robusto. Quizás una persona. Por eso, puso su amor por la ciencia por encima de todas las cosas y decidió infectarse él. Se colocó 224 larvas sobre el brazo y dejó que se apoderaran de él durante 21 días. Además, hizo lo mismo con un babuino, llamado Billy, con menos amor por la ciencia y también menos posibilidades de decidir.

El experimento salió fatal

Al poco de comenzar su viaje hacia Estados Unidos, Billy se escapó, causando terror entre los pasajeros. Aunque el incidente se solucionó sin daños, podría haber sido un presagio de que las cosas no iban a ir precisamente bien.

Y es que, ya en ese momento, Barlow había comenzado a experimentar mareos y sudores fríos, según relató él mismo en un estudio que publicó en 1949.

A estos síntomas siguieron otros cada vez peores. Comenzó a tener fiebre, náuseas, dificultad para respirar y sangre en la orina. Pero lo más sorprendente fue cuando empezó a eyacular semen cargado de huevos de parásitos.

Poco después, Billy murió, aumentando la desazón del científico, que por ese entonces ya tenía fiebres mucho más altas y necesitaba orinar cada 20 minutos. Aun así, aguantó hasta llegar a Estados Unidos. Allí, extrajo parches de su piel para retirar los parásitos. Lo hizo sin anestesia, para evitar que esta pudiera dañarlos.

Esperaba que sus compañeros tuvieran caracoles suficientes para infectarlos con todos aquellos gusanos, pero no fue así. Solo había unos pocos, pero el proceso de infección fue un fracaso y no pudo investigarse con ellos. La odisea de Barlow había sido en vano.

Y aún estaba enfermo. Volvió a Egipto, donde se sometió a un duro tratamiento, que le dejó dañado el corazón. Sí que logró terminar con los parásitos, aunque muy lentamente. Fue necesario un año y medio para que quedara totalmente libre de ellos.

En definitiva, todo su padecimiento no sirvió para casi nada. Ese “casi” hace referencia a que, al menos, pudo demostrar que los schistosomas podían pasar al semen y que era posible eyacular sus huevos. Eso es algo que hasta entonces no se sabía; aunque, aun sin preguntarle, podríamos decir con bastante seguridad que es algo que Barlow jamás soñó demostrar.