La primera temporada de Dickinson sorprendió por mostrar a una mujer en plena ebullición de talento. Encarnada por Hailee Steinfeld, el personaje se alejaba de la imagen canónica de la escritora. Pero la Showrunner Alena Smith decidió reconstruir esa percepción sobre el talento en estado puro de Emily.

Para eso, tomó la audaz decisión de construir un personaje a la medida de una nueva generación. La Dickinson en pantalla es una mujer llena de un poder real. Talento y temperamento se unen para sostener un tipo de energía voluntariosa que convierten a la poeta en algo más que un mero nombre en la página de un libro.

En realidad, se trata de un tránsito de enorme valor argumental entre lo que Emily puede ser como figura histórica y el personaje que relata la historia, rodeada de un mundo del que resalta como un destello de ira y ferocidad deslumbrante.

Por supuesto, con una premisa semejante, la segunda temporada era una incógnita para los devotos seguidores que convirtieron la primera en un éxito imprevisible. ¿Lograría Smith mantener el mismo tono fresco y desenfadado? ¿Llevaría a cabo la inevitable transición a un tono mucho más maduro y adulto? ¿Lo esencial de la serie podría sobrevivir al requisito inevitable de transitar una línea argumental por completo nueva?

Sin duda, Dickinson tenía el complicado reto de lidiar con las expectativas de una audiencia fiel y el moderado fenómeno a su alrededor. Una situación que más de una serie no logra superar con facilidad.

El éxito a medio camino de 'Dickinson'

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Dickinson tampoco lo logra del todo, pero al menos, logra superar la prueba de fuego de conservar su identidad.

La segunda temporada —cuyos tres primeros capítulos se estrenaron la semana pasada en Apple Tv Plus— demuestran que la serie pudo lograr una apreciable evolución y hacerlo en sus propios términos. Además, Dickinson regresa con la evidente decisión de permitir a su personaje crecer y hacerse mucho más creíble, algo que había sido una de las críticas recurrentes durante la primera y en especial, a medida que el personaje encarnado Steinfeld tomó vida propia.

Para su nuevo trayecto, la actriz dota a Emily de una renovada necesidad de comprender los límites de su talento. Pero también de un recorrido tenaz por la oposición del mundo que le rodea. Juntas, ambas cosas elaboran un concienzudo análisis sobre el reconocimiento, la fama, pero en especial, la forma en que se comprende la creación como parte de la identidad.

De hecho, el personaje medita sobre el particular en varias de las escenas más relevantes de la temporada. La Emily que ahora toma en serio la poesía y se cuestiona sobre qué la separa del resto de quienes le rodean, se pregunta sobre su personalidad, espíritu y temperamento. Como si todo lo anterior fuera un conjunto de ideas con la que deberá lidiar para comprender a la mujer que es y en la que se está convirtiendo.

Pero no pierde su caracter existencial

Claro está, que las preguntas existenciales de Emily han sido buena parte de la columna vertebral del argumento de la serie. Desordenada, llena de vida, audaz y con un extrañísimo sentido del humor. Es una colección de extravíos y contradicciones que seduce y asombra.

La nueva temporada lleva el rasgo a una dimensión nueva y hace énfasis en la cualidad de la futura poeta de construirse a sí misma. En esta ocasión, la labor es doblemente importante, porque Emily decidió que quiere escribir — ya lo había decidido por supuesto, pero ahora es un pilar vital — y hacerlo desde el conocimiento de su mundo interior. Y es esa plenitud de artista en busca del sostén de su obra lo que hace de la segunda temporada de Dickinson una travesía brillante a través de todos los pequeños elementos que hacen a su personaje único.

Emily vuelve a hacer gala de todo su extraño sentido del humor, de la intensidad de sus sentimientos y mente inquisitiva.

La falta de consistencia en algunos momentos de 'Dickinson'

No obstante, la serie parece tener problemas para tomar todo ese entusiasmo y crear un argumento sólido que pueda sostenerlo. Hay muchos chistes, conversaciones con doble sentido, divertidas parodias del acto de escritura y en particular, la forma en que Emily comienza a recorrer el largo trayecto para encontrar su identidad literaria. No es sencillo y sin embargo, el programa parece más interesado en la actuación de su personaje principal que en profundizar en la historia.

En una época en que el reconocimiento es poco menos que vulgar, la Emily de Dickinson atraviesa los espacios incómodos de cuestionarse la necesidad que su poesía sea algo más que un vehículo artístico y se convierta en motivo de toda su existencia. O al menos, en una profesión. Pero Smith prefiere seguir con atención los tropezones, risotadas y alegre ferocidad de su personaje, que reflexionar sobre sus puntos oscuros.

La madurez de Emily — notoria en algunos puntos, inexistente en otros — es solo una excusa para las preguntas acerca de la obra artística como espejo. Pero la serie no ofrece las respuestas, que el argumento podría necesitar. Quizás, la fractura de guion hace que su vuelta a pantalla sea una pequeña decepción, a pesar de conservar intacto su esplendoroso encanto.

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