Tras siete meses de pandemia, ya deberíamos tener claro que el único fin de las mascarillas no es proteger a quien las lleva. De hecho, el objetivo principal es evitar que el usuario, en caso de estar infectado, contagie a otras personas. Las quirúrgicas e higiénicas, recomendadas para la población general, apenas evitan la entrada de partículas virales de fuera hacia dentro, pero sí lo hacen en sentido contrario. Por eso, es importante que todo el mundo cargue con su pequeña parte de responsabilidad y las lleve, para evitar contagios. Ya se comercializan algunas mascarillas que inactivan el virus, o al menos prometen que lo hacen. Sin embargo, quizás no con el enfoque más adecuado.

Dejando a un lado el hecho de que la mayoría de marcas que comercializan estos productos no han publicado ningún estudio científico sobre sus procedimientos, lo que aseguran es que su producto ataca al patógeno antes de que este llegue hasta el usuario. Esto podría ser útil, desde luego, pero seguiría sin proteger al resto de personas en caso de que el infectado sea quien la lleva. Por eso, un equipo de científicos de la Universidad de Northwestern ha llevado a cabo un estudio, publicado hoy en Matter, en el que se describe un mecanismo de fabricación de mascarillas con un enfoque totalmente contrario.

Mascarillas que inactivan el virus desde dentro

Según explican en un comunicado, estos científicos decidieron actuar de este modo por el hecho de que la mejor forma de controlar un virus como este es directamente desde la fuente. Una vez que las gotículas cargadas de partículas virales se liberan ya es mucho más difícil controlarlas.

Ciertamente, el hecho de llevar mascarilla, sea del tipo que sea, ya disminuye en mayor o menor medida esta liberación. Sin embargo, siempre habrá algunas que escapen al filtro del tejido y puedan ser inhaladas por otra persona o depositarse en superficies.

Para evitarlo, optaron por probar varias opciones, con diferentes tejidos y distintos tratamientos químicos. Estos últimos giraban todos en torno a una condición muy importante: que las sustancias empleadas no fueran volátiles, para que no pudieran ser inhaladas por el usuario. Además, el tejido también debería vigilarse en este sentido, para que no pudiera separarse del conjunto de la mascarilla y también para que permitiera la respirabilidad.

Tras analizar varios de estos compuestos, llegaron a la conclusión de que lo mejor para el desarrollo de estas mascarillas que inactivan el virus era usar ácido fosfórico y sal de cobre.

mascarillas que inactivan el virus
Universidad de Northwestern

Pruebas en entornos simulados

Para la fabricación de las mascarillas que inactivan el virus usaron un polímero que se adhiere fuertemente a las fibras del tejido, actuando como reservorio de las dos sustancias antivirales elegidas.

El siguiente paso era probarlos, por lo que simularon en el laboratorio los procesos de inhalación y exhalación, así como la tos y el estornudo. El resultado fue que, en telas sueltas, con densidades de empaquetamiento bajas, como las gasas médicas, se logró alterar la carga viral del 28% de las gotas exhaladas. En cambio, si se recurría a tejidos más ajustados, esta cifra ascendía hasta el 82%.

Al hablar de alteración de las gotas se refieren a que se logró alterar las estructuras de las partículas virales contenidas en ellas. Son patógenos muy delicados y un pequeño cambio acaba con su capacidad de infección.

Por eso, aunque es importante remarcar que no deja de ser un entorno simulado y que habría que comprobar qué ocurre con personas reales, los resultados son muy prometedores. Quizás antes de que acabe la pandemia podremos disponer de mascarillas así. No nos estaremos protegiendo tanto nosotros, pero sí protegeremos a los demás. Si todos lo hiciéramos, podríamos vivir mucho más tranquilos por nuestra propia salud.