Desde la más remota antigüedad, el ser humano ha intentado encontrar la mejor fórmula sobre la que crear sus ciudades. En el siglo V a.C., Hipodamo de Mileto trazó los primeros planes urbanísticos que apostaban por formular las ciudades con calles que siempre se encontraran en ángulo recto, un trazado ahora llamado hipodámico que es el origen de planes como los ensanches de muchas ciudades europeas durante el siglo XIX o el típico trazado de la mayoría de grandes urbes norteamericanas.
Ideas, formulaciones y proyectos de ciudades ideales ha habido muchos, aunque pocos han pasado del papel y, de los que lo han hecho, apenas se puede encontrar un caso de éxito. En las siguientes líneas veremos algunos de estos ambiciosos proyectos de ciudades idílicas y en qué quedaron.
Sforzinda y el Renacimiento
El Renacimiento supuso, como en casi todo, una revolución también para el urbanismo. Fue la época en la que se crearon las grandes plazas, los creadores más importantes de la época, como Miguel Ángel, también se involucraron con el diseño de espacios público, algo que da a entender el peso que ganó el diseño de ciudades para dejar atrás las estrechas y antihigiénicas calles medievales.
Ese contexto, además, es coetáneo con la publicación de la Utopía de Tomás Moro, el libro que asentó las bases del idealismo y que en gran medida fue una de las primeras palancas hacia la Ilustración que llegaría un par de siglos después.
Ahí aparece nuestro primer ejemplo, Sforzinda, diseñada por Filarete (1400-69) y que, aunque nunca llegó a concretarse, puso sobre la mesa la idea de una ciudad radial. Las ciudades ideales son el resultado creativo de visiones idealizadas sobre las sociedades que pretenden habitarlas. Por esta razón, el centro de una ciudad radial puede entenderse no sólo como el centro espacial sino también el intelectual.
Filarete diseñó la ciudad entre 1457 y 1464 para Francesco Sforza, gobernante de Milán en ese momento y su protector. Los edificios más importantes están en el centro de la ciudad de Sforzinda - la iglesia, la catedral, la residencia real y el ayuntamiento-. Los barrios residenciales de los alrededores están separados según el comercio y la clase. No es lo que definiríamos hoy en día como una ciudad idílica, pero Sforzinda encarnaba el ideal social absolutista en el que un gobernante tiene todo el poder. La ciudad de Palmanova, también en Italia, quizá sea el ejemplo ‘vivo’ que mayor herencia tiene de las ideas de Filarete.
Otro ejemplo de planificación renacentista lo encontramos en Mannheim. A principios del siglo XVII, Federico IV hizo construir una ciudad residencial junto a su castillo de Friedrichsburg. Mientras que todas las calles dentro del castillo irradian desde una plaza central, las calles dentro de las fortificaciones de la ciudad siguen un patrón de cuadrícula basado en ángulos rectos. La cuadrícula se amplió más tarde y se ha mantenido hasta hoy.
En lugar de los nombres de las calles, Mannheim utiliza un sistema de números y letras, basado en el sistema utilizado para identificar las plazas en un tablero de ajedrez y que después ha sido adaptado en ciudades como Nueva York.
De las ciudades coloniales al racionalismo
Tras la evolución de las ciudades europeas hasta el siglo XVIII, que también fueron replicadas en las capitales de América Latina con el neoclasicismo, Estados Unidos, en su carácter de antigua colonia y con todo por construir, tomó un papel fundamental en el desarrollo del nuevo urbanismo.
Proyectos como la ciudad de Washington a cargo del francés después naturalizado estadounidense Pierre Charles L'Enfant, fueron la hoja de ruta por la que se guiaron buena parte de las nuevas ciudades norteamericanas.
L’Enfant diseñó la ciudad en base a la colina de Jenkins, donde quedaría el Capitolio, y a partir de ahí jugaría con un sistema de calles rectas cruzadas por grandes avenidas para interconectarlas. Pasaron 30 años hasta que Washington pudo ser ‘estrenada’ al mudarse el Gobierno allí, aunque L’Enfant no acabó las obras por disputas con la organización.
El asentamiento de la Revolución Industrial fomentó también él paso hacia unas nuevas ciudades más abiertas para su cada vez mayor número de habitantes, y en cierto punto también, menos inhóspitas. Parques y jardines comenzaron a surgir, mientras que en línea con las ideas de la época, se aprovechaban reformas urbanísticas para proponer ideas nuevas, como el Plan Cerdà de Barcelona y su Ensanche, Ciudad Lineal en Madrid, o el perdido proyecto de Madrid Futuro de Ángel Fernández de los Ríos en 1868, que desde un idealismo revolucionario quería simplificar la ciudad y de paso eliminar cualquier referencia a la iglesia.
Y de ahí, llegamos al racionalismo del siglo XX. La época de las propuestas de la Bauhaus y Walter Gropius, de Frank Lloyd y de Le Corbusier.
LeCorbusier, Chandigarh o el proyecto perdido de París
Le Corbusier es seguramente el ideólogo de esta terna que más pudo poner en práctica sus ideas de una ciudad ideal.
En 1947, tras la independencia de La India, el gobierno le encargó el proyecto de construir desde cero una nueva ciudad al norte del país después de que, tras la escisión de Pakistán, su antigua capital se hubiera quedado en la zona de sus vecinos.
Así nació Chandigarh, ciudad en la que hoy habitan más de un millón de habitantes y que fue planeada desde su inicio con avenidas grandes, carriles bici y espacios amplios marcados por el hormigón racionalista y las líneas rectas.
El resultado es una ciudad que hoy las que la han visitado la describen como algo decadente por la falta de inversiones para mantener los edificios, pero que choca directamente con las mareas de gentes y aglomeraciones que se dan en cualquier otra ciudad india. No en vano, una encuesta del gobierno en 2011 concluyó que los habitantes de Chandigarh eran los más felices del país.
Pero Le Corbusier no pudo llevar a cabo su gran plan. Y seguramente menos mal. En 1925 elaboró un plan llamado Voisin para cambiar radicalmente el perfil de París, ciudad que estaba buscando una restructuración urbanística en la que llegó a proponer derribar más de 40 hectáreas de las orillas del Sena dejando solo los edificios más emblemáticos, pero llevándose por delante barrios con siglos de historia.
Lo que Le Corbusier proponía era una ciudad marcada por grandes rascacielos con espacio entre ellos, que nunca se concretó. En 1933 reformuló sus teorías con el nombre de Ville Radieuse (‘ciudad radiante’), aunando funcionalidad con preocupación ecológica, con bloques gigantes de apartamentos separados entre ellos para garantizar su exposición al sol.
Los intentos modernos
El ser humano no ha parado en sus intentos de buscar una ciudad ideal. Planes como el de la Brasilia de Costa y Niemeyer, también persiguieron esta idea, a menudo sin éxito. La capital de Brasil, por ejemplo, resulta una urbe ordenada, pero donde la vida de los funcionarios ha elevado los precios hasta hacerlos incompatibles con mucha parte de la población.
Más reciente es el caso de Masdar, ciudad en Abu Dhabi proyectada con la idea de ser una urbe autosostenible energéticamente con energía solar, sostenible y moderna. Impulsada por los fondos de los jeques y con el apoyo de WWF, el proyecto, a cargo de Norman Foster, lleva años sufriendo varios retrasos.