Por si no fuera poco lidiar con un virus que ya ha matado a más de 700.000 personas en todo el mundo, los seres humanos nos vemos ahora inmersos en otra “pandemia”, movida por quienes aseguran a pies juntillas que ese virus no existe. No les valen los testimonios de enfermos, familiares y sanitarios sobre la pesadilla que han vivido. Tampoco las radiografías de tórax que estos últimos cuelgan insistentemente en las redes sociales con el fin de hacerles entrar en razón. Ni siquiera les vale con ver morir a sus propios familiares. Tienen respuestas para todo. Las muertes las provocan los tratamientos, los ancianos fallecen porque había llegado su hora y lo de los test son todo falsos positivos en la PCR.
Lógicamente, detrás de este movimiento no abundan los científicos. Hay cantantes, cocineros, periodistas… todo tipo de profesiones, pero pocos sanitarios o investigadores. Pero que no abunden no quiere decir que no los haya, aunque sean pocos. De hecho, últimamente está circulando en redes sociales el vídeo de una bióloga que expone cuáles son los supuestos errores de la PCR, por los que no nos debemos fiar de su resultado. Aquí viene el argumento de instigadores como Miguel Bosé. Si lo dice una científica, tendrá razón, ¿no? Lo cierto es que, en este caso, muchas de las afirmaciones que hace durante su perorata son totalmente falsas y no hay más que hacer una leve búsqueda en la literatura científica para destaparlas.
La PCR sí es muy específica
Los principales detractores de la prueba alegan que existe un alto número de falsos positivos en las PCR porque su procedimiento es muy inespecífico.
Sin embargo, esto es del todo falso. Para empezar, es importante entender a grandes rasgos cómo funciona la PCR.
Se trata de una prueba cuyo objetivo es detectar material genético de un organismo concreto, ya sea ARN o ADN, en una muestra. En el caso del SARS-CoV-2, se trata de ARN.
Todos los seres vivos tenemos una secuencia de alguno de estos dos materiales genéticos que nos identifica como especie. Se sabe cómo de emparentadas están dos especies por el parecido existente entre sus secuencias. No obstante, siempre habrá algún trocito único, que no se encuentre en las demás. Y eso es lo que busca la PCR cuando se lleva a cabo de forma clínica. Una vez que se identifica esta secuencia, se genera un fragmento de ADN, conocido como cebador, que se une a ella. En este caso, al ser un virus de ARN, es necesario un paso previo que convierte este en ADN. Llegados a este punto, el cebador se une a su objetivo y señala a una proteína, llamada polimerasa, dónde debe empezar a trabajar. Esta se encarga de sacar múltiples copias del fragmento en cuestión, como si de una "fotocopiadora molecular" se tratara. La razón por la que esto sirve para el diagnóstico es que esas “fotocopias” que se realizan emiten fluorescencia, de modo que pueden detectarse.
Si hay virus, su ARN, previamente traducido a ADN, podrá copiarse y se detectará su señal fluorescente. Si no, no habrá ninguna señal. Por eso decimos que es una prueba muy específica, porque solo habrá un positivo si el cebador ha podido unirse a ese fragmento único del SARS-CoV-2.
Sí, conocemos la secuencia del coronavirus
Algunos de estos científicos negacionistas de la COVID-19 sostienen que el fragmento para el que se crea el cebador puede encontrarse en otros coronavirus. Sabemos que hay algunos coronavirus mucho más comunes, que se encuentran detrás de ciertos procesos catarrales y no conllevan ninguna gravedad. La teoría de estas personas es que se podrían obtener falsos positivos en la PCR si el paciente en cuestión está infectado con alguno de ellos. Además, sostienen que no se ha logrado aislar el virus correctamente y que, por eso, tampoco puede saberse su secuencia con seguridad.
Sin embargo, no es el caso, ya que el trocito elegido es exclusivo del SARS-CoV-2. Y esto se sabe gracias a que la secuencia genética de este coronavirus se ha hallado en repetidas ocasiones, en diferentes laboratorios del mundo. Ocurrió primero en China, pero el proceso se ha replicado con muestras extraídas de pacientes de otros muchos países, tanto sintomáticos como asintomáticos.
Esto significa que se conocen todas y cada una de las letras de ese libro de instrucciones a base de ARN, de modo que, al compararlo con otros virus, se puede saber cuál es su fragmento identificativo. En este caso se usa uno de 200 nucleótidos o, lo que es lo mismo, 200 letras de las 300.000 que componen su secuencia. Puede parecer poco, pero es más que suficiente para obtener resultados fiables.
Entonces, ¿hay falsos positivos en la PCR?
Desde que comenzó la pandemia, hemos escuchado algunos casos de falsos positivos en la PCR. Esto no hace más que echar leña al fuego de los negacionistas. Sin embargo, las razones por las que en algunas ocasiones no se obtuvo el resultado correcto nada tienen que ver con que no se trate de una prueba específica.
Tanto esta como otras pruebas de laboratorio requieren la utilización de una serie de sustancias muy concretas, conocidas como reactivos. Si, por una mala manipulación, alguna de ellas o incluso las propias muestras se contaminan, mezclándose con otras que sí contengan ARN viral, pueden obtenerse falsos positivos en la PCR. Sin embargo, este es un error accidental que puede ocurrir absolutamente con cualquier prueba.
Por otro lado, es posible, aunque no muy probable, que alguien que haya pasado la infección ya no tenga virus activos en su organismo, pero aún quede algún fragmento de ARN. Esto significaría que esa persona ya está curada y ni tiene síntomas ni es contagiosa, pero puede dar positivo. Precisamente la gran especifidad de esta prueba permite detectar hasta cantidades mínimas de material genético, por lo que, en esos pocos casos, podría detectarse, incluso si el virus ya ha perdido su capacidad infectiva.
Son unas pocas excepciones, en casos muy concretos de personas que acaban de superar la infección. Pero, por supuesto, esa no es la norma. La normal es que si una persona da positivo en una PCR significa que está infectada y que, por lo tanto, debe aislarse. Hay suficientes evidencias para poder afirmarlo con seguridad. Al fin y al cabo, ni siquiera ser científico aporta a nadie los conocimientos para que podamos fiarnos de lo que dice sin contrastar la información. Y, por supuesto, ser Miguel Bosé tampoco.