Nuestro sufrimiento viendo Menéndez: El día del Señor (2020), segundo largometraje del catalán Santiago Alvarado, al menos puede servirnos para ejemplificar lo difícil que parece ocuparse de un filme de terror, sea o no sobre exorcismos, y que llegue a buen puerto. Antes de dirigir el desagradabilísimo corto “Rape and Dead” para la película recopilatoria Barcelonorra (2012) y el falso documental Capa caída (2013), cutre y no del modo deliberado que pretende, sin ingenio alguno ni buen ritmo, el realizador había trabajado en Tapas (José Corbacho y Juan Cruz, 2004), El perfume: Historia de un asesino (Tom Tykwer, 2006) o Indomable (Steven Soderbergh, 2011).

Y aquí se nota mucho su voluntad resuelta de ofrecer un producto digno de género tras su ópera prima superheroica, y probablemente Netflix no hubiera aceptado otro planteamiento para producir esta película y estrenarla en su plataforma internacional. De manera que tanto la pulcritud en la planificación y el montaje como el tono solemne responden a este propósito. El problema es que el guion, escrito a cuatro manos con Ramón Salas como Capa caída, deja que desear y la casi constante intensidad dramática, con pocos respiros para su protagonista y el espectador, hacen que las interpretaciones se resientan en su credibilidad y de Menéndez, una obra bastante cansina en este sentido.

menéndez: el día del señor santiago alvarado netflix crítica
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El tira y afloja entre Raquel (Ximena Romo) y el padre Menéndez (Juli Fàbregas) nunca resulta interesante, y los volantazos anímicos de la joven, ni tan siquiera verosímiles. Por otro lado, se pasa media película sin que suceda nada de envergadura o un pelín llamativo, y los momentos con destellos ocasionales de paranormalidad son minúsculos, jamás terroríficos de veras ni lo pretenden, y de ningún modo justifican el esfuerzo de ver este filme, como tampoco hacia dónde nos conduce en su desarrollo casi por completo predecible. Y sus elementos insustanciales y ridículos apuntalan esta opinión infeliz.

Además y por si todo lo anterior fuese poca cosa en los denodados esfuerzos de Santiago Alvarado para acabar con la paciencia maltratada del espectador, cuando empiezan los desangelados giros narrativos y ocurre algo por fin, Menéndez se transforma en aquello por lo que el director ya había demostrado un interés evidente en Rape and Dead: un festival de sadismo pueril que no puede ser más tópico y durante el que, oh, no se propasa con el sirope de fresa como falsa hemoglobina, pero para el que tampoco se le ve tacaño con los efectos de sonido ni con otras decisiones que nos causan incomodidad.

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La banda sonora de saldo ha sido compuesta por Néstor Romero Clemente (Psychophony), habitual de Santiago Alvarado desde su corto, y uno no recuerda ni una sola nota tras el logo final de Netflix. Y el reducido reparto hace lo que buenamente puede y no sería justo no reconocerlo, desde Juli Fàbregas (El grupo), al que ya habíamos visto en la película previa del director, Capa caída; Ximena Romo (Un extraño enemigo), en un papel para el que no chirría aunque casi doble la edad del personaje adolescente; o Hector Illanes (Sr. Ávila) como Sebas hasta la anecdótica Dolores Heredia (Capadocia) en la piel de Marisa.

Si uno pudiera decir que Menéndez incluye alguna idea curiosa en su libreto o en su propuesta visual que argumente así razones para su existencia, la sensación de tiempo perdido del que se haya sentado a contemplarla no sería tan manifiesta ni tan abrumadora. Pero no hay más remedio que admitir que, no solamente no nos propone nada novedoso, sino que encima se lanza de cabeza a un montón de recursos mil veces vistos en el género. Y, para rematar la faena, en su escena última, que implica un impertinente final abierto, se decide por una típica bofetada audiovisual con un grito que no debería dar pie a ninguna otra en el futuro.

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