"Más o menos en una semana estoy sacando unos 1.000 euros, solo por alquilar mi piscina tres días. Pero ahora en agosto tengo todos los días del mes alquilado. Nos vamos de vacaciones, pero una vecina se encarga de todo", explica María del Naranco a Hipertextual. Como María, otros cientos de afortunados que cuentan con una piscina privada para hacer el agosto, como quién dice, alquilándola a terceros. Este año, el hecho de que muchos no se huirán de las grandes ciudades y que el coronavirus propicia ir a sitios privados apunta a ser un buen año para el negocio.
María nos abre las puertas de su casa, al norte de Madrid. Es una privilegiada. No es una piscina pequeña adjunta a un chalet adorado; ella disfruta de una gran finca con una buena piscina donde, afirma, pueden estar más de 100 personas cumpliendo con desahogo la distancia de seguridad a lo largo y ancho de todo el terreno. Ese es su caso, pero cada oferta tiene sus normas más o menos estrictas.
Igualmente, María no es nueva en esto delos alquileres, ya antes pasó por las manos de Airbnb y gestiona tres casas rurales en Asturias. La finca cuenta con una casa de invitados ofertada en la plataforma, también en HomeAway. Ahora, esa parte del negocio prácticamente ha caído por lo que ahora se han sumado al sector del alquiler de piscinas.
María solo lleva desde mediados de julio alquilando sus instalaciones en Olaplace y Swimmy, las dos plataformas más populares ahora mismo. "Es una pasada la cantidad de peticiones que tengo a lo largo del día, una media de 3, y suelen reservar grupos grandes", nos explica. "Tuve una despedida de soltero, que me daba un poco de miedo la verdad, pero fue bastante bien. Sí que me rompieron una cama elástica profesional que tengo, pero ellos se hicieron cargo de los gastos de reparación", apunta, "pero también acepto grupos de dos o tres personas, la verdad que no me importa mucho".
Lo cierto es que María ha visto en esto del alquiler de piscinas un negocio redondo –así ingresa para el mantenimiento de sus grandes instalaciones–, uno que pretende mantener hasta el 10 de octubre si el clima lo permite. Aunque muchas piscinas ofertadas en las diferentes plataformas limitan el negociado al uso de la piscina, y muchas no incluyen ni el uso del servicio, María abre las puertas de su casa de par en par, otros limitan el alquiler al uso de la piscina sin incluir baños, duchas o neveras. "Al final, no nos vemos porque nosotros vivimos a un lado de la casa y la piscina está al otro, pueden hacer lo que quieran sin molestar", argumenta.
Explica que la mayor parte de los inquilinos traen su propia comida y bebida (permite el alcohol, cosa que muchas de las piscinas ofertadas no). Pero se ha adaptado al negocio, a través de la aplicación ofrece cenas y comidas, al gusto del inquilino y por 10 euros; pero igualmente ofrece de todo: "tengo una cabina de masajes, por si alguien lo pide, también doy cursos de cocina con un vecino cocinero que tengo, de costura...", añade, "me adapto a lo que sea".
Alquiler de piscinas, una opción contra el coronavirus
Muchos no saldrán de sus ciudades este año. La crisis económica en ciernes y el miedo al contagio en zonas densamente ocupadas han retenido a muchos en las grandes urbes. De hecho, María ha denotado un incremento de las reservas de gente de la propia ciudad– principalente de zonas alejadas del centro de la capital–; en su época Airbnb eran los extranjeros los que copaban sus listas.
Desde las diferentes plataformas, explica, no obligan a tener un protocolo exacto. Pero ella asume que todo tiene que estar impecable en la entrada y la salida de los inquilinos. "Echo spray desinfectante en todas las superficies y zonas en las que han estado, creo que es algo muy importante ahora mismo", expone. No cuenta que no es obligatorio pedir nada a los clientes, pero por lo que pueda pasar ella tiene unos formularios preparados para controlar quién entra y quién sale de su casa: "por los rebrotes y esas cosas".
Un negocio redondo
El caso de María es altamente atípico: cuenta con unas instalaciones privilegiadas. Otros, han tirado de picaresca ofertando piscinas desmontables a una media de 10 euros por persona y día (unas 4 o 5 horas). No es la norma, pero sí la excepción. El resto tiene una oferta de unos 15 euros por persona y día, con grupos mínimos y máximos. Algunos exceden la media y, principalmente en Madrid, suben hasta los 30 euros.
Swimmy, operativa en España desde 2019 y desde hace tres años en Francia, ha visto su año dorado con la llegada del coronavirus. Su oferta y demanda han crecido en un momento adverso principalmente en Madrid (con casi 100 anuncios) o Sevilla (con 40). Valencia, donde cuentan también con actividad, no ha crecido tanto pese a sus meritorios 30 anuncios de alquiler de piscinas; pero aún podían registrar más en una zona donde habitualmente sí que se dispone de las instalaciones. Una situación lógica por la cercanía a la costa, que aún estando densamente ocupada sigue siendo un atractivo en tiempos de pandemia. Canarias, Galicia y País Vasco, aunque menos, también han visto un auge que ha pasado de 15 anuncios a más de 6o en pocas semanas y sin apenas promoción.
Son, ahora mismo, los herederos naturales de Airbnb. La caída del turismo internacional desde marzo de este año ha traído consigo la crisis más grande en el seno de la tecnológica, que ya desde principios de la pandemia anunció despidos masivos en todas sus delegaciones mundiales. Como consecuencia directa: pisos vacíos en el centro de las grandes ciudades. Los que antes sacaban rédito de la plataforma ahora se están pasando al alquiler regular, no sin la promesa de volver al alquiler turístico, ante la incertidumbre de cuándo se retomará el turismo en las grandes urbes.