La aparición del ahora difunto Stan Lee (1922-2018), célebre guionista de los cómics de Marvel en colaboración con los ilustradores Steve Ditko y Jack Kirby, en casi todos los filmes de su Universo Cinematográfico era lo tradicional, lo que se esperaba en cada película. La mayor parte de sus cameos eran solamente humorísticos, una manera de hacer sonreír a los espectadores con el momento previsto en que el anciano comparecía ante el público en la pantalla, muy alegremente. Pero, en algunas ocasiones, nos ofrecía más sustancia de la habitual, como durante sus pocos segundos en Doctor Strange (Scott Derrickson, 2016).
En ese instante del filme, el Stephen Strange de Benedict Cumberbatch (Black Mass: Estrictamente criminal) y el Mordo de Chiwetel Ejiofor (Melinda y Melinda) chocan contra la ventana de un autobús mientras el Kaecilius de Mads Mikkelsen (Después de la boda) les persigue, alterando la realidad física a voluntad. Stan Lee viaja en su interior, leyendo un libro. Se ríe y suelta: “Esto es muy gracioso”. Y lo que tiene en las manos es un ejemplar del ensayo Las puertas de la percepción (1954), donde el novelista británico Aldous Huxley (Un mundo feliz) relataba sus experiencias alucinógenas con la mescalina.
El título de la obra lo extrajo de una cita de El matrimonio del cielo y el infierno (1793), sátira profética escrita por su compatriota William Blake: “Si las puertas de la percepción se purificaran, todo se le aparecería al hombre como es, infinito”. Y dicho texto lo complementó después con Cielo e infierno (1956). En ambos, Aldous Huxley insiste en cómo las drogas psicodélicas habían modificado la forma en que percibía el arte y el ámbito psicológico. Y resulta más que evidente que tanto el concepto de la historia de Doctor Strange desde los cómics como su colorido aparato visual en ellos y en la película son pura psicodelia. Así que incluir a Stan Lee con las narices metidas en ese volumen entraña un curioso guiño a su misma creación.