The Eddy es lo nuevo de Netflix. Damien Chazelle ama la música y no solo por la fuerte influencia que tuvo durante su juventud. El director norteamericano también reflexiona sobre sus grandes obsesiones, a través de ella. En The Whiplash (esa obra semiobiográfica que tanto sorprendió a la crítica), Chazelle dejó claro que la capacidad para crear arte a través de partituras y notas, es un mundo independiente capaz de englobar lo peor y lo mejor de la naturaleza humana.

Al otro extremo, La La Land dotó a los grandes musicales de antaño de un aire moderno y poderoso que deslumbró a buena parte del público y la crítica por su inteligencia argumental y visual.

Incluso en la atípica First Man hay algo de la soledad y el dolor silencioso, que toda gran ambición conlleva. Para bien o para mal, Chazelle usa su versión sobre el universo artístico como un gran fresco sobre la individualidad en contraposición del peso de lo colectivo. Ahora lo intenta con The Eddy en Netflix.

The Eddy, su primera incursión televisiva, tiene mucho de su trabajo previo, pero también de una nueva profundidad argumental. La serie es una singular versión sobre los deseos irrealizables, la necesidad de expresión artística y, por supuesto, con la música como eslabón que une lo anterior. Tejiendo un delicado hilo que, en ocasiones, es la única forma de sostener la potencia dramática de la historia. Todo, ambientando en un club de Jazz parisino y en medio de músicos de una poderosa personalidad, que Chazelle muestra a través de su talento antes que a través de su personalidad.

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Se trata de una decisión brillante que evita que The Eddy sea otra de las tantas versiones sobre las partes oscuras y marginales de toda disciplina artística. El show, de hecho, es una inteligente excepción en la perspectiva de Chazelle acerca de lo musical: la trama abandona las torturadas inquietudes de sus personajes anteriores, para hacer un especial énfasis en la manera en cómo una pasión que desborda todo espacio mental puede ser por si sola un motivo para persistir en crear la propia versión del mundo.

El planteamiento podría resultar un doloroso cliché de no ser por la ambición de la historia y la forma en que punto a punto cierra y abre sus líneas argumentales más complicadas.

The Eddy muestra todos los aspectos de Chazelle

Pero claro está, The Eddy también es otro de los universos de Chazelle con puntillosos detalles escénicos y una formidable puesta en escena. El club — centro y contexto de la trama — no es solo un lugar. También es una colección de vivencias que combinadas entre sí narran historias paralelas que sorprenden por su intensidad y, por momentos, dolorosa belleza.

En esta ocasión, el pesimismo sofisticado y contemplativo de Chazelle da paso a una vertiginosa trama llena de vida y matices. Sin la agresiva firmeza de Whiplash y muy lejos del centro romántico de La La Land, el talento de Chazelle para contar historias de espíritus apasionados en busca de la redención con un instrumento entre las manos es más evidente que nunca. Hay un aire intimista, una fuerza dramática desconocida pero también, la profunda sensibilidad que el director imprime incluso en los momentos más duros e incómodos.

El argumento de The Eddy no es sencillo, aunque lo parezca: Chazelle hace buen uso de su conocimiento del mundo de la música para contar la frustración del pianista Elliot Udo (Andre Holland) al ser incapaz de recobrar su fama, capacidad física para tocar y, sobre todo, su amor por la interpretación. La narración se extiende más allá y tal pareciera que intenta construir la idea de la comunicación basada en el arte: el instrumento mudo no es un espacio para el dolor, sino un espejo que refleja las emociones del músico.

A medida que Elliot intenta recobrar la relación con su hija adolescente (Amandla Stenberg), encuentra que el piano sustituyó más de una vez, la soledad y el miedo. Una puerta cerrada que ahora luchará para abrir otra vez, en medio de una crisis existencial de profundo sufrimiento íntimo.

Por extraño que parezca, Chazelle no es el creador de The Eddy. O al menos, no el único. Según la sinopsis oficial de Netflix, la serie es una colaboración entre Alan Poul, Damien Chazelle, el ganador del Premio BAFTA Jack Thorne y el seis veces ganador del Premio Grammy Glen Ballard. Eso podría explicar el cambio en el discurso y el tono, pero en especial la manera en que la serie atraviesa momentos luminosos entre otros tantos tenebrosos. Una mezcla curiosa que se comprende mejor al revisar la lista de créditos: solo los dos primeros episodios fueron dirigidos por Chazelle, mientras que Poul lo hizo con dos más. El resto parece una combinación entre ambos estilos y en especial del ritmo un poco errático que el argumento muestra de tanto en tanto.

La brillante partitura de una historia dolorosa

The Eddy es un homenaje a la música. Lo es sin pretenderlo o incluso sin limitar el registro de sus emociones únicamente al mundo musical. Pero resulta interesante la forma en cómo el equipo de producción logró crear un contexto musical tan novedoso, como inspirado.

Ballard —que fue el productor del ya icónico album Jagged Little Pill de Alanis Morissette— escribió las canciones una a una. Además se aseguró de que fueran interpretadas en escena por músicos reales. El resultado es una banda sonora deliciosa, consistente y elaborada a pulso. Toda una rareza en el ámbito televisivo actual. La cualidad de la música se mezcla entre los diálogos y las puestas en escena, lo que permite a la historia sostener una sensación que la música es parte esencial de la trama, aunque de una forma invisible y deliciosa.

Jack Thorne — cuyo trabajo en His Dark Materials de HBO fue criticado y alabado a partes iguales — logra en The Eddy una curiosa mezcla de efervescencia con una oscuridad moral, que reflexiona en tono cada vez más siniestro sobre la codicia y la soledad del impulso creativo. Con su inquietante trasfondo criminal, la serie podría conformarse con mostrar la caída en desgracia de hombres en esencia buenos, pero no lo hace. Sostiene un discurso ambiguo acerca de lo que todos somos capaces — o no — en las circunstancias adecuadas. Ajena a cualquier moraleja, la serie no busca sermonear o explorar ideas sobre la conciencia o el acto de la bondad, por lo que el peligro de la ambición desmedida es solo otro de los tantos a los que tendrán que enfrentarse los personajes.

Con su ambiente bilingüe, largos planos en sombras y estupenda música, The Eddy es una interesante experimento sobre el dialogo del bien y el mal, que no llega a rebasar las líneas de cierto suspenso residual. Su aire bohemio, sofisticado y atemporal, se hace incluso más interesante cuando es la música el único protagonista. La banda toca y no solo para el público que le rodea, sino que tiene la capacidad para conectar con el que observa fascinado, al otro lado de la pantalla. Un logro de considerable valor para una serie que intenta, por todos los medios posibles, celebrar el amor a las pequeñas grandes cosas invisibles. Y lo logra en buena medida.

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