“Al entrar al lugar, los ojos nos ofrecieron un espectáculo que casi nos congeló la sangre de horror, e hizo a nuestros corazones caer con nosotros. De formas que alguna vez fueron activas y erectas de fornidos hombres, ahora no había nada más que meros esqueletos andantes, cubiertos de suciedad y bichos. Muchos de nuestros hombres, en el calor y la intensidad de su sentimiento, exclamaron con vehemencia: ¿Puede ser esto el infierno? ¡Dios nos proteja!”. Estas declaraciones, de un prisionero del Campo de Concentración de Andersonville, erigido durante la Guerra Civil de Estados Unidos, describen a la perfección la pesadilla que debió ser para los prisioneros vivir allí. Una pesadilla que dejó su salud dañada para siempre. Pero no solo la suya. La herencia del trauma llegó hasta sus hijos e incluso sus nietos.

Setenta años después, la historia se repetía con los herederos de los niños y jóvenes del Holocausto. Muchos de quienes lograron salir con vida de aquel infierno pudieron volver a algo parecido a la normalidad. Encontraron nuevos trabajos, se casaron, tuvieron hijos… Pero el horror se había aferrado a ellos y a varias de las generaciones que vinieron detrás.

No importa que tuvieran vidas felices, libres de todo trauma. Las consecuencias que todo aquello generó en la salud de sus padres y abuelos mermaron también la suya. Este fenómeno, descrito en multitud de guerras y catástrofes, ha sido muy estudiado por científicos de todo el mundo. La mayoría han llegado a la conclusión de que todo es resultado del efecto de la epigenética. ¿Pero qué es esto exactamente?

¿Qué es la epigenética?

A grandes rasgos, la epigenética es una rama de la genética que estudia los cambios que no afectan a los genes en sí, sino a cómo se expresan.

Para entender esto, debemos visualizar nuestro ADN como un libro de instrucciones. Cada persona tiene uno, que se encuentra en cada una de sus células. Sin embargo, aunque todas las células cuentan con todas las instrucciones, no las usarán por igual. Solo leerán aquellas que les sean adecuadas, en el momento que las necesiten. Por ejemplo, una célula del ojo no necesita las “instrucciones” necesarias para sintetizar insulina. En cambio, una del páncreas sí, pues es este el órgano en el que se genera dicha hormona. Por otro lado, esa tendencia a leer unas u otras instrucciones depende mucho del ambiente.

Es, por ejemplo, la razón por la que las personas con desnutrición pierden la menstruación. El cuerpo no tiene energía suficiente para afrontar un embarazo, por lo que las “instrucciones” para secretar las hormonas sexuales dejan de leerse hasta que las condiciones sean favorables. Todo esto es lo que se conoce como expresión de genes. Un gen se expresa cuando la información que lleva es leída por las células. Y esta expresión es la que se ve afectada por la epigenética; cuando, bajo unas circunstancias determinadas, se colocan sobre el material genético ciertas “etiquetas” que indican qué genes deben leerse. A día de hoy se conoce que la herencia del trauma de algunos niños está relacionada con esto, pero hasta hace muy poco no se sabía cómo ocurre exactamente.

Herencia del trauma en el Holocasuto

Una de las personas que más ha estudiado la herencia del trauma ha sido la directora de la División de Estudios de Estrés Traumático de la Facultad de Medicina de Mount Sinaí, Rachel Yehuda. Nacida en Israel, en el seno de una familia judía, desde muy niña se ha interesado en la historia de los supervivientes del Holocausto.

Creció en una zona donde vivían varios de ellos, por lo que pudo conversar y aprender sobre los efectos que aquella pesadilla había ejercido sobre su salud. Y sobre la de su descendencia. Con el tiempo observó que ciertos trastornos mentales, como la esquizofrenia o la depresión, parecían ser muy frecuentes en los hijos o los nietos de aquellas personas. Por eso, centró su investigación en analizar este fenómeno, al que no tardó en encontrar una relación con la epigenética.

En uno de sus estudios más relevantes al respecto, comparaba el ADN de 32 hombres y mujeres judíos, todos supervivientes del Holocausto, con el de sus hijos. Esto mostraba que ciertos cambios genéticos, asociados a experiencias traumáticas, habían sido heredados por la siguiente generación. Además, compararon estos datos con los de otras familias judías, que no vivieron en Europa durante la Segunda Guerra Mundial y, por lo tanto, no habían vivido el Holocausto de cerca.

Así, comprobaron que solo los que sí habían pasado por esta pesadilla, y también sus hijos, tenían alterada la expresión de un gen asociado a la regulación del cortisol, una hormona conocida por su vinculación directa con el estrés. Estaba claro que el estrés postraumático afectaba epigenéticamente a estas personas. ¿Pero por qué también a sus descendientes?

pare e hija

Nuevas investigaciones al respecto

El último estudio de este tipo, publicado recientemente por científicos de la Universidad de Zurich, aporta algo más de luz a los mecanismos exactos que se ven afectados en la herencia el trauma.

La investigación que llevaron a cabo consta de dos partes. En la primera, sometieron a un grupo de ratones a un trauma en las primeras etapas de su vida y, pasado un tiempo, compararon su sangre con la de otros roedores que no habían pasado por esa situación. Esto les permitió hallar algunas diferencias significativas, especialmente algunas referentes al metabolismo de los lípidos. Quedaba saber si estos cambios se habían transmitido a la descendencia, por lo que analizaron la sangre de sus crías para comprobar que, efectivamente, algunas de estas alteraciones también estaban presentes.

La segunda parte del experimento la llevaron a cabo con 25 niños de un orfanato de Pakistán, que habían perdido a sus padres y habían sido separados de sus madres. Tomaron muestras tanto de su sangre como de su saliva, que les permitieron comprobar que también en su caso había ciertos parámetros asociados a modificaciones concretas en el metabolismo de los lípidos. El siguiente paso era analizar por qué este rasgo parecía heredarse.

¿A qué se debe la herencia del trauma?

A continuación, sometieron las muestras de roedores a un análisis más profundo, que sacó a la luz una posible respuesta a este asunto tan cuestionado. La “culpa” parecía tenerla PPAR. Este es un receptor que se encuentra en la superficie de las células y ayuda a regular la expresión de genes en numerosos tejidos.

Volviendo al símil del manual de instrucciones, significa que indica qué instrucciones concretas deben leerse en cada célula. Y lo más curioso fue que parecía regularse al alza en los espermatozoides de machos traumatizados. Esto significa que en estas células sexuales se acelera la síntesis del receptor, lo cual supone que hay una mayor cantidad de ellos y que se potencia su efecto. Solo quedaba comprobar cuál era la función de PPAR, por lo que procedieron a activarlo artificialmente en ratones macho. Como resultado, se produjo una disminución del peso de los animales, así como cambios en el metabolismo, esta vez de la glucosa. Además, el mismo efecto se produjo en la descendencia de estos roedores.

Falta conocer cómo afectan estas modificaciones en el metabolismo de los lípidos y la glucosa a la salud mental de los traumatizados y sus descendientes. Lo que está claro es que la presencia en abundancia de PPAR en los espermatozoides parece estar vinculada con el fenómeno de la herencia del trauma.

Conocer más, siguiendo esta vía de investigación, puede dar información muy útil para prevenir las consecuencias del estrés postraumático, tanto en los propios traumatizados como en las siguientes generaciones. Lo ideal sería que no hubiese catástrofes ni guerras. Por desgracia, las primeras son inevitables y las segundas están demasiado adheridas a la condición humana. Si no se puede evitar el trauma, al menos estaría bien ver la manera de reducir sus consecuencias.