Sin duda, la intención del Charlie Brooke (creador de Black Mirror) con su mockumentary Death to 2020 es burlarse de cada suceso durante un año incierto.

El argumento está construido a la medida de un negrísimo humor y tiene todo los elementos para analizar los últimos meses desde una perspectiva retorcida. Pero a pesar de las buenas intenciones y la habilidad del realizador por crear un resumen pormenorizado del 2020 basado en la burla y la ironía, Death to 2020 falla en la concepción y el ritmo.

Para su primera media hora, el mockumentary deja claro varias cosas: que recorrerá el año en un apresurado resumen sin mayor consistencia, y que hacer crítica burlona en un año doloroso lleva más esfuerzo que la simple provocación.

Eso, a pesar de su extraordinario elenco de lujo que lleva la parodia a una dimensión elegante. Quizás el punto más fuerte del film. Desde el historiador interpretado por Hugh Grant, el periodista cínico encarnado por Samuel L. Jackson, hasta la Reina Isabel “Segunda Parte” a la que da rostro Tracey Ullman. El grupo de actores logra crear la sensación de una conversación ininterrumpida acerca de los eventos más extravagantes y trágicos. No obstante, el guion no tiene la suficiente solidez como para que las diferentes percepciones sobre los temas que toca tengan una concordancia entre sí.

El resumen va entre chistes obvios, hasta parodias innecesarias, para luego abarcar sucesos de naturaleza dolorosa con una mirada ambigua que no tiene mayor interés.

El humor está ahí, el ingenio también, pero tal pareciera que Brooke no puede empalmar ambas cosas en un discurso coherente. O al menos, en uno que pueda tener la misma potencia para mostrar la realidad y sus dilemas.

'Death to 2020' también aborda la muerte de George Floyd

Uno de los momentos más complicados del programa es cuando debe analizar lo ocurrido alrededor de la muerte de George Floyd y las protestas a su alrededor. El tono del show cambia, y no logra encontrar la manera de traducir la gravedad de lo ocurrido en las calles de EE.UU. más allá de una crítica somera a Trump. Lo hace con una cierta distancia que hace de compromiso con la polémica algo más sesgado de lo esperado.

De hecho, el principal problema de Death to 2020 es la profusión de propuestas que no llegan a ninguna parte. Puede deberse al hecho de que el guion tenga nada menos que 18 guionistas acreditados, lo que provoca una conmoción de discursos que se entrecruzan entre sí en paralelo.

El film desea decir muchas cosas a la vez, pero en realidad lo único que consigue es una especie de colección de retazos de chistes incompletos.

De modo que, mientras el personaje de Samuel L. Jackson pondera sobre que George Floyd es considerado un ser humano solo fuera de EE.UU., el omnipresente narrador (Lawrence Fisburne) pasa a relatar la forma en cómo las violentas protestas callejeras solo pusieron en evidencia la torpeza de Trump para ocultar su agenda e intereses. Todo a la vez y con pequeños fragmentos de información verídica transformada en comentarios burlones, que son efectivos en la medida que forman parte del conjunto.

El falso documental de Netflix perdido en sus tramas

Death to 2020

Death to 2020 no sabe muy bien a dónde se dirige. Hay una notoria presión interna por tomar el control de la dirección del falso documental de Netflix, que va de un lado a otro como si se tratara de una discusión de puntos de vistas encontrados y sin forma. Por supuesto, la intención de confrontar y el film no deja de hacerlo.

Por un lado Dash Brackett (Jackson) ficticio reportero de New Yorkerly News, lleva un hilo cínico y frío que de alguna forma conduce al espectador al lugar más efectivo del film: esa forma de analizar con dureza un escenario de cambios bruscos e incompresibles. Al otro lado de la barrera, se encuentra el profesor de historia interpretado por Hugh Grant, Tennyson Foss, que mira todos los sucesos con una seca percepción académica, que resulta graciosa (o debería resultarlo).

Pero el diálogo entre ambos personajes solo es sugerido y se pierde muy pronto entre la colección de “entrevistas” que van desde chistes básicos a otros mucho más provocadores. La tensión está muy cercana a la superficie, y en varios momentos es notorio que la crítica puede ser durísima y bien empleada. Pero el ritmo decae en medio de burlones comentarios sobre el color de piel de Trump y su relación con Melania.

Y, por supuesto, las conspiraciones

Una y otra vez, el efecto se repite: la magnífica caricatura sobre los creyentes en las teorías de la conspiración encarnada por Cristin Milioti muestra el lado inquietante del conservadurismo trumpiano. Solo para pasar después a una serie de pequeños sketch en que la ironía se disuelve en otra cosa.

Y aunque Death to 2020 tiene la suficiente capacidad para mantener el interés durante su hora y media de duración, es inevitable preguntarse como habría resultado el experimento con un argumento más ordenado y una confrontación más directa.

¿Qué habría ocurrido de dar más espacio a la psicóloga interpretada por Leslie Jones y que tiene de hecho, la visión más certera sobre la realidad? ¿Cómo habría resultado la burla dando más espacio a la “portavoz no oficial” de la Casa Blanca a la que encarnó Lisa Kudrow para mostrar las grietas del republicano promedio?

Death to 2020 tiene todo para evolucionar y sostener una mirada dura y brillante sobre un año que sacudió a nuestra cultura, pero no logra utilizarla todas sus armas. O no al menos, no de la manera en que lo había prometido, lo cual por supuesto es una decepción.

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