Los pobres murciélagos se han hecho con una fama bastante mala desde que comenzó esta pandemia. Ciertamente, parece ser que el coronavirus se “cocinó” en su organismo, desde el que posiblemente pasó a una especie de transición antes de saltar a los humanos. No es la primera enfermedad que lo hace. Sus sistemas inmunitarios son perfectos “gimnasios” para todo tipo de patógenos. Sin embargo, ellos no tienen la culpa. De hecho, son bastante cuidadosos en lo referente a contagios. Incluso realizan algo similar a sus propias cuarentenas de murciélagos.

Es la conclusión de un estudio recién publicado en Behavioral Ecology por un equipo de científicos de la Universidad de Oxford. En él, describen cómo se comportan en libertad estos animales cuando algunos de ellos se encuentran infectados por un patógeno. Sí, a veces interaccionan entre sí, pero lo cierto es que muchos de ellos parecen tener el término de distanciamiento social más interiorizado que bastantes humanos.

¿En qué consisten las cuarentenas de murciélagos?

Antes de este estudio ya se había llevado a cabo uno similar, pero en él los murciélagos se mantuvieron en condiciones de laboratorio.

Estos investigadores querían comprobar si procedían del mismo modo en la naturaleza. Por eso, capturaron 31 ejemplares hembra de murciélago vampiro que se encontraban viviendo en grupo en los huecos de un árbol en Lamanai, Belice.

A quince de ellos, que servirían como control, se les administró una solución salina, que no ejercería ningún efecto en su organismo. Al resto, en cambio, se les inyectó una dosis de lipopolisacáridos. Estos son unos componentes que se encuentran en la membrana de algunas bacterias y que actúan como estimulantes del sistema inmunitario. De este modo se podía simular una infección, pero sin que los animales enfermaran. Además, a todos los ejemplares, perteneciesen al grupo que perteneciesen, se les colocaron sensores de proximidad, para ver cómo interactuaban entre ellos.

Una vez llevado a cabo este paso, solo quedaba esperar. Comprobaron que, durante las seis horas que duró el periodo de tratamiento, un murciélago “enfermo” se relacionó de media con cuatro compañeros menos que los del grupo control.

Además, estos últimos tenían un 49% de probabilidades de asociarse con otro de su mismo grupo y solo un 35% de hacerlo con los que habían recibido polisacárido. Por otro lado, en todo este tiempo aquellos a los que se les había simulado la infección pasaron 25 minutos menos en pareja.

Curiosamente, a medida que pasaba el tiempo y se alejaban del periodo de tratamiento, todo iba volviendo a la normalidad e interaccionaban por igual, con o sin falsa infección. Habían terminado las cuarentenas de murciélagos.

Otros ejemplos de la naturaleza

Estas cuarentenas de murciélagos eran fruto de la responsabilidad por ambas partes. Los animales sanos evitan la cercanía con los enfermos, pero estos también pasan un tiempo interaccionando lo mínimo posible.

Y no son los únicos animales que lo hacen. Este tipo de comportamientos se han detectado también en algunos insectos sociales, como las hormigas. Estas últimas, de hecho, llevan a cabo varios procedimientos muy interesantes cuando un patógeno contagioso irrumpe en la colonia. Para empezar, las enfermas se aíslan, separándose del resto. Pero, además, las que aún están sanas evitan el contacto con las infectadas y también entre ellas mismas. Ante la duda, todas se tratan como si estuviesen enfermas. Eso que los humanos deberíamos estar haciendo desde marzo, pero en insectos.

Otros animales, como los mandriles, cuidan a sus familiares cuando están enfermos, pero a su vez se aíslan del grupo, para evitar la expansión de infecciones.

Si todos estos animales, menos inteligentes que los humanos, pueden hacerlo, nosotros también. Esto es algo que deberíamos repetirnos ante esta ola que ya ha comenzado a vapulearnos. Estamos a tiempo de hacer todo lo posible por ralentizarla.

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