The Haunting of Hill House fue un éxito rotundo para Netflix. La escritora Shirley Jackson fue una figura ambigua incluso para sus contemporáneos. Escritora extravagante, precursora de la literatura de terror tal y como la conoces en la actualidad, también fue una mujer que debió enfrentarse como pudo a los prejuicios y dolores de una época en la que el mundo literario era un club exclusivamente masculino.

Jackson era una mujer tenebrosa, rodeada de una extraña historia personal que la hacía tan desconcertante como cualquiera de sus personajes. Callada, distante, con un extraño y cínico sentido del humor, Jackson se alejaba por completo de la noción de la mujer sumisa de la década de los cincuenta. Causaba sorpresa y sobre todo, una profunda incomodidad.

Según sus propias palabras y los testimonios de quienes le frecuentaban –un selecto grupo de amistades que conservó durante toda su vida — Shirley era una mujer “siniestra”.

La mujer siniestra bajo la adorable fachada

The Haunting of Hill House

Lo decían sus compañeros de The New Yorker — en donde fue colaboradora por más de dos décadas — y también quienes la conocieron en la revista Woman’s Day, que jamás sospecharon que la mujer que escribía divertidos artículos sobre su vida cotidiana — sus pequeños desastres hogareños, sus problemas para encontrar la casa ideal en North Bennington, en Vermont, e incluso lo raro que resultaba su matrimonio con otro escritor— también podía escribir sobre el horror, la muerte y lo desconocido con una prosa tan precisa como la que usaba para describir simpáticos dilemas provincianos.

El contraste resultó casi aterrador para la mayoría de quienes le rodeaban. De súbito, la pálida mujer de antojos no parecía tan inofensiva ni tan corriente como la mayoría había supuesto.

La película Shirley, de la directora Josephine Decker y basada en el libro de Susan Scarf Merrell del mismo nombre, explora a la mujer detrás del misterio, pero en especial hace un considerable énfasis en narrar la vida de la escritora como quizás le habría gustado ser recordada. La combinación crea una tensión apreciable en la manera como el argumento muestra la vida cotidiana de Jackson y la extrapola más allá de los pequeños fragmentos que la describen como una criatura huraña, de extraordinario talento y una poderosa capacidad creativa.

No es lo que parece

The Midnight Club
King County Library, Twitter

Pero la película de Decker no es un biopic ni pretende serlo. En realidad, es una combinación singular de registros de género que convierten a su personaje central y su entorno en una exploración sobre la época, el mundo literario al que Shirley Jackson pertenecía y n a la forma en que su vida se entremezclaba con algo más elaborado y duro de entender.

Jackson era una mujer que se llamaba a sí misma bruja, madre de cuatro hijos y esposa de un escritor en ciernes que a la vez debía luchar contra los espacios oscuros de su mente y la posibilidad del éxito que la acecha desde la inseguridad y el apremio. Decker mezcla el drama, el terror y el suspenso en una inusual visión sobre el espíritu independiente y feroz de la escritora. También de su lado más débil y frágil, atormentada por el miedo, la agorafobia y la frustración.

La combinación tiene como resultado una extraña mirada a la psicología del acto creativo y también, las regiones tenebrosas que se esconden sobre la apariencia de lo cotidiano, un tema recurrente en las obras de Jackson y que la guionista Sarah Gubbins maneja con extraña sobriedad.

La dura normalidad tras las historia

La historia comienza poco después de publicarse el célebre cuento La Lotería y es notorio que tanto Decker como Gubbins usan el triunfo de la Jackson cinematográfica como un recorrido hacia lugares más perversos de la mente y necesidad de crear del personaje.

Interpretada por una extraordinaria Elizabeth Moss, la escritora se convierte entonces en un misterio que se revela en las páginas que escribe y en los claroscuros del hogar doméstico, que se desdibuja en medio de una tensión intelectual y sexual cada vez más inquietante.

Para la ocasión, el guion convierte a la vida matrimonial de Jackson y su percepción como una mujer de la rígida década de los ’50, en una alegoría durísima sobre la posibilidad de la libertad y la independencia intelectual. Después de todo, la escritora es una mujer que lucha por comprender su propia mente, su necesidad de anonimato, pero a la vez la reivindicación sobre su propio talento que supone el éxito literario.

En contraste, su marido, el crítico Stanley Edgar Hyman (interpretado de forma contenida y brillante por el actor Michael Stuhlbarg) es una criatura temible, que se sostiene sobre una rudimentaria versión del éxito académico. Es evidente que el matrimonio Jackson lucha como puede por mantener la apariencia de normalidad, pero no solo no lo logra, sino que se desploma en una noción interconectada del miedo, la prepotencia, la arrogancia y al final, la codependencia, que enrarecen la atmósfera puertas adentro de la casa familiar y la relación entre ambos.

El problema del talento

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Shirley es una paria, una mujer marginal que comprende su rareza, pero también la analiza como un ente independiente a su propia mente. Y es entonces cuando Decker encuentra el punto de inflexión que hace de la película un extraño pero efectivo juego de espejos: la escritora está atrapada en los límites de un matrimonio turbulento, una maternidad sofocante, pero también de los monstruos enajenados que su imaginación concibe, sostiene y analiza desde cierta perspectiva inquieta. La película hace un brillante intento por reflejar esa batalla interior y lo logra, en escenas de extrañísima belleza que componen una historia difícil de clasificar.

Por un lado, el guion de Gubbins intenta reflexionar sobre el hecho del talento de Shirley Jackson, que se analiza a través del cristal de Stanley pero que a la vez brilla con toda la capacidad de la escritora para crear un mundo autónomo a través de sus obras.

El argumento encuentra la manera de reflexionar sobre el hecho que la escritora es también una personalidad inexplicable, extraña y potente que se sostiene sobre algo más verosímil y doloroso que su mera necesidad de escribir sobre monstruos y los paisajes terroríficos que imagina. Jackson era una feroz observadora de la conducta humana y cuando su cuento La Loteria la convirtió en una controvertida celebridad, sus obras se llenaron de agudos comentarios metafóricos sobre las críticas e insultos que recibía a diario.

El peligro del éxito

La película también refleja el extraño ambiente alrededor de Jackson, una vez que se convirtió en una voz poderosa dentro de la literatura de terror y que por extraño que parezca, perdió su cualidad impoluta frente a los millones de lectores que había cultivado durante años desde su columna de consejos domésticos.

El argumento observa con atención las consecuencias de su atrevimiento de escribir una obra de género después de dedicar buena parte de su vida a narrar la apacible vida de la clase media norteamericana. Para buena parte de sus lectores, se trató de un giro inexplicable y para quienes le leían por primera vez una grosería que jamás perdonaron del todo. Decker parece especialmente interesada en el monstruo que Shirley creó de sí misma y en especial, la tenebrosa versión de la realidad capaz de concebir a través de un recorrido inquietante, por las regiones más heridas de su personalidad.

A mitad de camino entre un minucioso relato sobre los horrores invisibles de la vida cotidiana y la vida de una escritora subestimada, Shirley es también un alegato por la diferencia. Después de todo, luego de convertirse en una de las escritoras más respetadas de la década de los sesenta, Jackson comenzó a enfrentarse a lo que llamó “los horrores de ventanas cerradas”.

El triple éxito de La Loteria, The Haunting of Hill House y We Have Always Lived in the Castle habían llevado al trabajo de Jackson a un lugar atípico en el mundo literario norteamericano: no sólo se trataba de una escritora de terror, sino de una que además, elaboraba una versión de la Norteamérica profunda y sus temores a través de sus horrores.

Los personajes de Jackson eran inquietantes, imperfectos, torpes, aterrorizados con la cualidad del mal, pero también dignos de redención. La combinación hizo de sus libros éxitos de venta y también, un hilo conductor hacia cierta evolución de la ficción estadounidense necesaria y sorprendente. Pero también, sumió a la escritora en una complicado cuatro depresivo: “No sé si se trata de lo que me exijo, me exigen o creo necesito satisfacer”, escribió a finales de 1963. La película de Decker analiza este extraño escenario sino que además lo dota de una rara belleza.

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