En una de las escenas de Malcolm & Marie, Zendaya permanece inmóvil mientras la cámara va de un lado a otro con un pulso levemente tembloroso que recuerda alguna de las escenas de Euphoria. Con la misma sensación de claustrofobia en algunas escenas y la búsqueda de un centro de tensión de un personaje que llena la pantalla, que se hace cada vez más denso de minuto a minuto. Pero lo que realmente sorprende del experimento visual y argumental de Levinson — que trabaja con el mismo equipo de la serie de HBO — es la capacidad para expresar una serie de emociones complejas de forma sutil. La película de Netflix no es la pirotecnia brillante y llena de tensión que podría haberse supuesto, sino un repaso profundo a la naturaleza del dolor, el duelo, el desarraigo y el aislamiento emocional.

Todo en pulcras escenas en un blanco y negro de alto contraste, una serie de monólogos construidos con una precisión desconcertante y dos actores que se miran entre sí a la distancia del resentimiento. Malcolm (John David Washington) es un director talentoso en pleno ascenso y que, además, es consciente del valor de su éxito. Por otro lado, Marie (Zendaya) es una especie de musa extrañamente hermosa, dura y rota.

Todo a la vez y en mitad de una sensación de éxito falso. La película les muestra la noche en que ambos regresan de un estreno de formidable éxito, que podría — o no — llevar la carrera de Malcolm al lugar que ha esperado por años. Pero para él — obsesionado con su capacidad, identidad étnica, dolor — y para ella — solitaria, herida y furiosa — el lugar en el que viven es un lujoso campo en el que se enfrentarán con una cierta violencia moderada.

'Malcolm & Marie' a vueltas con el bien y el mal

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Sam Levinson retrata la capacidad artística y la necesidad creativa en una película inclasificable. En sus puntos más altos, Malcolm & Marie es un recorrido inquietante por la idea sobre el bien y el mal interior expresado en ideas. Es los bajos, es un recorrido por el ego, el miedo y una cierta torpeza del guion para elaborar una conexión entre el público y la versión del arte como vehículo de poder que Levinson muestra como una experiencia de audaz maniobra argumental.

¿Funciona? Lo hace en la medida en la que el director hace cuestionamientos y muestra el talento de sus actores para enfrentarse en monólogos agrios que se hacen cada vez más duros de asimilar, y al final se convierten en ataques directos. Malcolm desea el reconocimiento, Marie necesita reconocerse en la obra del hombre que ama. Pero ni el creador ni su reticente musa tienen la suficiente conexión emocional para encontrarse como reflejos uno del otro.

Para los fana de Euphoria habrá momentos que podrán reconocer el ritmo y el tono de la serie. No obstante, Levinson deja atrás sus tic y maniobras habituales, para convertir el tiempo en pantalla en una reflexión casi maligna sobre los dolores de la vanidad moderna. No es un tema sencillo, tampoco uno en el que medite con especial facilidad, pero que elabora una conexión entre Marie y Malcolm que resulta venenosa. Y esa animadversión que nace del amor, esa tensión irrespirable y sin duda, cada vez más insoportable es lo que hace de la película una pieza hipnótica.

Una Zendaya menos adolescente, pero no mejor que en 'Euphoria'

Zendaya va de un lado a otro dejando atrás a sus personajes adolescentes, extraños y a menudo confundidos. Su Marie es una mujer llena de dolor, furia y un pasado. El Malcolm de Washington es pura angustia contenida, violenta y que se degrada a mera amargura a medida que el film avanza. Levinson maniobra como puede con la idea de que el mundo entre ambos personajes se está resquebrajando, mientras el éxito finalmente llega, al menos para él.

Marie está furiosa: siente que su vida, plasmada en el largometraje de Malcolm es un experimento que salió muy mal. Cuando las recriminaciones se enlazan en algo más elaborado y duro, la película se hace casi insoportable en su irrespirable densidad agridulce.

Por supuesto, hay una buena cantidad de crítica al cine como industria, a la codicia ególatra de un mundo creado para el lucimiento exclusivo de algunos elegidos. Malcolm podría representar a toda una nueva generación de artistas, consumidos por su necesidad de enviar un mensaje valioso en un mundo superficial. Levinson se burla de forma discreta del Hollywood en busca de significado, también de su cualidad intelectual (rota y desbordada) por una percepción del peso de un discurso que no existe. Mientras Marie se siente aplastada por la mera ambición de Malcolm, él va de un lado a otro del carísimo piso alquilado por los productores haciendo referencias a glorias del cine como Billy Wilder, Elaine May, Spike Lee y Barry Jenkins.

Todo mezclado en un pretencioso discurso del cual ella se burla con una crueldad, que al final no es otra cosa que decepción.

Tensión, pero no la suficiente

Sam Levinson intentó crear con Malcolm & Marie la misma tensión escénica y dramática que sus últimos trabajos. Desde la primera temporada de Euphoria hasta los dos capítulos especiales de la serie transmitidos hace pocos meses, el director construyó un lenguaje basado en espacios pequeños e irrespirables. También utiliza el recurso de dos personajes y la condición agotadora de la épica del desarraigo que se convierte en algo más elaborado.

Pero Malcolm & Marie no logra el nivel de virtuosismo de su experiencia episódica, a pesar de tener momentos de una crueldad asombrosa y también, de una belleza temible. La condición humana sometida al tiempo, al dolor y al peso de sus expectativas se diluye en la necesidad del director de crear un campo de batalla poco común. Pero falla al analizar el pesar como algo más que un fuego de artificio.

Para cuando Malcolm comprende la medida de la brecha que le separa de Marie, el film dejó atrás sus momentos más dolorosos y abarca el odio como un escenario radiante. El director construye una fina frontera entre ambos, pero quizás, se necesite un poco más de solidez en la versión de la realidad que construye Levinson para entender su contundencia.

Por ahora, Malcolm & Marie parece el ensayo de una obra superior que no llegó a lograrse. Sin duda, su mayor defecto.

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