Shanann Watts documentó cada día de su vida durante casi un lustro. Lo hizo por el método cotidiano de incluir en sus redes sociales vídeos, post, comentarios y fotografías de todos los eventos que vivían en su, en apariencia, perfecta familia.

En cada una de las publicaciones — interminables relatos domésticos de índole privadísimo — Shannan hizo algo más que mostrar lo que le rodeaba, los rostros felices de sus hijas Bella y Celeste, la amabilidad distante de su marido y al final, su propia historia en fragmentos. Documentó todo lo que en el futuro permitiría contar la historia previa a su asesinato.

Así de brutal y de directa es la premisa del nuevo documental de Netflix El caso Watts: el padre asesino, que muestra la sucesión de hechos que llevaron al asesinato de Shannon, sus dos hijas de tres y cuatro años y el bebé que gestaba a manos de su marido. Se trata de un documento único, violento por su crudeza, desconcertante por su sencillez. La directora Jenny Popplewell no incluye un narrador ni tampoco una voz en off que pueda explicar los hechos. Quienes los hacen es la víctima, su asesino, el entorno inmediato.

El material editado con un impecable sentido de la elocuencia es quizás uno de los más extraños que han visto la luz en la televisión hasta ahora: es uno de los primeros registros que permite al True Crimen reinventarse, asociar la idea de la hipercomunicación del mundo contemporáneo a la cualidad de una narrativa impensable sobre el mundo privado.

Los Watts convertidos en objeto de curiosidad pública y trágicos protagonistas de una crónica roja son también una mirada aterradora sobre cómo las redes sociales se han convertido en algo más que plataformas: también son archivos imperecederos de información gratuita, confidencial y directa, que puede ser en más de una manera, un recorrido verídico por cada detalle de nuestra vida.

El caso de Chris Watts convertido en un documental sin otra voz que la suya, sin otros rostros que el de su mujer y sus hijas, es la demostración final que la obsesión por la comunicación de nuestra época tiene un inquietante filón a futuro.

YouTube video

Para Jenny Popplewell, también es un recorrido por la forma en que la vida moderna puede subdividirse en estratos, puede reconstruirse como algo más doloroso y con una dimensión totalmente nueva. En cada uno de sus videos caseros Shannan Watss sonríe. Lo hace mientras narra su vida como esposa y madre, como paciente de Lupus.

La vemos llevar en brazos a sus hijas, abrazar a su marido, conversar con las amigas en un torrente de información que permitió al público estadounidense y ahora el mundial, mirar a través del delicado cristal de la vida cotidiana para llegar hacia algo más profundo, para tratar de entender como el hombre de sonrisa plácida, cuerpo esculpido por una súbita vanidad y las niñas de rostros regordetes, terminaron por convertirse en protagonistas terroríficos de un suceso de inclasificable violencia.

La directora logra construir un relato poderoso sin recurrir a nada que no sea realista: desde la primera imagen, en que vemos a Shannan llegando a casa después de un viaje de negocios, hasta la siguiente imagen que vemos de ella sin saber lo que es: un bulto envuelto en mantas que su marido lleva a la camioneta familiar. Las cámaras omnipresentes en la vida moderna mostraron la muerte de Shannan con una frialdad de pesadilla y esa directa mirada sin matices, lo que Popplewell utiliza y estructura en algo impensable hasta ahora: la narración va de un lado a otro.

De las cámaras que los oficiales de policía estadounidense deben llevar colgadas al pecho, las grabaciones reales de los interrogatorios, los comentarios de mensajería instantánea. De pronto los Watts narran el lento descenso al horror, la forma en cómo poco a poco se desmorona la imagen de felicidad hasta el último día, en que Shannan escribe a su esposo para anunciarle que regresará a casa. “Te amo” responde él “ Te espero”.

Veinticuatro horas después, Shannan estaría muerta y Chris suplicaría frente a la pantalla de la televisión por su regreso, pero jamás volvería a hablar de ellas en presente. Resulta inquietante la forma en cómo el asesino, por entonces solo padre de familia atribulado, insiste una y otra vez en que su esposa “fue, hizo, quiso, amó, estuvo” al mismo tiempo que le ruega en pantalla regresar.

Su rostro frío, el movimiento inquieto del cuerpo, es una parodia de un sentimiento más profundo, una actuación barata que no logró convencer a vecinos o a las autoridades que jamás dejaron de observarle con suspicacia.

Lo que demuestra el True Crimen de Jenny Popplewell es la forma en que nuestra sociedad consume y reorganiza la información para construir niveles y capas de una idea mucho más inquietante de la intimidad. No hay un solo momento de la vida de los Watts que no comprendamos a cabalidad desde lo esencial, desde lo temible, desde lo abrumador de su belleza simple. La sonrisa de Shannan, su narración cuidadosa de sus aspiraciones y esperanzas falsas, es mucho más contundente que cualquier ensayo sobre la vida actual que se haya publicado hasta ahora.

Porque Shannan relató por costumbre, por impulso y al final, por necesidad de registro, lo que vivía, sin saber que antes o después, sería evidencia para comprender parte — o al menos el contexto — de su asesinato.

Christopher Watts sits in court for his sentencing hearing at the Weld County Courthouse on Monday, Nov. 19, 2018, in Greeley, Colo. Watts received three consecutive life sentences without a chance at parole on Monday, nearly two weeks after pleading guilty to avoid the death penalty. (RJ Sangosti/The Denver Post via AP, Pool)

Chris Watts por su parte, es un testigo tenebroso de algo tan macabro que desborda la narración amable y desordenada de Shannan. Lleva a las niñas en brazos, sonríe a la cámara, besa a su mujer. Y cuando finalmente debe enfrentar a la ley, su perfil rígido muestra una distancia aterradora que el documental devela poco a poco. Watts morirá en prisión sin posibilidad de pena de muerte o fianza.

El mismo hombre que se presenta como “gran padre” que ríe y que envía mensajes cariñosos — estandarizados y casi escuetos — a su mujer dos días antes de estrangularla. La dicotomía entre la realidad y la ficción ha desaparecido y el documental El caso Watts: el padre asesino, lo demuestra.

Hace unos días, la revista People publicó un artículo que incluye la reacción de Watts sobre la llegada al formato documental de su historia. Se trata de una mirada escalofriante y directa. “El simple hecho de saber que el documental está ahí ha enviado a Chris a lugares oscuros”, dijo una fuente anónima. “Odia saber que (la serie) está ahí, pero nunca la verá”.

“Está reviviendo mucho de lo que sucedió y odia no saber lo que la gente está viendo sobre sus comunicaciones privadas. No es que quiera pasar ese tiempo viendo los días más oscuros de su vida, pero quiere saber cómo es el documental y cómo cuenta la historia”, señaló la fuente anónima, que visita al criminal en la cárcel.

Quizás esa falta de control a lo que ocurre con lo que somos en el mundo virtual y qué ocurrirá con esa información, sea el mensaje oculto en este True Crimen aterrador, potente y quizás un hito en la historia del relato sobre sucesos violentos.

Recibe cada mañana nuestra newsletter. Una guía para entender lo que importa en relación con la tecnología, la ciencia y la cultura digital.

Procesando...
¡Listo! Ya estás suscrito

También en Hipertextual: