En Relic, de la directora Natalie Erika James, la casa es un útero siniestro que envuelve y sustrae a los personajes de la realidad en el terror. No se trata de una connotación nueva: ya en su libro La Maldición de Hill House, Shirley Jackson había analizado la noción sobre las estructuras y espacios invadidos por lo sobrenatural desde una mirada íntima. La casa que Jackson describe — y Mike Flanagan llevó a la pantalla en la exitosa serie de Netflix — es una criatura viva, maligna y atenta que consume a sus habitantes sino que además, permanece y se sustenta sobre el mal y el miedo.

Tanto la percepción de James como la de Flanagan tienen algo en común: la casa embrujada es un recorrido por esa noción de la identidad trasladada a los lugares y sitios que por lo general, consideramos inocuos. Este este atípico 2020, esa concepción de la casa embrujada — o en todo caso, los espacios abrumadores y terroríficos — ha sido de especial importancia, ya sea por la situación provocada por la emergencia sanitaria de la pandemia o por el hecho de que la mirada hacia lo doméstico se hizo más escrutadora y atenta que nunca.

Desde los espacios que invaden, consumen y aterran, hasta el recorrido hacia el miedo como un fenómeno físico asociado a lo que nos rodea, este extraño año ha traído toda una serie de producciones que hacen énfasis en el terror bajo un nuevo sustrato. Lo cotidiano, las puertas cerradas, lo que habita en la oscuridad de habitaciones y la distancia social.

Lo invisible y lo demoníaco

El primer —y quizás, único— éxito de taquilla del año The Invisible Man de Leigh Whannell, ya meditaba sobre el terror de los espacios y los lugares en una versión sobre el clásico monstruo de universal que aterrorizó a la audiencia por razones muy distintas a sus adaptaciones previas.

El monstruo de Whannell es un hombre un psicópata obsesionado con el control que utiliza la invisibilidad para hostigar y torturar a una aterrorizada Elisabeth Moss.

Pero la película, que analiza lo terrorífico de lo que se esconde en la naturaleza del maltrato, también hace un recorrido brillante por los espacios como lugares aterradores: la casa que Griffin (Oliver Jackson-Cohen) construye para mantener cautiva a Cee (Moss) es una estructura acorazada en la que cada espacio está vigilado y supeditado a la voluntad de la vigilancia.

De modo que la concepción del hogar como refugio se trastoca para crear un recorrido espeluznante por una forma en que lo doméstico puede convertirse en una traducción de la violencia. Para el argumento de El Hombre Invisible no hay lugar seguro ni tampoco, fuera de la obsesiva atención de Griffin de su uso de las puertas, ventanas, esquinas y pasillos como una cárcel de rara belleza. Y aunque la película no fue producida durante la emergencia del coronavirus, es imposible no establecer paralelismos de su argumento con esa percepción de la casa como lugar de retención, espacio de claustro y al final, confinamiento.

La casa viva

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En Relic, la casa es un sitio que simboliza los recuerdos más dolorosos y se mantiene en pie gracias a ellos, un concepto que hace de la película un recorrido a través de las transformaciones de un aparente organismo vivo, que consume y se nutre del sufrimiento de sus habitantes.

De hecho, James admitió en una entrevista que la historia está basada en sus recuerdos sobre uno de los lugares más aterradores de su infancia: la casa de sus abuelos.

“Cuando era niña, [la casa de sus abuelos] era un lugar desconocido para cualquiera de nosotros”, dijo James. “Solía pasar mis veranos en casa de mi abuela en Japón y me asusté muchísimo. Solo durante la noche, por supuesto. Ir al baño en medio de la noche fue mi peor pesadilla”.

Para la realizadora, las historias de su madre sobre los horrores infantiles en la extraña y desconocida casa familiar, fueron el germen para su opera prima, en la que muestra no sólo el terror a través de la percepción del hogar como un ente maligno, sino como el santuario terrorífico de todo tipo de horrores, envueltos en la noción del miedo como algo más orgánico y cercano a lo cotidiano.

“Se supone que la casa familiar es un espacio seguro”, dijo James a Nerdist a propósito del estreno de la película. “Subvertir eso es particularmente aterrador; pensar que los horrores están dentro de la casa. Estaba realmente apegada a la idea de crear un espacio que a la vez se sintiera muy cómodo y familiar, pero luego, con el tiempo y a través de los cambios de perspectiva en la película, se vuelve realmente desconocido”.

El método permitió a James contar en paralelo la historia de tres generaciones de mujeres, que se enfrentan al diagnóstico de Alzheimer de la matriarca familiar, pero también a los terrores que habitan en la casa, un viejo reducto que han heredado de una manera u otra. El hogar, en este caso, es un símbolo de la degradación de la identidad, el tiempo y lo humano. “Imita la conmoción emocional que atraviesas cuando alguien que solo te ha mirado con amor comienza a hacerlo como un extraño”, explicó James. “[Es encontrar] los extraños terrores en lo banal y como algo muy cercano a ti puede convertirse lentamente en lo extraño y lo desconocido”.

Lo doméstico como amenaza

Dave Franco también reformuló el sentido de la casa como espacio de seguridad en The Rent, su película debut en la que además meditó sobre el hecho del cambio cultural sobre lo que consideramos doméstico.

En el thriller, dos parejas alquilan una casa en medio de una situación emocional compleja y terminan por enfrentar los ataque y al final la violencia del entorno desconocido, encarnado por un “anfitrión” violento.

En conjunto, la película establece paralelismos entre la transitoriedad de la cuestión del hogar —que tiene un concepto por completo nuevo en nuestra época— y la forma en que se asume la amenaza. De la misma forma que en su época Psycho (1960), de Alfred Hitchcock, subvirtió el espacio de los moteles y hoteles de carretera en algo temible, la película de Franco analiza la nueva tendencia de la casa en alquiler (que incluye la identidad de su dueño, junto con su estilo de vida), en algo por completo nuevo.

Si Hitchcock se hizo preguntas sobre el antiguo símbolo norteamericano sobre el anonimato (los lugares que sustentaban el tradicional roadtrip), Franco mira los servicios de Airbnb como una línea de intimidad forzada, que transforma la convivencia en algo por completo distinto. Entre ambas cosas, lo cotidiano se convierte en amenaza y también, en fuente de un tipo de terror inquietante y temible, además de un reflejo de la forma en que lo contemporáneo comprende la intimidad, la distancia social y la violencia.

Lo temible a la distancia de un clic

Por supuesto, la pandemia provocó todo un replanteamiento del miedo a una escala diminuta y asfixiante, algo que la película The Host, de Rob Savage muestra en toda su tenebrosa extensión.

Contada desde la estética de la pandemia — las conversaciones virtuales, casas vacías, personajes solitarios — la antigua casa embrujada se transforma ahora, en la mera concepción del miedo asociado a lo desconocido, ya sea un virus al otro lado de la puerta o de un ente sobrenatural que se manifiesta en pleno aislamiento. Tanto una como la otra, se unen en una línea de confrontación con la seguridad de lo doméstico, hasta crear algo por completo nuevo y perverso.

En The Host, lo realmente importante es lo que no puede verse. Y de hecho, es esa concepción sobre lo terrorífico escondido a la periferia, lo que emparenta a la película con toda la crisis sanitaria que se padece alrededor del mundo. Cada persona se encuentra en un lugar distinto y aunque el virus no se menciona de manera directa, es un elemento de alineación. Cuando lo sobrenatural aparece, es evidente que el temor se transforma en otra cosa, se sujeta a la condición del aislamiento y el confinamiento, para al final, elucubrar sobre percepciones concretas acerca de lo que se esconde en el reverso oscuro de una situación inédita.

La casa se transforma entonces en un escenario más allá de lo doméstico: cada pequeño lugar en que brilla una pantalla de Zoom es en realidad un hilo conductor de lo cotidiano y su ruptura, una percepción sobre la anomalía por completo nueva. Una casa embrujada invisible que en nuestra época cobra un nuevo significado.

La casa que observa

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Mike Flanagan adaptó con un considerable éxito la novela de Shirley Jackson La Maldición de Hill House, considerada la casa encantada más famosa de todos los tiempos y en especial la más simbólica de la literatura.

Ahora, con la segunda temporada de la serie que se convertirá en antológica Bly Manor, el realizador intenta crear la misma concepción del espacio corrompido y capaz de corromper, que logró con los anteriores episodios, que se convirtieron de inmediato en un éxito de crítica y público.

De la misma manera que en The Relic, la casa embrujada para Flanagan es una extensión de los dolores y los terrores de quienes la habitan. “Pienso en la casa como una especie de cimiento para representar la estabilidad mental”, explicó Flanagan en una charla reciente con Nerdist. “Se supone que todos los ángulos son de 90 grados. Es geometría ordenada: rectángulos limpios y cuadrados y círculos. Y luego traes a un ser humano y la casa se convierte en este termómetro para el estado de su mente”.

De la misma forma que en The Host o en The Invisible Man, la casa embrujada moderna es un reflejo sobre lo que está ocurriendo dentro de ella, lo que la convierte en escenario y a la vez protagonista del argumento. El terror habita la casa, pero también la transforma no sólo en versiones de nuestra conciencia, sino de la forma en que comprendemos los dolores existenciales. Un reflejo físico de lo que ocurre con los que se encuentran atrapados en su interior o en todo caso, se aferran a ella como un faro en medio de la incertidumbre.

“La casa requiere un mantenimiento regular”, dijo Flanagan. “Requiere que las cosas sean reemplazadas, actualizadas y limpiadas. Si lo dejas ir, este reflejo ordenado de tu psique comienza a desmoronarse y desmoronarse y se distorsiona, se enmohece, asquea. Puedes entrar en la casa de alguien si realmente está mal, mentalmente, y puedes identificarlo con solo mirar el entorno. Puedes decir: quien vive aquí perdió la razón. La casa está conectada con el estado mental de la persona que está dentro”

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