Una de los momentos de los elementos más desconcertantes de The Empty Man, de David Prior, es que tiene quizás el prologo más innecesario y largo de película de terror alguna estrenada en los últimos diez años. De hecho, tan extensa es la explicación — y sobre explicación — del director David Prior sobre los orígenes de su argumento, que pasados algunos minutos la secuencia entera parece una película dentro de la película, lo que jamás es una buena noticia si se analiza por el nivel de impacto que puede o no causar en la audiencia.

Prior parece tener una considerable necesidad de detallar punto a punto y con la mayor elocuencia posible el origen de lo que nos encontraremos después, pero en especial que no quede duda del carácter maléfico y temible del posible fenómeno.

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Para eso, recurre todo tipo de trucos de cámara, argumento y guion que convierten a los primeros minutos de la película en el gran interés narrativo del conjunto: cuando cuatro excursionistas recorren el Sur de Asia y se adentran en las montañas y cuevas, desatarán una maldición que Prior muestra desde una oscuridad espeluznante pero en especial, una tensión que se echará de menos en el resto del film.

Hay una cúmulo de minuciosos detalles que transforman lo que debería ser una invitación a descubrir la criatura que sostiene la historia que se narrará en pantalla, en una exagerada vuelta de tuerca hacia algo más vacío. Como si se tratara de un corto independiente al resto del argumento, la secuencia abre y cierra con la sensación que no coincide con el resto del ritmo o el tono de la película, algo que de inmediato amenaza la profundidad como discurso.

Adaptación de la novela gráfica del mismo nombre de Cullen Bunn y Vanesa Del Rey, la película trata de captar la atmósfera aprensiva, oscura y por momentos dolorosa del original con una serie de pequeños trucos de guion que tienen más relación con el género de asesinos en serie (a la película rinde un evidente homenaje) que con el de terror.

En manos más hábiles, la combinación podría haber resultado eficaz, pero Prior — que ha compartido créditos en varias producciones con David Fincher — no logra emular a su evidente referente para hacerse preguntas más profundas acerca de lo sobrenatural y como se relaciona con la muerte, en medio de una mezcla poco afortunada de discursos y matices que no lleva a ninguna conclusión.

Una vez que acaba el prologo (y deja la insólita sensación que hay varias líneas argumentales de naturaleza misteriosa que resultan incompletas), la película da un salto temporal al 2018 y nos encontramos en Webster Mills, Missouri, una pequeña ciudad diminuta en la periferia de St. Louis y en la que están ocurriendo sucesos extraños que como no parecen tener relación con la maldición a marras cuyo origen acabamos de presentar.

Pero para analizar el puente entre ambas historias (sobre todo, cuando tanto una como la otra se perciben como trozos de información por separado) se necesitaría al menos, un recorrido más o menos creíble sobre el tránsito de lo sobrenatural de un extremo a otro del mundo, de las historias que le unen o incluso, algo tan sencillo como una idea global sobre el poder de la leyenda que se insinúa a la periferia.

Pero Prior no parece en absoluto interesado en nada semejante, de modo que dedica una buena cantidad de tiempo a mostrar la vida del ex policía James (James Badge Dale), que se encuentra en plena investigación informal sobre la desaparición de la hija de su amante de años atrás. Las pesquisas le llevan a conocer a Davara (Samantha Logan) quien finalmente le contará a James (y a la audiencia), el enrevesado concepto de The Empty Man.

A mitad de camino entre la creepypasta tradicional al estilo de Slender Man y también cercano temible Candyman, el espectro al parecer puede ser convocado de forma casi accidental, lo que claro está, provoca situaciones desconcertantes sin apenas provocación.

Por supuesto, la chica desaparecida convocó a la criatura y buena parte de la película recorre todo lo referente a las leyendas urbanas malditas a la que el centro del argumento parece hacer referencia. Pero mientras Bernard Rose logró que su Candyman fuera una presencia imponente y terrorífica capaz de crear una atmósfera con su mera presencia, el Empty Man de Prior tiene más parecido con la Samara de Gore Verbinski que con la inquietante versión de un monstruo capaz de nutrirse de los miedos inconfesables para prosperar.

La secuencia de la maldición es sencilla— el Empty Man te matará tres días después de ser convocado y al final desaparecerá — pero no hay elementos que puedan hacer más sustancioso o al menos comprensible, el tránsito desde su aparición hasta el asesinato que comete.

Hay algo abstracto y absurdo, en la manera que en Prior cuenta la transición entre el anuncio de lo macabro y los sucesos terroríficos propiamente dichos, lo que rompe la tensión sobre lo que la historia puede o no decir sobre esta criatura despiadada a la que James deberá enfrentarse antes o después. En lugar de eso, el guion mezcla toda una serie de referencias de películas semejantes y lo hace con tan poco tino que para la mitad del metraje, la película es una combinación de fragmentos sin lógica ni tampoco objetivo, sobre el miedo encarnado en una figura atemorizante.

Como si eso no fuera suficiente, en determinado punto el guion al parecer deja de interesante contar la historia sobre el Empty Man y comienza a elucubrar sobre todo tipo de teorías sobre la transmisión de lo sobrenatural, el contexto y sus riesgos, como si responder a una serie de preguntas pretenciosas pudiera dotar de cierta lógica a lo que ocurre en pantalla.

El mito (que con tanto esfuerzo la película intentó mostrar en su prologo), termina por derrumbarse en una serie de lugares comunes cuya mayor relevancia, son los escasos momentos en que se concentra en lo que en realidad importa en el argumento: la raíz del mal misterioso que asedia no importa la distancia y el tiempo.

Prior tenía grandes ambiciones con su película, a la que dota de una paleta de colores cobriza y gris, además de una atmósfera decadente que, en cierto punto, es lo único destacable en una película chata y sin mayor relevancia. Pero más allá de eso, Empty Man es una colección de clichés tediosos, que terminan por carecer de lógica y de forma. Una especie de resumen desordenado del terror en su estado más puro. Un anuncio de una historia que pudo ser más poderosa que un conjunto de imágenes impactantes tan superficiales como su concepto sobre lo monstruoso.