Aunque las cifras siguen siendo muchísimo más altas de lo que nos gustaría, los efectos del confinamiento al que llevamos sometidos los españoles desde el pasado 15 de marzo empieza a dar sus frutos. Es duro tener que dejar el desarrollo normal de nuestras vidas paralizado hasta nueva orden, sin poder disfrutar de la compañía de muchos de nuestros seres queridos, ni salir a pasear, ni a hacer deporte, ni a tomar un simple café en una terraza bañada por los primeros rayos de sol de la primavera. Pero más duro es ver cómo este virus se instala entre nosotros, llevándose la vida de miles de personas sin que ni siquiera puedan despedirse de sus familiares y amigos.

Por eso, sabemos que hacemos lo correcto. Tenemos que seguir con esta cuarentena, no solo porque nos lo diga el gobierno, también porque es la única forma que tenemos de combatir al coronavirus. Y no es algo nuevo. Muchas de las grandes epidemias de la historia se lograron frenar gracias al distanciamiento social de la población. Los humanos lo hemos hecho durante siglos, pero ni siquiera somos la única especie animal que comprende esta necesidad. También lo hacen otras muchas, desde las hormigas hasta los murciélagos, pasando por los mandriles, como bien explicaban recientemente en un artículo de The Conversation las biólogas Dana Hawley y Julia Buck.

La ordenada vida de las hormigas

Las hormigas son insectos apasionantes, por su increíble capacidad de organización. Es sobradamente conocido cómo se especializan en diferentes tareas para trabajar y llevar el alimento hasta el hormiguero, pero no solo son currantes natas. También son temibles guerreras, capaces de formar ejércitos, tomar esclavas entre los grupos enemigos y agruparse para proteger a los más débiles.

Dada esta habilidad para organizarse y proteger al resto, no es raro que también sepan muy bien cómo comportarse ante la presencia de un patógeno contagioso.

Lo comprobaron en 2018 los autores de un estudio, publicado en Science, en el que se analizaba cómo se comporta una colonia de hormigas de la especie Lasius niger a medida que el hongo Metarhizium brunneum comienza a transmitirse entre ellas.

La primera señal importante es que las hormigas que enferman a causa del hongo se autoaíslan para evitar contagios. Además, las sanas evitan acercarse a las infectadas, pero también mantienen el distanciamiento entre ellas. Por prevención, se tratan como si todas estuviesen enfermas, exactamente lo que nos insisten tanto a los humanos que hagamos durante la pandemia de coronavirus.

Una hormiga extrae orina de canguro de la tierra para obtener nitrógeno

No obstante, no se olvidan de sus compañeros más débiles y necesarios. Por eso, también refuerzan la protección de la reina y las hormigas enfermeras. Estas últimas son ejemplares que se encargan de cuidar a las que se encuentran enfermas o heridas. Según un estudio publicado en Proceedings of the Royal Society B en 2018, estas cuidadoras disminuyen la mortalidad de los insectos heridos de un 80% a un 10%, por lo que tienen un papel fundamental en la colonia y, por lo tanto, es muy importante evitar que se contagien. Cuidar a los que nos cuidan es una actividad esencial en la contención de una pandemia y ellas “lo saben”.

Mandriles cuidadores

Hace apenas unos meses que se publicaba un trabajo sobre el comportamiento de los mandriles (Mandrillus sphinx) frente a la enfermedad. Cabe esperar que, al tratarse de primates, tengan una forma de actuar relativamente similar a la nuestra. Y así es.

Resulta especialmente llamativo cómo basan sus actos en el nivel de parentesco con los enfermos. En estos animales, el acicalamiento es un fenómeno social muy extendido. Sin embargo, cuando hay individuos afectados por parásitos transmitidos por vía fecal, la cosa cambia. Los animales sanos dejan de acicalar a aquellos con los que no mantienen un parentesco, pero no dejan de hacerlo con sus familiares maternos más cercanos.

Cuidan de sus enfermos, pero se distancian de los demás para evitar contagios.

Comer sí, pero asear no

Los murciélagos no están tan familiarizados con nosotros como los mandriles, pero también modifican su comportamiento ante la presencia de ejemplares enfermos.

Es la conclusión de un estudio publicado el pasado mes de febrero en la revista de la British Ecological Society. En él, se comprueba que el número y la duración de los encuentros de los murciélagos vampiro (Desmodontinae) disminuyen cuando hay enfermos en el grupo. Sin embargo, los sanos no abandonan a su suerte a los contagiados, pues siguen ayudándoles a alimentarse. Sí que restringen otras actividades, como el aseo o el acicalamiento, independientemente de que haya parentesco entre ellos o no.

Los murciélagos ‘entrenan’ a los virus para ser más resistentes

Los mantienen con vida y los cuidan, pero no se arriesgan a contagios evitables por mucha “familiaridad” que haya.

Las ventajas de los humanos

En su artículo, Hawley y Buck inciden en las ventajas que, como especie avanzada tecnológicamente, tenemos los humanos.

Por ejemplo, mientras que la mayoría de animales deben estar pendientes a señales fisiológicas muy concretas para detectar individuos enfermos, nosotros disponemos de pruebas médicas que, en muchos casos, permiten el diagnóstico rápido.

Además, si la enfermedad comienza a expandirse tenemos los medios adecuados para hacer un llamamiento global a la población, concienciando sobre la necesidad de aislamiento. Finalmente, podemos hablar de distanciamiento físico, pero no social, pues en nuestro caso disponemos de herramientas de comunicación avanzadas, que nos permiten seguir comunicándonos sin tener que interaccionar físicamente con otras personas. El acicalamiento de las nuevas tecnologías.

Salud mental en tiempos de cuarentena

A estas alturas ya debemos saber que, por mucho que nos apetezca socializar, debemos sacrificar esa necesidad por un tiempo, en beneficio de nuestra salud y la de quienes nos rodean. No somos los únicos animales deseosos de interaccionar. Las mangostas con bandas (Mungus mungo)son animales muy sociales, que ni siquiera se distancian en la presencia de individuos visiblemente muy enfermos. Esto, por desgracia, favorece la expansión de patógenos contagiosos dentro de la comunidad.
Por lo tanto, la conclusión, si nos fijamos en la naturaleza, es clara: ante el coronavirus, no seas mangosta, sé hormiga.

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