Una de las grandes ventajas del nuevo auge del contenido online es la posibilidad de disfrutar de un tipo de cine por completo distinto al que estamos habituados. Una exploración en las historias autorales, pero también en la forma en que el cine está transformándose. En el caso de Bacurau, de Kleber Mendonça Filho, se trata además de un delicioso recorrido por lo cinematográfico como vehículo para conocer y profundizar en la forma en cómo comprendemos el mundo actual y sus posibles variantes.

Quizás lo más interesante de Bacurau es su mirada subjetiva sobre un tema objetivo: la película de Mendonça Filho cuenta la historia de una comunidad brasileña que está decidida a enfrentarse a la tecnificación y la modernidad con todas las armas que les brinda sus costumbres más arraigadas. Y aunque parezca una metáfora benigna sobre la identidad y la búsqueda de una razón para comprender lo personal en medio de la cultura de masas, también es un trayecto hacia ideas más complicadas sobre el individuo moderno.

Mendonça Filho toma las relaciones de poder, las nuevas percepciones sobre la comunicación y las ambiciones culturales contemporáneos para contextualizar la lucha cotidiana de una comunidad pequeña. Esta curiosa escala permite comprender las motivaciones de su guion desde una perspectiva nueva y también crear la sensación de que la narración podría ocurrir en cualquier lugar y tiempo. Lo atemporal permite que Bacurau se extienda como una óptica extraña que engloba al individuo como parte de un sistema, pero también las pequeñas excepciones que lo alejan del centro común de las cosas.

Bacurau y su juego de efectos

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Todo lo anterior a través de un personaje férreo que, como en otras obras del director, se sostienen sobre la base del carácter y el deseo de permanecer para construir algo más poderoso. Para crear la tensión necesaria de una obra pequeña pero con grandes ambiciones, Mendonça Filho toma decisiones interesantes como comenzar la película desde un plano amplio — y casi mágico — para después enfocar su atención en una pareja común que atraviesa una carretera oscura. Teresa (Barbara Colen), nativa de la aldea que da titulo a la película, es el primer rostro que la cámara enfoca.

La minuciosidad del recurso parece brindarle un curioso protagonismo, que en realidad no es otra cosa que un engañoso recurso para narrar las miles de situaciones periféricas que sostienen este extraño guion, que muchas veces opta por trampas y juegos de espejos, para conducir al espectador al centro mismo de la historia. Teresa es el contexto, pero no es el centro de la acción y para cuando la historia lo deja claro es evidente que será un truco que la narración utilizará una y otra vez.

La película tiene mucho de realismo mágico: hay un montón de ataúdes astillados, una montaña radiante en la oscuridad, paisajes oníricos que desconciertan por su belleza. Todo lo anterior unido a una pragmática visión del tiempo que Mendonça Filho brinda a la narración con golpes de efecto inesperados.

Los carteles políticos muestran al Brasil real, mientras que pequeños bocados de alucinógenos — que los personajes confunden con una alegre sensación de libertad — convierten a la escena en una radiante mezcla de colores y sonidos. En Bacurau nada es lo que parece, nada tiene verdadero sentido, nada es real a menos que la cámara lo enfoque y lo contextualice. Quizás lo más insólito en medio de una narración más bien sobria.

Lo peculiar de sus personajes

Bacurau está lleno de una fauna extravagante de personajes inexplicables: desde una dulce prostituta, un médico con el corazón roto, un gánster que no comprende demasiado su regreso a la vida común... El pueblo es un crisol de extrañísimas versiones sobre la realidad que tiene la misma intención: la de crear la sensación que en realidad, la película es una narración oral que no se prodiga de manera sencilla. Como si se tratara de un sucedáneo del mítico Macondo de Garcia Marquez, Bacurau se entiende mejor desde sus personajes — los que carecen de nombre y los que están destinados a conducir al espectador a través de sus intricadas calles — que de las escenas que protagonizan.

Claro está, en Bacurau no todo es onírico ni carece de conexión con el mundo real. La vida moderna se manifiesta en las carencias y es justo ese hilo conductor con lo que ocurre más allá de las fronteras mágicas del diminuto pueblo, lo que hace que el guion tenga una inusual cualidad tridimensional.

Todo parece ocurrir al mismo tiempo: mientras en Bacurau las situaciones extraordinarias se suceden unas a otras, al otro lado hay disputas por las rutas de suministros cerradas debido a la violencia endémica, la comida no es suficiente para todos y hay una connotación muy clara de los rigores muy pragmáticos y realistas que sufren los habitantes de la aldea.

Pero aun así, la película tiene el suficiente poder de evocación para narrar una historia en apariencia pequeña, que termina por sorprender por su poder, belleza y elocuencia. Como si desde las puertas de madera desvencijada del pueblo, pudiera mirarse otro universo nuevo y desconocido. Quizás, su mayor fortaleza.

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