Si la miniserie de HULU Little Fires Everywhere puede definirse con una sola palabra es tensión.
La producción ambientada en los años noventa y con un elenco de lujo es un recorrido incómodo por una serie de prejuicios que con frecuencia la televisión y el cine tocan, pero en los que pocas veces reflexiona a profundidad. La producción de HULU elabora un pulcro concepto de lo colectivo y lo individual en colisión debido al prejuicio.
A su vez, el guion se encarga de puntualizar de forma inteligente y sobria lo que nos separa como individuos, pero también lo que nos une a pesar de la invisible y poco exteriorizada grieta cultural. La cual se extiende en todas las relaciones emocionales y sociales que sostenemos a través de nuestra vida.
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Claro está, Little Fires Everywhere también es un propuesta contemporánea, con la misma obsesión de otros productos semejantes por la nostalgia. La serie está llena de referencias inmediatas a la década que desea recrear, y también de un recurrente punto de vista sobre la importancia del contexto histórico.
Little Fires Everywhere y su representación de los '90
En cada uno de sus ocho capítulos, la música lleva el compás de la historia —atención al magnífico soundtrack compuesto por clásicos como Ray y Grey Poupon, Waterfalls y Before Sunrise—. También conduce al espectador a través del ambiente enrarecido de 1997, un año especialmente conflictivo en lo que ha conflictos racionales se refiere.
De una u otra forma, el programa analiza desde el contexto de su primera escena, la idea que desarrollará a continuación con el transcurrir de los episodios: la diferencia y la tolerancia son ideas con las que debemos batallar a diario, en un mundo con una atmósfera cada vez más enrarecida.
Basada en el Best Seller del mismo nombre de la escritora Celeste Ng, Little Fires Everywhere es una curiosa pieza de época que resulta actual gracias a su atinada manera de reflexionar sobre la pertenencia étnica, las discusiones más duras sobre el género, el machismo y la exclusión. Pero sobre todo por el especial énfasis que dedica en mostrar a norteamérica más allá de sus imágenes seguras y corrientes.
Con su tono en ocasiones pesimista, esta reflexión sobre la clase media estadounidense en mitad de una serie de incómodas presiones, resulta convincente por el hecho que no sermonea ni tampoco, intenta pontificar sobre la controversia.
En lugar de eso y de la misma manera que el libro de Ng, la serie traduce las inquietudes y preocupaciones de una generación que heredó la ambición de los años ochenta. Y que debe lidiar con una década que se derrumbó bajo el peso de las promesas culturales y económicas rotas.
Whiterspoon regresa al papel de madre
Producida por la productora Hello Sunshine propiedad de la actriz Reese Whiterspoon (que también protagoniza), el drama tiene el peso de un recorrido por las pequeñas miserias morales de la clase media de un país. En la que los resquemores e incomodidades se heredan de generación en generación.
Whiterspoon tiene la capacidad de encarnar a un personaje que pudiera ser un estereotipo, pero en realidad es un símbolo del ciudadano promedio asediado por las posibles transformación de su estatus quo.
Witherspoon interpreta a Elena Richardson, madre de cuatro hijos y esposa modélica que trabaja por pura vocación en le periódico local. Pero lo que pudiera parecer la máscara de la felicidad perfecta se resquebraja cuando es notorio que esta mujer sonríe a la fuerza. Demostrando que también sufre la frustración secreta de haber sacrificado sus grandes sueños personales a cambio de una vida corriente y en ocasiones aburrida.
El día a día se repite en una sucesión idéntica lo que termina por aplastar el entusiasmo y buen ánimo de Elena. Whiterspoon tiene la suficiente intuición para evitar que su personaje tenga semejanzas notorias con el que interpretó en Little Big Lies (HBO). Y lo logra al dotar a Elena de una mesurada y dolorosa frustración que no manifiesta de forma directa, sino más bien a través de una serie compleja de pequeños gestos que la actriz utiliza con mano cuidadosa y sagaz.
Esta ama de casa y madre abrumada es también una mujer que debe batallar contra su identidad rota y a menudo, sacudida por la inconformidad.
Little Fires Everywhere: las dos Américas
Al otro lado del espectro se encuentra Mia Warren (Kerry Washington), una fotógrafa de arte a quien Elena conoce gracias al negocio familiar de bienes raíces.
Mia tiene una hija adolescente (Lexi Underwood) y el dúo tiene la suficiente vitalidad para crear un contraste evidente con la deslucida vida de Elena.
Mia bulle en planes: va de un lado del país en su coche destartalado y disfruta de una vida bohemia, impensable para Elena. Es entonces, cuando la serie utiliza sus mejores recursos para reflexionar sobre la vida norteamericana a través de la noción perfeccionista, neurótica y agobiada de Elena y la actitud bohemia de Mia, quien de manera involuntaria se transforma en un reflejo de las frustraciones y sufrimientos invisibles del personaje de Whiterspoon.
Hay algo tenso en las relaciones entre ambas y mucho más, cuando Elena le ofrece casi de manera impulsiva un empleo como “administradora doméstica” a Mia, lo que en realidad podría traducirse como una empleada puertas adentro para cocinar y limpiar.
El guion es lo suficientemente intuitivo como para evitar que el racismo latente en el gesto de Elena sea obvio. De hecho Mia se resiste al ofrecimiento de inmediato, pero luego acepta más por una decisión casi impulsiva de brindar cierta estabilidad a su hija, que por una necesidad inmediata de dinero.
La relación de poder entre ambas mujeres cambia de inmediato y el argumento sigue esa transformación con una mirada dura, audaz y por momentos cruel. Elena no es todo lo generosa que imagina ser y Mia, la bohemia orgullosa que en otro momento de su vida, jamás habría aceptado un ofrecimiento semejante.
Entre ambas cosas, la instantánea sobre el recelo, la desconfianza cultural y las historias en paralelo que pesan sobre los personajes, revisan y recorren una convicción poderosa sobre la identidad del estadounidense promedio que resulta de alarmante realismo y una rara profundidad.
La tensión como centro
A partir de allí, la serie apresura su narración, y de pronto parece tocar todos los registros: desde las tensiones, exigencias y dolores de la maternidad, la presión de la identidad cultural asumida hasta el racismo disimulado. Todo se une para crear un discurso de enorme dureza que a través de los ocho episodios de la temporada, que sostienen algo más poderoso que una simple crítica.
Little Fires Everywhere no busca enaltecer, señalar o estigmatizar, sino utilizar su historia para recordar lo inevitable de las diferencias y como las comprendemos en un amplio espectro. Además, tiene el tiempo suficiente para incluso subtramas de suspenso: a medida que Elena comienza a sospechar que la vida bohemia de Mia es mucho más complicada de lo que parece, la serie va de un lado a otro en medio de dobles realidades y un clima cada vez más enrarecido que termina por resultar irrespirable en más de una manera.
Quizás, el mayor mérito de esta historia tramposa y singular sea su capacidad para sorprender. Algo, que en una época en que la oferta televisiva es mucho más amplia que la capacidad del consumo del televidente, es de agradecer.