Ya sea que celebres Halloween o no, octubre sigue siendo la mejor fecha para disfrutar del cine de terror en todos sus géneros y subgéneros. ¿Te gustan las películas de zombies, las que cuentan eventos sobrenaturales o solo las que se especializan en provocarte sobresaltos?
El buen cine de terror da para todos los gustos y, por eso, hemos recopilado una lista de las diez mejores películas de terror de los últimos diez años que puedes ver durante el mes siguiente para ponerte a tono con la temporada.
Las sugerencias provienen de Rottten Tomatoes e IndieWire.
It Follows (David Robert Mitchell, 2015)
David Robert Mitchell ya había mostrado su habilidad para analizar ciertas pulsiones emocionales invisibles en la atípica The myth of american sleepover (2010), y quizás por ese motivo recrear un escenario de terror insólito le resultara tan efectivo en su obra inmediatamente posterior.
En It Follows repite la noción sobre el vacío existencial y los terrores que se ocultan a la sombra, a los cuales añade un elemento sobrenatural que sorprende por su elemento por completo insólito.
No solo se trata de miedo, sino de algo más ambiguo, inquietante y que se mezcla a partes iguales con la percepción sobre el individuo, los terrores que acechan en lo cotidiano y la esencia acerca de lo inexplicable.
Mitchell no intenta analizar el hecho de lo sobrenatural desde explicaciones y mucho menos, sobre la idea de lo desconocido como una concepción amplia, sino que va a los detalles. El mal carece de rostro, motivo e incluso de nombre y avanza a través de la historia como un mecanismo de destrucción de enorme eficacia.
De hecho, el guion juega con la percepción de lo epidémico — lo maligno que se transfiere desde un trasfondo casi primitivo — y se concentra en la posibilidad de la muerte como castigo. La criatura — que en realidad nunca llega a manifestarse en su forma original — tiene los atributos de un veneno, una visión de pura degradación que contradice todas las reflexiones sobre el terror como una consecuencia de un acto mayor.
En It Follows el miedo es una mirada hacia lo abstracto, lo desconcertante y lo temible, que se esconde detrás del rostro humano. Como si se tratara de un asesino implacable, el miedo visceral se transforma en un arma y un herramienta, eso sin perder los elementos básicos del cine de género y con una absoluta conciencia de la posibilidad de lo inquietante como un concepto a mitad de camino entre lo humano y lo filosófico.
l resultado es una película que transita el límite entre lo que se esconde bajo una estructura tradicional sobre la violencia pero que la desborda a través de inteligentes golpes de efecto de cuidada factura. Una variación sobre el clásico que reconstruye los códigos sobre lo que nos provoca miedo — y por qué lo provoca — y se inclina por una narrativa lenta, que no se prodiga demasiado en explicaciones y que encuentra en el enigma cada vez más complejo y su mejor recurso para aterrorizar.
La autopsia de Jane Doe (André Øvredal, 2016)
Øvredal no es un director sencillo de comprender: su extraña filmografía abarca todo tipo de registros y parece más interesado en la experimentación argumental que en realidad, labrarse un estilo narrativo. Con todo, esa necesidad de avanzar desde puntos de vista comunes para crear un nuevo tipo de propuesta le ha dado la oportunidad de comprender el cine desde la noción de cierto juego complejo de símbolos e iconos.
El mockumentary Trollhunter analiza el terror a la sombra pero también, para dar una vuelta de tuerca al género de fantasmas a través de una percepción bien construida sobre lo esencial de la naturaleza monstruosa. Pero en realidad no se trata de una historia de terror y es esa ambigüedad en el planteamiento y la habilidad del director para entremezclar líneas argumentales, lo que brinda a su trabajo una noción sobre lo narrativo que sorprende por su consistencia.
En La autopsia de Jane Doe esa tendencia hacia la desfragmentación es más obvia que nunca y se nutre de una percepción del terror ciego a través de largos silencios y planos amplios que analizan lo terrorífico desde una mirada pulcra hacia la alegoría.
Porque aunque se trata de terror en estado puro, Øvredal no se conforma con mostrar lo terrorífico sino que medita sobre la muerte a través de hilos argumentales difusos en los que combina Horror Folk, un thriller de suspenso al uso y algo mucho más profundo que evade explicaciones sencillas.
Lo que aterroriza en La Autopsia de Jane Doe no es la situación que muestra, sino esa referencia y reflejo de temores primitivos mucho más antiguos y secretos de lo que la escena por sí misma mezcla. La habilidad de Øvredal logra crear una atmósfera malsana y perversa que gana efectividad y brillo medida que la película avanza, hasta un leitmotiv simbólico que une las piezas en una conclusión clara aunque no elocuente.
Get Out (Jordan Peele, 2017)
La primera incursión en el cine de Terror de Peele tiene un trama sencilla o mejor dicho aparenta serlo, y quizás ese es su mayor triunfo.
Durante el primer tramo, la película parece rendir homenaje a cierto cine clásico que refleja en sus escenas impecables y la cámara que observa desde cierta distancia prudencial. No obstante, todo se transforma con enorme rapidez a partir del segundo tramo, en la que el escenario se transforma en una visión del horror basado en todo tipo de análisis sobre la naturaleza humana, la oscuridad interior pero sobre todo, la noción persistente de la violencia que se oculta bajo los rituales habituales y tradicionales.
Con ciertas reminiscencias a La Lotería de Shirley Jackson (con su visión cínica y sobre el horror de una aparente normalidad), Get Out logra balancear elementos en apariencia disimiles — terror, humor, crítica social — para crear una notoria reflexión sobre lo espeluznante que yace bajo la pátina de lo corriente.
Peele no invade los espacios de sus personajes con símbolos comunes sobre el miedo ni tampoco recarga las escenas con mensajes concretos sobre lo terrorífico, sino que elabora un discurso basado en lo fantástico y lo sobrenatural basado en conflictos sociales. Y lo hace, bordeando la crítica y el juicio con un terror negrísimo que evade lugares sencillos.
The VVitch (Robert Eggers, 2016)
A estas alturas nadie duda de que la película The VVitch, del director Robert Eggers, es quizás una de las mejores películas de terror de la última década.
No solo se trata de una vuelta de tuerca al género, sino además una renovación del lenguaje fílmico sobre el miedo.
No obstante, quizás el mayor logro de la película es abandonar los clichés fílmicos habituales sobre la bruja, la magia y la brujería para crear algo por completo distinto y poderoso. Fiel exponente del terror folclórico, The Witch evita los terrenos habituales del cine de género y bebe de tradiciones judeo-cristianas para sostenerse, creando una atmósfera creíble donde la naturaleza — esa agreste, tenebrosa y espesa visión del bosque atávico — se impone sobre la naturaleza.
No hay nada sencillo en una propuesta que se cimienta sobre visiones clásicas sobre el bien y el mal, el horror y la beatitud y sobre todo, esa visión clásica de la bruja como una figura ambigua y la mayoría de las veces aterradora. Con un pulso firme y un manejo de escena que sorprende por su sutileza y poder de evocación, Robert Eggers crea una propuesta que se nutre de todo tipo de símbolos y metáforas hasta construir una reflexión sobre lo que nos asusta — y por qué nos asusta — que sorprende por su solidez.
El miedo se transforma entonces en un rasgo, una interpretación de la realidad. Una elaborada percepción sobre lo que nos rodea y su implicación sobre el dolor y la pérdida.
The Babadook ( Jennifer Kent, 2014)
Desde la concepción de una fábula macabra, la directora y guionista Jennifer Kent analiza la noción del horror desde cierta visión de la fantasía como reflejo de los dilemas existencialistas, el dolor, los traumas emocionales y algo más cercano a la catarsis de la violencia.
Pero Kent evade lo sencillo y es justo esa complejidad que subyace bajo una presunción en apariencia básica, lo que convierte a The Babadook en algo más retorcido que una metáfora sobre el miedo.
La directora avanza hacia nociones más brutales sobre el odio, el rencor e incluso los conflictos sobre la maternidad de lo que sugiere la en apariencia sencilla premisa y lo hace desde una concepción de las sombras interiores de notoria efectividad.
Kent, además, está muy consciente que el miedo es algo más profundo que un monstruo de pesadilla y añade un elemento estridente y brutal que añade al guión una tensión cada vez más compleja y abrumadora: la cámara observa el progresivo desplome emocional de los personajes desde una distancia dura y fría, analizando el trayecto hacia la locura desde una óptica casi cínica.
Cada elemento en The Babadook está calculado y construido para añadir capas de significado a la historia, que de otra manera, podría pecar de tópica y funcional: desde el diseño de la criatura — a mitad de camino entre lo infantil y el expresionismo alemán — hasta la paulatina caída en los infiernos de sus personajes, la historia mezcla sus hilos argumentales en una visión sobre el miedo perturbadora.
Una y otra vez, la figura de la Madre se analiza y se desmenuza bajo la luz de la tragedia y de pronto, el monstruo que acecha no parece tan peligroso como la encarnación viva del trauma y el monstruo interior que se muestra por momentos más perturbador que el horror tradicional.
A Quiet Place (John Krasinski, 2018)
En toda película de terror, el sonido — o mejor dicho, su capacidad para crear ambientes y atmósferas — suele ser un recurso efectivo al momento de crear una estructura narrativa.
Por ese motivo, A Quiet Place del director/actor John Krasinski avanza con sigilo en medio de un ambiente opresivo y angustioso basado en lo que se anuncia, antes de lo que se muestra. La película es un ejercicio de tensión elaborada a través de una perspicaz idea sobre lo misterioso que aumenta escena a escena hasta crear un cenit profundamente simbólico y construye una versión sobre el miedo basado en algo más complejo que lo evidente.
Desde esa primera línea que anuncia que han transcurrido 89 días desde una colosal tragedia apocalíptica (de la cual no tenemos idea o tampoco indicio) hasta esa extraña dinámica familiar que se entremezcla con pequeños golpes de efecto bien construidos, la película de Krasinski juega con la percepción sobre lo temible como una amenaza invisible. El resultado es una atmósfera malsana pero sobre todo, una experiencia sensorial por completo nueva.
La película no se prodiga demasiado y convierte la acción en pequeñas estratagemas para develar información: la primera secuencia establece que está en juego — la supervivencia de la familia entera — pero también la forma deliberada en que el terror se manifiesta.
El ritmo es rápido, eficaz y cargado de metáforas — esa escena del niño sosteniendo un juguete que parece simbolizar la normalidad perdida — pero sobre todo, la comprensión que el mundo tal y como lo conocemos, desapareció por completo hasta convertirse en algo mucho más agresivo y peligroso.
Con ciertos paralelismos con La Niebla de Darabont del 2007, la trama funciona desde lo minimalista, pero también desde la concepción del miedo como un evento incontrolable.
Hay algo muy semejante a la percepción de lo terrorífico emparentado con lo doloroso, que el escritor Cormac McCarthy utilizó con gran tino en su novela The Road y que convierte a la manejo de la tensión en A Quiet Place en una búsqueda de argumentos sobre lo que se esconde en lo invisible.
Hereditary (Ari Aster, 2018)
La estructura de la película del director Ari Aster es desde cierto punto de vista convencional y está directamente enfocada a mostrar la pérdida, el desarraigo y la soledad como un espectro que habita en medio de una familia disfuncional.
La madre de Annie (Toni Collette) ha fallecido de cáncer, luego de una larga y dolorosa agonía, que afectó en mayor o en menor grado a todos los miembros de la familia.
La armonía doméstica queda levemente trastocada y es esa ruptura, el comienzo de una serie de pequeñas correlaciones sobre lo sobrenatural que se manifiestan al principio con sutileza pero se esparcen con la rapidez de una infección venenosa. Hay un elemento uniforme en la manera en que el miedo se manifiesta en “Hereditary” y es que a diferencia de otras películas del género, su argumento no intenta reflejar lo sobrenatural como un hecho aislado o supeditado al contexto.
En realidad, se trata interacción entre la versión del miedo como una experiencia íntima que crea y sostiene lo paranormal como una percepción helicoidal sobre lo que puede resultar aterrado. La película apela a la incertidumbre — al miedo convertido en caja de resonancia de la vulnerabilidad y la fragilidad espiritual — para convertir la historia en algo más complejo de lo que parece a primera vista.
Mandy (Panos Cosmatos, 2018)
Bajo su pátina de producto demencial e inclasificable, Mandy de Panos Cosmatos es un argumento sofisticado e inteligente que lleva el terror a una nueva percepción pero sobre todo, lo analiza desde un punto de vista visceral en la que basa su efectividad.
Dividida en dos tramos bien diferenciados (una primera parte que se desliza bajo algunos clichés y parece destinada a la confusión y una segunda trepidante y perturbadora), Mandy tiene la capacidad de construir el miedo desde lo marginal. Resulta complicado describir un argumento basado en golpes de efecto pero sobre todo, en el análisis de lo terrorífico desde una perspectiva caótica y destructiva.
En Mandy el miedo no es un elemento que se manifiesta de manera comprensible, sino un conjunto de ideas que se mezclan de manera confusa pero al final, por completo efectiva.
La ultraviolencia — que el director explota hasta límites inauditos y que Nicolas Cage encarna con una actuación delirante — es un recurso entre tantos, para expresar una serie de planteamientos discordantes que convierten al guión en una combinación de temores paranoicos: desde las teorías conspirativas sobre cultos y terrores secretos hasta la noción de la realidad quebradiza y al límite de la cordura.
Todo bajo el rojo incandescente de la sangre y la perenne sensación de angustia abrumadora que Cosmatos suele brindar a sus películas.
El ritual (David Bruckner, 2017)
Basada en la novela de Adam Neville del mismo nombre, la película de David Bruckner es una inusual reflexión sobre la pena y el trauma, usando el terror como inevitable metáfora.
Por supuesto no se trata de una propuesta novedosa, mucho menos original, pero aún así logra sostener un lenguaje visual y argumental sólido. Brucker (conocido por la excelente Noche amateur), maneja los códigos del género de manera inteligente y precisa, por lo que el terror psicológico tiene un alto ingrediente de poder emocional y una inusual capacidad para conmover.
El guion avanza con buen ritmo, en medio de una puesta en escena sobria, minimalista y una línea argumental que resuelve con tino con los constantes flashbacks y el terror sugerido que sostiene el discurso. Hay escenas de enorme solidez — como el brutal robo que abre la película — hasta la persecusión del tramo final, enmarcado en una inteligente progresión de la tensión que sostiene el argumento entero.
El guion es una inteligente mezcla de viejos tópicos, distribuidos y reelaborados con elegancia y sobre todo, una consciente percepción de la efectividad de los tradicionales trucos del cine de terror.
Nada es nuevo en The Ritual y por contradictorio que parezca esa es su mayor fortaleza. Todo lo que propone, ha sido visto una y otra vez en el Cine de género actual, pero es quizás esa ambición moderada lo que hace a la película una concienzuda revisión no solo del terror como lenguaje — la mayoría de sus escenas están sobriamente concebidas con una tensión insistente y basada en trucos de efecto condicionados bien planteados — sino también, de la forma como se asimila el miedo cinematográfico como una idea coherente.
Tomando como referente obvio El proyecto de la bruja de Blair (en especial, la primera parte) y Posesión infernal crea una pequeña conjunción de buenas decisiones argumentales y visuales que brindan a la película un pulido acabado y una evidente necesidad de trascender lo obvio para crear una producción pulida y de impecable gusto.
The Ritual es un horror británico eficiente y metódico, con buenos efectos visuales — maravillosa la forma en que contiene las sutilezas para aumentar la tensión — y una revelación monstruosa que cuida el trasfondo simbólico de la trama.
Terrified (Demián Rugna, 2017)
Quizás la más en apariencia convencional del grupo, la película de Demián Rugna es una sorpresa por su inteligente manejo de los cánones del género pero sobre todo, de la insinuación de los secretos subyacentes que engloban el miedo como parte de la naturaleza humana.
La primera película de terror paranormal argentina, tiene un estupendo manejo del ritmo y se sostiene sobre el anuncio de lo que se esconde en la oscuridad. Voces que se esconde entre las paredes, mínimas insinuaciones que algo terrorífico se esconde entre la aparente cotidianidad de un vecindario común de la una ciudad latinoamericana.
No obstante, el verdadero triunfo de Rugna radica en su sabiduría para convertir un argumento sencillo en algo mucho más tenebroso y que apela a la imaginación del espectador como principal elemento para crear un clima opresivo y claustrofóbico.
Rugna no cede a los lugares comunes y aunque su película tiene notorios problemas de ritmo y algunos cuantos de continuidad, es lo suficientemente sólida como para remontarlos sin mayor dificultad.
Con evidentes referencias al terror japonés, Terrified es un cuidadoso recorrido por el terror como parte de la vida cotidiana y es justo esa percepción su mayor fortaleza: en el momento en que todas las líneas cronológicas que el guion insinúa a medida que avanza se unen, crean quizás uno de las escenas del genero más interesantes del año: tres investigadores de lo paranormal de la tercera edad, de pronto se enfrentan no sólo a lo desconocido sino también a la percepción de su mortalidad y la incertidumbre de la muerte.
Con su discreta puesta en escena y contundente equilibrio argumental, Terrified es una de las grandes sorpresas del año.
Un plus
The Witch in the Window (Andy Mitton, 2018)
En un año lleno de películas que analizan las peculiares relaciones entre el dolor emocional y el miedo, The Witch in the Window, de Andy Mitton, lleva la propuesta al terreno de lo analítico basado en un terror difuso y sustentado sobre el hecho de humanizar no sólo los lugares que habitamos, sino las huellas que dejamos en cada uno de ellos al morir.
Una idea extravagante que la película explora con delicadeza y enorme buen gusto. La casa embrujada de Mitton no solo alberga fantasmas (que lo hace) sino también, los dolores, pesares y horrores de una larga sucesión de pequeñas y grandes desgracias atrapadas entre las paredes de la en apariencia inofensiva construcción.
Basada en la atípica y tibia relación entre un hombre y su hijo (casi desconocidos entre sí), The Witch in the Window recorre lo esencial del miedo a los lugares desconocidos desde una perspectiva inquietante. La vieja Granja en Vermont en que la transcurre la trama es en sí misma un personaje y son sus espacios siniestros y sombríos, los que brindan un sentido de extraña complejidad al mecanismo del miedo que se pone en marcha una vez que la pequeña familia intenta restaurarla.
El terror es una combinación entre lo que se esconde entre las paredes a punto de venirse al suelo y la presencia que se manifiesta, como una parte indivisible de la casa como estructura. Escena tras escena, Mitton logra crear una sensación terrorífica sobre la casa como centro de todos los horrores que habitan en la oscuridad y a la vez, refugio de los dolores de quienes le habitan.
Una combinación clásica que sin embargo en The Witch in the Window toma un cariz por completo inesperado.