The Haunting of Bly Manor, de Mike Flanagan, tenía una curiosa y doble responsabilidad: superar el formidable ejercicio de narración y puesta en escena de The Haunting of Hill House y además rendir homenaje a ese clásico de la literatura de terror Otra vuelta de tuerca de Henry James, que ya lleva a cuestas más de 10 revisiones distintas en cine y televisión.
La apuesta ha sido alta y aunque la serie no la ha tenido todas consigo para satisfacer a los fans, el romance gótico de Flanagan, que se tomó el atrevimiento de rellenar espacios de argumento que el material original prefirió dejar a la imaginación del lector, es un ejercicio de buen gusto y una solida propuesta que merece una revisión exhaustiva sobre su trascendencia e importancia.
Tanto como si disfrutaste de la serie como si consideraste no llega a la altura de su celebrada primera temporada, te contamos por qué Bly Manor será de considerable importancia en el futuro al momento de contar historias de terror.
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Una lenta mirada al olvido
El argumento de The Haunting of Bly Manor está más interesado en lo que ocurre a la periferia de la historia que lo que muestra en cámara, por lo que los tres primeros capítulos pueden resultar en exceso sobre explicativos o anticlimáticos.
No obstante, la serie trabaja sobre una estructura que solo será clara a partir del cuarto episodio, cuando todas las insinuaciones y los hilos narrativos propuestos hasta entonces comienzan a tener sentido.
El guion tomó la arriesgada decisión de conceder una considerable importancia al simbolismo del misterio, lo que provoca que cada episodio tenga una carga de mensajes que solo se comprenderán mientras la historia avanza. Además, no se trata de una historia de horror al uso, ni tampoco el juego de suspenso psicológico que propuso James en su inmortal obra, sino de un romance gótico con todas las características que supone el género.
Desde la importancia primordial de la mansión como parte de la estructura de la historia —un centro de gravedad que sostiene y atrae a todos los personajes hacia su centro— hacia el hecho de que lo sobrenatural es concebido desde lo emocional, la historia de Bly Manor supone una interesante revisión a varios géneros desde una novedosa cualidad narrativa que Flanagan explora con una cuidadosa mirada sobre el dolor y el miedo.
En Bly Manor lo inexplicable procede de los recuerdos y, de hecho, toda la serie parece sustentarse en la posibilidad de que la voluntad, el amor, el odio, el rencor puedan convertirse en un espacio habitado por lo paranormal. Como si lo anterior no fuera suficiente, Flanagan convirtió a Bly Manor en una caja de resonancia de los secretos de cada uno de sus personajes. Todos tienen algo que ocultar y el proceso de revelar lo que ocultan cada uno de ellos es la parte esencial de una narración que pudo basarse solo en las consecuencias terroríficas de hechos desconocidos.
Pero Flanagan utiliza la noción sobre el romance gótico que hace de los fantasmas, más que criaturas terroríficas, historias a medio revelar que movilizan la historia hacia su centro. De la misma forma en que Guillermo Del Toro lo hizo en el 2015 en su magnífica Crimson Peak, lo sobrenatural se manifiesta a través de los que los personajes recuerdan, sufren o temen.
Un caso específico que sorprendió por su buen hacer argumental fue el capítulo dedicado a la memoria fragmentada de Hannah Grose (T’Nia Miller), que no solo permitió comprender y conocer una serie de información que hasta entonces era inexplicable, sino además permite adentrarnos en la forma en que personaje comprende la realidad.
Hannah, desde las primeras escenas, fue una extraña variación de un misterio del argumento llevado a una hipótesis sobre lo que ocurre en Bly Manor: Flanagan llenó los primeros capítulos con todo tipo de insinuaciones de que la misteriosa ama de llaves bien podría estar muerta, sufriendo algún grado de demencia o incluso solo ser una pista falsa para desviar la atención del espectador fuera del núcleo central de la narración.
Al final, Hannah resultó ser un elemento común que nos permitió conocer la forma en que lo sobrenatural actúa en Bly Manor y en especial, la manera en cómo el poder que confluye en la casa actúa para sostener y vincular a cada uno de sus personajes.
Lo mismo ocurre con la historia de Dani (Victoria Pedretti), que llega a Bly Manor huyendo de sus propios fantasmas. Se trata de una historia dolorosa que lleva a cuestas como un secreto insoportable: Flanagan maneja la información a través de pequeñas apariciones muy rápidas que empujan a Dani a racionalizar no sólo el temor que siente hacia el pasado, sino hacia sus decisiones y al final, incluso con respecto a su identidad.
La escena en la que el personaje arroja los anteojos de su ex novio (y espectro privado) al fuego, es una típica mirada sobre finales de ciclos simbólicos y sin duda una forma de cerrar una línea argumental que permitió a Dani continuar con su trayecto hacia algo más elaborado.
Bly Manor elabora una cuidadosa percepción sobre el sufrimiento, el miedo y el amor. Todos los habitantes de la mansión, están unidos por sentimientos violentos, por tragedias misteriosas y al final horrores personales que les sostienen y le empujan a su inevitable desenlace. Desde el encantador Owen (Rahul Kohli) que podría haber sido un personaje accesorio y termina siendo la piedra de sostén en la narración de Hannah, hasta Flora (Amelie Bea) y Miles (Benjamin Evan Ainsworth) el recorrido por lo que acecha en Bly Manor es también una concepción psicológica sobre el padecimiento psicológico y emocional. Una forma de comprender los espacios de nuestra mente y cómo pueden sustentar una nueva manera de entender lo que nos aterroriza.
Ese espeluznante capítulo ocho
No obstante, todo lo anterior llega a un nuevo nivel en el capítulo 8 de la serie, en el que quizás es el giro de guion más sólido y visualmente extraordinario del programa, además de un riesgo narrativo de considerable nivel.
Flanagan decide contar la historia de la Dama del Lago, pero hacerlo desde una tercera persona con voz en off — que ya había utilizado con éxito en cada uno de los capítulos —, utilizar el blanco y negro como acento visual y además, dejar a un lado las insinuaciones del programa sobre lo sobrenatural para mostrar en primera personal el secreto de Bly Manor.
De la misma manera que el capítulo cinco se centró por completo en Hannah, el ocho analiza todo lo ocurrido en la mansión desde varios hilos narrativos que transcurren en paralelo. Se trata de un formato mucho más parecido al cinematográfico que al episódico, lo que hace de la decisión de Flanagan un riesgo que pudo haber arruinado el irregular ritmo de la serie o llevar al traste la atmósfera, que con tanto cuidado intentó sostener y que en algunos puntos parece decaer debido a inconsistencias del guion.
No obstante, el penúltimo episodio es de una belleza electrizante y una profundidad emocional que sostiene a toda la serie como un sólido conjunto gótico de considerable calidad.
Hasta entonces, la Dama del Lago había sido una presencia más o menos misteriosa, a la que se mostró asesinando cadáveres para luego arrastrarnos al lago en una lenta agonía espeluznante. Pero en el capítulo ocho, el personaje cobra nombre y sentido: Viola (interpretada por Kate Siegel, a quien los fanáticos de Hill House reconocerán como Theo de la temporada original), es mucho más que un fantasma.
Es un recuerdo convertido en una amenaza que además domina la casa a fuerza de una voluntad salvaje de venganza y odio. Puede parecer una revelación tópica, pero en realidad se trata de un recorrido por varias de las ideas centrales de la serie y la forma en que las había desarrollado hasta entonces. Viola es la representación de cada fantasma atrapado en Bly Manor, y también de la persistencia de la memoria en la casa. Y es Viola la que encarna la condena y el miedo que sustenta los terrores que afligen a la Mansión.
Viola es un fantasma, pero también un recuerdo de que no lo sabe que lo es: asesinada por su hermana Perdita (Katie Parker, que también estaba en Hill House) y condenada a permanecer en una especie de estado entre la vida y la muerte, no solo logra construir un puente entre cada situación inexplicable del guion, sino también elaborar algo más duro acerca de la naturaleza de lo sobrenatural en la serie.
Viola, que poco a poco olvida su propósito pero conserva el odio y el rencor que la mantuvo a medio camino entre la vida y la disolución absoluta, es en el centro de Bly Manor y también el sostén de su argumento. Y Mike Flanagan lo sabe: el capítulo ocho es un espléndido recorrido entre el bien y el mal, la dureza de la concepción del miedo basado en el sufrimiento y al final todos los códigos de las historias góticas. Una pieza de arte que cambia por completo el sentido del programa y también de la forma en que podemos comprender el terror como narración episódica.
Al final y como la misma serie deja claro, The Haunting of Bly Manor es una historia de amor en lugar de una terror. Pero el matiz no impide que lo terrorífico tenga una enorme potencia y que la forma de narrar la historia, conserve toda la belleza de su referente original. Y aunque el show exige paciencia del televidente, es todo un tránsito hacia algo más poderoso y original: la vida y la muerte, como espacios de transición hacia los lugares más misteriosos de la memoria colectiva.
Algo en lo que Mike Flanagan parece especialmente interesado y que muestra de manera extraordinaria en cada capítulo de la serie.