Si algo se echa de menos en The Silencing, de Robin Pront, es que el argumento brinde cierta tridimensionalidad a los personajes. A cualquiera de ellos. Todos son versiones más o menos idénticas de clichés cinematográficos que el cinéfilo avezado conoce al dedillo: desde el padre esforzado, lleno de sufrimiento y abrumado por la culpa hasta la mujer policía, símbolo de la justicia y la rectitud. Pero Pront, no solo no logra superar el escollo de lo evidente, sino que además parece incapaz de avanzar más allá de la idea del terror convertido en una fórmula repetitiva. La película, que guarda una preocupante semejanza con una serie de filmes muy semejantes sobre terrores furtivos escondidos al fondo de la mente de los hombres y bajo la sombra de un bosque misterioso, tiene enormes ambiciones pero pocos recursos para relatar una historia que desde su primera escena y resulta tópica.

Un asesino en serie escogió un bosque de Minessota para matar y, en una alegoría más que obvia, el cazador Rayburn Swanson (Nikolaj Coster-Waldau, el recordado Jamie Lannister en Juego de tronos) le rastreará a través de todo tipo de pistas falsas y giros de guion inverosímiles, mientras el argumento intenta desplegar un juego del gato y el ratón tan poco creíble que, al final, resulta casi paródico. Si el director deseaba elaborar un cuidado recorrido por los inhóspitos caminos de la redención en medio del dolor y la violencia, solo logró obtener una una mezcla poco afortunada en la que sobresale la incapacidad del argumento para sostener —en la forma que sea— la historia que desea contar.

Por supuesto, el personaje de Coster-Waldau es una colección de lugares comunes: desde el alcoholismo superado con esfuerzo hasta el trauma por la desaparición de su hija (que el actor muestra con una serie de expresiones rígidas sin mayor significado), el cazador es la encarnación de la culpa, el dolor moral y, sobre todo, la búsqueda recurrente e impaciente de una forma de restañar las heridas del pasado. Pero el guion de Micah Ranum no explora demasiado el conflicto, ni tampoco tiene un especial interés en brindar capas de profundidad a un personaje cuyo único objetivo parece ser levantar el arma y utilizar toda su habilidad como rastreador, en busca del asesino en serie que da nombre a la película.

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Wildling

Por supuesto, las historias que enlazan la necesidad de reivindicación con la obsesión por resolver crímenes de toda índole son con frecuencia un vehículo sencillo para mostrar la dureza del sufrimiento, los paralelismos del mundo emocional y, al final, al agresor como un emblema del miedo, que encarna todo tipo de inquietudes colectivas. Pero Robin Pront solo desea mostrar la forma en que Swanson ha convertido la posibilidad de que el posible asesino de su hija ataque de nuevo, en una esperanza perversa para resolver sus conflictos emocionales e incluso la herida psicológica que le convierte en una bomba a punto de estallar.

El director evade explicaciones profundas sobre el comportamiento del cazador, lo que provoca que incluso los conflictos a su alrededor —la ex esposa embarazada que intenta que firme el acta defunción de la hija desaparecida— pierdan lustre y significado. Al final, el mundo interior de Swanson no importan demasiado, una vez que el asesino —tal y como era previsible— reaparece y la anunciada persecución comienza. Pront intuye que el morbo es lo que ha mantenido al público moderadamente interesado en su película, de modo que muestra a la mujer asesinada con la laringe cercenada como un trofeo visual, una especie de gran punto de apoyo que termina por disolverse en medio de la maraña de situaciones sin sentido que ocurren a continuación.

Quizás el mayor problema de Robin Pront sea intentar que el filme funcione a partir de una combinación de registros: al cazador le impulsa el odio, la venganza y el dolor, y al asesino, en apariencia, la crueldad y un tipo de ferocidad implícita. Mezclado todo lo anterior, podría tener un resultado inquietante, mucho más con el bosque como contexto simbólico y las versión claustrofóbica de la naturaleza, que también es una amenaza a su modo.

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Pero Pront no se detiene en semejantes sutilezas y le parece mucho más importante mostrar armas, cámaras de seguridad, flechas que vuelan en la oscuridad e incluso una cauterización en carne viva, tan semejante a la de cualquier película de acción al uso que el argumento decae de inmediato al no poder abarcar todo a la vez. Claro está, Swanson es un hombre en busca de saciar el sufrimiento a través de la decisión de luchar contra el asesino que ha decidido convertirse en un depredador temible, pero el guion no logra sostener un hilo tan sugerente y lo evade con evidente torpeza. Al final, solo se trata de un enfrentamiento entre dos personajes antagónicos en un contexto complicado, sin mayor atractivo y profundidad.

Para rematar los numerosos clichés, Swanson tendrá que enfrentar en mitad de la búsqueda al alguacil del pueblo, Alice Gustafson (Annabelle Wallis), quien también desea resolver el crimen por motivos emocionales. En su caso, se trata de un hilo tan enrevesado que necesariamente debió ser construido para anteponerse al conflicto de Swanson o, al menos, crear una tensión poderosa entre ambas versiones de la verdad. Alice desea demostrar que su hermano Brooks (encarnado por Hero Fiennes-Tiffin, que interpretó al Voldemort de once años de la película Harry Potter y el misterio del Príncipe, de David Yates) no es el asesino a pesar de que, cómo no, todo apunta a que podría serlo. Para el agente Gustafson, la culpa es un peso invisible: luego de la muerte de sus padres, debió cuidar a su hermano pero no lo hizo. De modo que, ahora, su forma de expiación es, al menos, limpiar su nombre.

Pero lo que podría haber resultado en una lucha de voluntades o en una aproximación a los terrores ocultos de la mente, tan terribles o peores que los reales, termina por convertirse en una floja versión del habitual suspense basado en descifrar —y en esta ocasión, dejarse engañar— por las argucias del asesino. Temas de interés como la actuación al margen de la ley de Swanson, lo que podría haber ocurrido con el hermano de Gustafson o cualquier otro asunto que pudiera brindar interés al argumento, se pierde en largas tomas panorámicas y un despliegue armamentista tecnológico. Lo más preocupante parece ser la simplificación de los conflictos rurales, de lo que se esconde en la aparente arbitrariedad de la actuación de un hombre capaz de matar y crear escenarios complicados en medio del vacío. Al final, Robin Pront resuelve la trama al buen estilo, con una línea de situaciones disparatadas que no llevan a ninguna parte. Como si el entorno silencioso al que hace referencia el título original del filme fuera más una amenaza que una descripción de la historia en pantalla.

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