Hace ya unos cuantos meses, la película animada Soul de Disney Pixar (Pete Docter, Kemp Powers — 2020) mostró su primer trailer, y todo parecía indicar que la casa de animación tendría otro de su éxitos en los que la inclusión y la representatividad podían debatirse de manera segura. Pero en lugar de eso, lo que mostró en pantalla fue el primer avance de una historia con un protagonista afroamericano con pocos rasgos antropomórficos y verde.

De nuevo, se trata de una tendencia que se repite con más frecuencia de la deseable, y que con el paso del tiempo se ha convertido en un incómodo patrón en la forma en que los grandes estudios analizan el tema de la inclusión y el racismo en sus películas de contenido más ligero o infantil.

Grandes, pero pequeños, intentos en el pasado

Se trata de un viraje que, de una forma u otra, desmerece los primeros grandes intentos de producciones de envergadura por mostrar algo más que los típicos héroes mostrando historias conocidas. En los años ’90, Disney tomó el inteligente, y en ese momento audaz, paso de incorporar a sus clásicos animados historias en las cuales el contenido sobre nuevas culturas y el aspecto físico por completo distintos a los héroes al uso creaban una ventana hacia personajes mucho más representativos de las minorías.

Aladdin (1992), de Ron Clements y John Musker, Pocahontas (1995), dirigida por Eric Goldberg y Mike Gabriel, y por supuesto Mulán (1998), de Tony Bancroft y Barry Cook mostraron un nuevo tipo de personajes con aspectos físicos por completos distintos. Reflexionando, además, sobre el ámbito de su historia de una manera inteligente y sensible.

Aunque los films fueron criticados en su momento por diversos motivos — sobre todo la poca exactitud histórica de Pocahontas —, el hecho es que Disney logró abrir un espacio para historias frescas con un alto contenido de inclusión y reflexión sobre la diversidad cultural, que dotó a la década de una brillante y renovada mirada sobre escenarios y formas de comprender a sus personajes.

Disney continuó incluyendo a hombres y mujeres afroamericanos y de otros grupos étnicos en sus películas, aunque sin jamás atreverse a dar el paso que la mayoría de los fans esperaban: una película en la que los personajes principales no fueran una pareja blanca.

Verde que te quiero verde

Finalmente, en el 2009, el estudio anunció lo que décadas atrás había parecido impensable: Tiana (Tiana y el sapo) sería la primera princesa Disney de raza negra en un ámbito netamente afroamericano que engrosaría la colección de películas animadas de la compañía.

Hubo una considerable expectativa y, de pronto, el estreno de Tiana y el sapo, de John Musker y Ron Clements, se convirtió en el centro de los comentarios de quienes esperaban que Disney — siempre a la vanguardia en cambios significativos en la industria del cine — fuera esta vez el abanderado en un tipo de evolución necesaria en el lenguaje cinematográfico.

Pero Tiana y, en general, una buena parte de los elementos de la película de la que era protagonista, decepcionaron, desagradaron y al final, se convirtieron en una pequeña controversia que incluso afectó el rendimiento en taquilla de la película, que sigue siendo una de las menor recaudación en medio de los grandes éxitos taquilleros de Disney.

Tiana era una hermosa mujer de raza negra, pero también una que sufre los dolores de un racismo sutil en una película cargada de clichés y estereotipos sobre las comunidades afroamericanas del sur estadounidense.

Como si esto no fuera suficiente, apenas treinta minutos de comenzar la película un hechizo la transforma en una rana, que por supuesto, se unirá a un engañoso príncipe — también con ancas — para encontrar su destino, el amor y la felicidad.

¿Parece un juicio en exceso fuerte hacia una película animada? Podría decirse que lo es, si Tiana no tuviera que haber atravesado la desconfianza de ejecutivos, los temores de productores y, al final, una cierta resistencia cultural para llegar a la pantalla grande.

Disney y sus princesas se han convertido en símbolos de un tipo de visibilidad social de considerable importancia. De modo que el color y el origen de las heroínas en sus principales películas no suele ser casual. ¿Lo fue la historia de Tiana o se trató del décimo intento de ser más inclusivos pero sin arriesgar demasiado? No todo es tan sencillo.

Una nueva generación, pero aún con fallos

Pixar

Por supuesto, no se podría acusar a Disney y al mundo de la animación en general de no intentar que sus personajes sean más inclusivos, abiertos a cambios y modernos.

No obstante, las perspectivas no siempre son las correctas y parece haber un considerable hincapié en que la mirada a nuevas culturas, o a personajes fuera de la norma, deben por necesidad atravesar alguna transformación que enmascare de una manera u otra su origen étnico.

Algo parecido sucedió con Miguel en la aclamadísima Coco (2017) de Pixar, dirigida por Adrián Molina y Lee Unkrich, que aunque es el ejemplo esencial para resumir los cambios y evoluciones del lenguaje animado sobre la inclusión y la representatividad —su perfecta visión sobre la cultura mexicana resulta emocionante y conmovedora—, también parece dejar llevar por la ley no escrita sobre el hecho de las sutiles transformaciones que debe sufrir un personaje de marcado contenido étnico.

La familia de Miguel en la Tierra de los Muertos pasa la mayor parte de su tiempo en pantalla como el aspecto de esqueletos, en contraposición al relativamente muy corto período durante cual vemos al resto de los miembros, de apariencia corriente.

¿Es muy duro juzgar la equivalencia de notoriedad e importancia entre ambos grupos de personajes? Podría serlo de no ser que se trata de un patrón evidente: no es la primera vez que el aspecto de personajes étnicos se enmascara con transformaciones parecidas.

En la película de 2000 El emperador y sus locuras, de Mark Dindal, Saul Andrew Blinkoff y Elliot M. Bour, el principe Kuzco se transforma en una llama y permanece de ese modo por más de 54 minutos. Lo mismo ocurre con Kenai en el film de 2003 Hermano Oso, en la que el niño Inuit Kenai se transforma en oso durante 53 minutos y, de hecho, termina por preferir la forma del animal a la humana.

Al final, la percepción es que los personajes étnicos o representativos suelen necesitan un contexto distinto, para expresar sus mundos y dilemas particulares.

En contraposición, Mérida en Brave (2012), de Brenda Chapman y Mark Andrews, conserva su forma mientras que su madre se transforma en un Oso. Pero hay la oportunidad de explorar las costumbres de la corte y de la familia del personaje desde una mirada acuciosa. De hecho, la transformación física de la madre de Merida es un contraste muy evidente entre ambas y se metaforiza como una forma de hilar y profundización en la relación entre ambas.

En el caso de Kuzco y Kenai, el recurso tiene por directa intención caricaturizar o sublimar el comportamiento animal en contraposición a la identidad del personaje que toma la forma del animal, lo cual es por supuesto una forma torpe de analizar la inclusión.

El ejemplo más reciente, es la película de 2019 de Blue Sky Studios, Espías con Disfraz, de Nick Bruno y Troy Quane. La premisa de la película es la de presentar a un personaje con el aspecto y la voz de Will Smith, que termina convertido a los pocos minutos en una paloma y se queda bajo esa apariencia durante los siguientes 45 minutos.

Aunque por supuesto se trata de un recurso comprensiblemente cómico, también es otra forma de supeditar la representativo a una transformación física concreta.

Disney: con tu rostro en el espejo

vaiana disney

No obstante, también la industria de la animación ha tomado riesgos considerables en contraste con lo anterior que resultan de inestimable valor: la película Moana dio una mirada inteligente y profunda a la cultura polinesia, en la forma de una princesa audaz con la voz de Auli’i Cravalho, que sin necesidad de sufrir una transformación muestra el folclore y peculiaridades de la región en todo su esplendor.

Aunque el Dios Guerrero Maui (con la voz de The Rock) sí las sufre de la misma manera que en Brave, es sólo una contraposición que permite comprender mejor el mundo que habita los personajes y que el argumento analiza con peculiar eficacia.

Quizás la película animada que tocó de manera más profunda y brillante el tema de la inclusión y la representatividad es la ganadora del Oscar a mejor película animada del 2018, Spider-Man: Into the Spider-Verse, de Peter Ramsey, Rodney Rothman yRobert Persichetti Jr.

El argumento incluye al popular Miles Morales del Universo en cómic de Marvel y lo lleva a un escenario en el cual deberá enfrentar a las diversas encarnaciones de Spider-Man en otras tantas dimensiones. Se trata de un tradicional camino del héroe en el que Miles deberá entender el origen de sus poderes y cómo usarlos, además de encontrarse a sí mismo.

Y lo hace sin cambiar un solo cabello de su pelo afro o que su apariencia física sufra la menor transformación. Miles se convierte en un entrañable símbolo de lo que el cine puede hacer por la representatividad. Desde los padres del personaje —un afroamericano y una mujer latina—, hasta el contexto del personaje. Toda la película está construida para celebrar su diferencia y de hecho, de la misma manera del cómic, de reflexionar sobre el peso de su origen étnico como parte de algo más grande e interesante.

El extraño futuro color, ¿verde?

¿Se convertirá el Joe de la esperadísima Soul en una mancha azul genérica la mayor parte de la película? Nadie duda que es necesario para el guion, pero también es inevitable preguntarse si esa transformación es por completo necesaria para un personaje que necesita de su historia para funcionar.

Quizás Pixar lleve adelante el concepto extraordinario que comenzó con Coco: brindar a sus personajes la absoluta libertad para representar a su raza, su vida y su contexto étnico sin necesidad de recurrir a subterfugios para suavizar y hacer más consumibles la historia que le rodea.

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