¿Quién no ha comprobado alguna vez si un preservativo tenía un pinchazo inflándolo o llenándolo de agua? Lo primero no es lo más higiénico, aunque muchas personas lo hacen. Lo segundo es bastante más limpio y el resultado es el mismo. Al fin y al cabo, con ambas se utiliza un fluido, líquido o gaseoso, para comprobar si existen fugas. Esto es aplicable también a globos, mangueras o incluso intestinos. Sí, puede parecer muy rocambolesco, pero en el pasado hubo un médico que se dedicó a introducir hidrógeno por el ano de los heridos de bala para comprobar si habían sufrido una perforación intestinal.
Era un procedimiento pionero, por lo que primero lo probó con perros. Todos sobrevivieron, por lo que parecía seguro, pero aún era pronto para pasar a los pacientes. Por eso, decidió experimentar con el único ser humano al que en ese momento no le parecía una locura: él mismo.
Hidrógeno por el ano, un curioso método para salvar vidas
En 1898, el ejército de Estados Unidos intervino en la guerra de Independencia Cubana, iniciando así un enfrentamiento contra España que terminaría bautizándose como la Guerra Hispanoestadounidense.
Como en cualquier otro conflicto bélico, los médicos militares trataban a diario una gran cantidad de heridos de bala. Hacía apenas 3 años que Wilhelm Conrad Röntgen había descubierto el uso de los rayos X en medicina, de modo que aún no estaban muy extendidos. Por eso, lo habitual con este tipo de heridos era extirpar la bala y esperar que no hubiese causado daños internos. No obstante, a menudo las heridas en el vientre habían causado perforaciones intestinales, incluso si la bala no se encontraba alojada en el intestino. Muchos pacientes morían por este motivo, mostrando los síntomas demasiado tarde para intentar solucionar el problema.
Uno de los doctores que tuvo que lidiar con esta situación fue el cirujano Nicholas Senn. Dispuesto a buscar una solución, comenzó a pensar en los intestinos como una larga cañería, que podría tener fugas, La mejor forma de comprobarlo era introducir algún fluído en ellas. No sería buena idea utilizar agua, pues ya habían muertos algunos pacientes por intentarlo. Pero quizás sí serviría algún gas.
Decidió así probar a introducir hidrógeno por el ano. Se trata de un gas que no daña los tejidos y cuyas fugas pueden detectarse fácilmente gracias a su inflamabilidad. Este era un beneficio añadido, ya que en caso de que las hubiera, se podría aprovechar esa característica para cauterizar la herida con fuego. Todo parecían ventajas, pero era necesario comprobarlo.
De perros al propio doctor
En primer lugar, Senn experimentó con perros. El objetivo era comprobar si era peligroso introducir hidrógeno por el ano. Tras realizar el experimento, algunos fueron sacrificados por otros motivos. Sin embargo, el resto sobrevivió sin problemas.
Parecía una técnica segura, pero escalar de animales a humanos siempre puede acarrear nuevos efectos. Por eso, en vez de recurrir a los actuales ensayos clínicos, decidió realizar un procedimiento mucho más rápido: probarlo en su propio cuerpo.
Tras introducirse seis litros de hidrógeno por el ano, escribió en sus notas que “la distensión del colon causó simplemente una sensación de laxitud a lo largo de su curso, pero tan pronto como el gas escapó al íleon se experimentaron dolores de cólico, que aumentaron a medida que avanzaba la insuflación, y solo cesaron después de que se escapara todo el gas, después de una hora y media”.
En estos escritos relató otros síntomas como “sudoración profusa y pegajosa” y “sensación de desmayo”. No obstante, relató que esta sensación se alivió a medida que experimentó algunos eructos. Desde luego, no era el más elegante de los experimentos, pero ayudó a salvar muchas vidas.
La primera persona que se sometió al procedimiento murió, no por el hecho de introducir hidrógeno por el ano, sino por la gravedad de sus heridas. No obstante, otros muchos después que él salvaron la vida, gracias a que se pudieron detectar desgarros internos con ayuda de este método. Provocar eructos de hidrógeno a un paciente puede parecer incómodo, pero mucho menos que morir por un derrame interno.