Durante los últimos meses, el mundo del cine ha intentado explotar con relativo éxito la noción sobre el confinamiento y el mundo puertas adentro: desde la exitosa antología Homemade, de Netflix, hasta Host, de Rob Savage, la cuestión sobre el terror de la paranoia, el miedo al enemigo invisible puertas afuera y la condición sobre el mundo pospandémico han sido un motivo de constante debate visual. Incluso en el Especial de la pandemia que incluyó la veterana de las series animadas South Park en su nueva temporada, se hicieron durísimos cuestionamientos acerca la nueva realidad, la forma en que la percibimos y la aproximación de la vida luego de un trauma generacional de la envergadura de la pandemia mundial.

No obstante, es quizá She Died Tomorrow, de Amy Seimetz, la película que mejor retrata el miedo, la paranoia y la angustia irracional que la pandemia ha traído como consecuencia en ámbitos y escenarios distintos. A pesar de que la directora no intenta plasmar el clima y la tensión actual en los momento más duros de la cuarenta mundial, el filme tiene un aire crispado y elocuente que le permite reflejar algo mucho más duro de lo que pareciera en un principio.

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Rustic

El argumento —mezcla de terror con tintes de drama— consigue recrear de manera convincente la noción de lo terrorífico a través de la experiencia individual que se convierte en multitudinaria, y a la vez extrapolarlo sobre la forma en que la histeria colectiva, el miedo sin rostro y, al final, la desesperación pueden convertirse en un monstruo mucho más peligroso e incontenible que cualquiera de índole sobrenatural. Lo más interesante de la obra de Seimetz es su capacidad para englobar tanto lo que ocurre frente a la cámara como lo que se sospecha y se insinúa, en una combinación de pulso preciso que convierte a la película en una inquietante experiencia emocional.

Por supuesto, She Dies Tomorrow es un filme de género y, como tal, profundiza en el terror de lo cotidiano: Amy Seimetz establece con pocos recursos y una brillante puesta en escena la sensación incómoda de que la tensión en el ambiente está a punto de romperse, algo que además consigue sin recurrir a un discurso para elaborar una propuesta. La directora solo muestra la tensión y lo hace con una serie de elementos corrosivos que resultan incómodos de inmediato: música estruendosa, puertas cerradas, cajas abiertas, un desorden fragmentado. Algo está a punto de ocurrir. Algo tan siniestro en su simplicidad que la cámara va de un lado a otro en lo que parece un anuncio delicado de algo perverso. Gracias a lo anterior, el argumento brillante utiliza su atmósfera malsana para contar una historia desconcertante en apenas un par de secuencias: Amy (Kate Lyn Sheil) es una mujer que, de pronto, se convence de que morirá.

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No solo lo teme: Amy no tiene la menor duda de que, al día siguiente, estará muerta. Una certeza firme que no admite debate y que parece surgir de la soledad y el desarraigo que vive en medio de una experiencia personal dolorosa. Seimetz brinda la información sin explicación alguna, sin un trasfondo o contexto más allá de lo obvio, y esa decisión es la que brinda de inmediato a la She Dies Tomorrow su desconcertante ritmo. Como si se tratara de una deducción basada en indicios invisibles, el personaje se encuentra atrapado en una certidumbre sin sentido, tambaleante pero en la que cree sin resquicio de duda. Pronto, es notorio que se trata de algo más que una idea que flota en su mente o en la que debe reflexionar para elaborar una percepción más coherente de la realidad. Para Amy, la muerte está allí, es evidente, es notoria e inevitable, a pesar de que solo ella puede verlo.

Por supuesto, es un recurso complicado de lograr con apenas recursos de puesta en escena, pero Amy Seimetz lo logra. Para el personaje, una mudanza (ese hecho tan trivial que la directora muestra en toda su vulgar simplicidad) es el elemento de ruptura de algo herido y doloroso en la mente del personaje. La película tiene el buen tono y el mejor pulso para mostrar la percepción de Amy sobre la realidad a través de una convicción distorsionada sobre la angustia y el miedo a lo que se esconde en lo que no puede controlar, asimilar, predecir. Lo hace, mientras el mundo a su alrededor parece descomponerse con lentitud, perder brillo y solidez. Para Seimetz, es de enorme importancia que el espectador comprenda que Amy cree con una devoción delirante y sin brecha que morirá. Pero que la muerte es algo más que un hecho: es un evento que puede envolver y, además, afectar a todo el que conoce.

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No obstante, el punto de inflexión de la película ocurre cuando Amy toma todo esa certeza definitiva y la contagia a otros. Se trata de un giro de guion que la historia sostiene con inteligencia y que en ningún punto parece exagerado, disparatado o cruel sino, en realidad, una especie de infección basada en el miedo que el guion traduce en un progresivo pánico inexplicable.

Desde el elocuente terror de Amy, la angustia confusa de su amiga Jane (encarnada por la magnífica Jane Adams), hasta la crispación súbita de un doctor en apariencia racional (Josh Lucas), el miedo es una correlación de ideas que, juntas entre sí, son capaces de devastar la racionalidad de los personajes. Pronto, todo parece irreal pero, para los personajes, de una posibilidad cercana. La muerte está próxima, es real y sucederá de inmediato. Poco a poco, la conciencia de esa convicción aumenta, se extiende, se filtra en infinitas líneas de miedo y horror que se hacen más confusas y urgentes a medida que el efecto en cadena se sale de control. Para el último tramo de la película, la premisa se ha convertido en algo más profundo y colosal, pero sin perder esa concepción sobre la fragilidad de la mente humana. Esa que tantas veces hemos visto en los últimos meses y que sin duda She Dies Tomorrow parece reflejar en todo su escalofriante y siniestro poder.