Desde hace semanas atrás, se había anunciado — en medio de un cierto aire de misterio — que la cantante Taylor Swift llevaría a cabo un concierto con aires de documental que sería transmitido a través de Disney Plus. Finalmente, el evento llegó a la plataforma para cumplir lo que prometió: una velada íntima con una de las cantantes más populares de la última década.
Como ya había anunciado Disney Plus, Taylor Swift interpretó cada canción en del albúm Folklore (que llegó a las listas mundiales el 24 de julio de 2020) y además, contó algunas historias y secretos alrededor de las 17 composiciones. El espectáculo tuvo la connotación de una evidente evolución en la forma en que la cantante se relaciona con el público y en especial, con su imagen como cantante, luego de la muy pública batalla legal que atravesó semanas atrás.
El documental titulado Folklore: The Long Pond Studio Sessions fue además, una especie de sorpresa con motivo de las fiestas en Estados Unidos, en una estrategia con la que el canal por suscripción online de la factoría del ratón Mickey busca capitalizar su lado más familiar, dedicado al entretenimiento puro.
Con un aire introspectivo y amable, la producción capta la idea general que Taylor Swift compone en un ejercicio de catarsis y como una válvula de escape a sus emociones. El documental es una mirada renovada al viejo formato unplugged popularizado por canal por cable MTV durante los años noventa: la obvia referencia permitió a Taylor Swift no solo convertir la presentación en una forma de reflexionar sobre uno de sus álbumes más personales, sino además brindar un nuevo lustre a su imagen después de la tensión pública a la que ha estado sometida durante semanas.
De hecho, se ha rumoreado que la estrategia de la cantante junto con Disney Plus busca brindar a Swift la oportunidad de mostrar una faceta mucho más privada de su vida, como lo es — o al menos en teoría, podría serlo — la forma en que la música puede brindar consuelo en los momentos más complicados y duros.
El metraje une también a la cantante con el compositor y productor discográfico estadounidense Aaron Dessner de The National y el productor Jack Antonoff de Bleachers, ambos muy cercanos a Taylor Swift. Lo que acentúa el aire de intimidad y camaradería que sin duda, los productores deseaban expresar. El escenario fue escogido como una localización real: se trata de una granja abandonada al Norte del estado de Nueva York acondicionado para que la grabación fuera lo más realista y también, lo más cálida posible.
Todas las decisiones estéticas y visuales parecen vinculadas con la conocida tradición estadounidense de los conciertos en escala pequeña, que a lo largo de la historia musical del país han permitido a artistas como Elvis Presley y Bob Dylan, llegar a un nuevo nivel de cercanía con sus fans.
Como lo había prometido durante la promoción, Swift cuenta los secretos que guardan cada una de las 17 canciones que contiene Folkore, lo que es de hecho uno de los puntos más interesantes de lo que por otro lado, es una producción conservadora que no toma decisiones especialmente creativas en la forma de reinventar el formato.
Sin que sea una sorpresa para nadie, Swift admite que uno de los autores acreditados de varias de las canciones del álbum, son obra del talento de su actual novio, Joe Alwyn. Es el momento ideal para que la cantante se muestre mucho más humana y cercana de la que suele ser su actitud habitual: Swift habla sobre sí misma, pero también se mira como algo más que una figura pública.
Hay un elemento de considerable interés en la forma eficaz en que Folklore: The Long Pond Studio Sessions permite comprender el significado de la música para Taylor Swift, sus interesantes relaciones con su creación artística y lo que es aun más importante, el peso que sus composiciones y trabajo tienen en la manera en que se mira. Un giro brillante para completar el largo recorrido de la artista de icono pop impersonal a una figura poderosa que intenta encontrar su lugar en la historia de la música norteamericana.
La forma de reflexionar sobre el mundo en medio de la pandemia también es la adecuada y es quizás uno de los grandes triunfos de este concierto, que sustituye en cierta forma la ansiedad por eventos públicos de envergadura y brinda una mirada amable a la necesidad del público por reencontrarse con sus figuras favoritas. Swift — o su equipo de producción — toma la decisión de cantar alejada de luces de los tabloides que narran con obsesivo detalle su vida privada y pública, por lo que recrea de una forma u otra la intimidad del espacio doméstico, la privacidad de la música que sostiene los momentos privados en una época especialmente dura para buena parte de un país en cuarentena.
Pero la cantante no lo muestra como un hecho directo: en realidad el gran triunfo de Folklore: The Long Pond Studio Sessions es dejar todo a la atmósfera amable y en especial, al recorrido inteligente por la capacidad de Taylor Swift para narrar, a través de la música, su renacimiento a través del esfuerzo del talento y los espacios primordiales de un año en especial duro.
Simple, discreto y sin tomar decisiones audaces en cuanto a escenografía o construcción del valor oral de la música, Folklore: The Long Pond Studio Sessions es un buen complemento para un álbum popular, un regalo hermoso para una audiencia que quizás necesita consuelo y sin duda, una mirada renovada sobre la figura de Swift.
No seremos tan cínicos para decir que se trata de un formidable y estratégico movimiento comercial, pero sin duda habrá quien lo piense en un momento u otro.