Durante los últimos años, HBO se ha convertido en el lugar ideal para las mejores adaptaciones literarias en la televisión tradicional y ahora para Mark Ruffalo. Solo durante este año, el canal estrenó la segunda temporada de la elegante adaptación de la novela de Elena Ferrante, My Brilliant Friend, con la producción de Paolo Sorrentino. También, The Plot Against America basada en la durísima ucronía del mismo nombre de Philiph Roth. Ahora, el gigante apuesta por una visión intimista sobre el dolor, el miedo a la diferencia, el amor fraterno y el difícil tema de las enfermedades mentales, en la miniserie I Know This Much Is True, basada en el libro del mismo nombre de Wally Lamb. El programa cuenta con un multiestelar elenco encabezado por Mark Ruffalo, directamente del Universo Cinematográfico de Marvel.

Sin duda es el nuevo intento de HBO por crear un espacio ideal para las versiones de éxitos de literarios.

Al contrario de otros programas —incluso la criticada segunda temporada de Big Little lies— , la serie producida por el mismo Mark Ruffalo junto a Ben Browning, Glen Basner, Gregg Fienberg, Anya Epstein y escrita por Derek Cianfrance carece de la profundidad como para reflejar la dura historia de homónimo en papel.

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Aunque la actuación de Mark Ruffalo por si sola sostiene el guion —su meticulosa mirada a los invisibles vínculos entre dos hermanos gemelos resulta formidable–, el resto de la narración falla al intentar crear tensión o separarse del centro focal de ambos personajes. Con su alegoría al padecimiento emocional, la serie está mucho más interesada en mostrar el dolor y la angustia existencial que supone una condición psiquiátrica y sus consecuencias, que en profundizar en la épica de contexto con el autor logró contar en paralelo, la realidad de los dos rostros de Norteamérica.

I Know This Much Is True entre el libro y la serie

Mientras el libro evade explicaciones fáciles sobre cómo un cuadro mental puede afectar a una familia, para enfocar el interés en explorar la forma en que nuestra cultura analiza la diferencia, la trama televisiva insiste en mirar con cuidado las desgracias de Dominick Birdsey, un pintor de casas de una pequeña ciudad de Connecticut cuya vida se encuentra unida en una serie de hilos confusos y dolorosos, con la de su gemelo Thomas, aquejado de esquizofrenia y cuyo cuadro médico parece empeorar con rapidez.

De hecho, la serie comienza mostrando con una directa agudeza que Dominick es en realidad, el reflejo de Thomas, disminuido y derrotado por el sufrimiento mental del cual no puede escapar. Desde la primera escena en la que Thomas se autolesiona con violencia, Dominick lidia con la angustia de sostener una relación incompleta y por momentos inexplicable con su hermano.

Por supuesto, la dramática vida de Dominick y su hermano es mucho más que la escena que intenta explicar el miedo y la desazón que les une. No se trata solo de la enfermedad de Thomas o sus consecuencias, sino el peso que la circunstancia tiene sobre el resto de la familia. La atmósfera enrarecida de la serie se vincula de inmediato a todo lo que Dominick debe soportar, como el alter ego cuerdo de un hombre a punto de caer en el abismo.

La colección de desgracias personales —que le golpean hasta hacer tambalear su exiguo equilibrio mental— , permite a la serie cuestionar la naturaleza de la realidad, la forma en que comprendemos la lucidez y por supuesto, la locura como una versión escindida de la personalidad. Solo en este caso, Dominick no debe imaginar qué ocurriría de perder el exiguo control que ejerce sobre sus emociones y rabia, sino sólo mirar a su hermano derrotado por un trastorno mental con el que no puede lidiar.

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En I Know This Much Is True la realidad es una condición mutable y lo es en la medida que la locura es la grieta que separa la vida de los hermanos gemelos, la familia que les rodea e incluso, el país como un terreno hostil más allá del mundo doméstico.

En lugar de profundizar — o al menos, hacerlo de manera más elocuente — sobre el hecho de la salud mental como una percepción atípica y casi inexplicable sobre la realidad, la serie decide asumir la mirada preocupada del observador autoindulgente. Mientras Dominick debe batallar con lo cotidiano y sus pesares, Thomas se convierte en un símbolo de la pérdida de la inocencia y la búsqueda de la redención, que no termina de ser efectivo por el mero de ser superficial.

La actuación de Mark Ruffalo quizás evita trivializar o caricaturizar los momentos más duros de Thomas. Pero aun así es inevitable preguntarse si era por completo necesario la exageración que en ocasiones el guion impone en los síntomas mentales del personaje. Tal pareciera que al argumento le cuesta abarcar todos los temas que se vinculan entre sí —desde las insinuaciones de las consecuencias de la Guerra del Golfo tiene sobre Thomas hasta los conflictos individuales de los personajes— , de modo que dedica una buena cantidad de tiempo en reflexionar sobre los símbolos y pequeños desastres emocionales de un ambiente familiar claustrofóbico.

Más allá, el sufrimiento moral de Dominick como guardián de su hermano queda relegado a una especie de subtrama que cuelga en medio de los giros predecibles de la narración. Con su cuidada fotografía y meticulosa versión de la clase media norteamericana, la serie además trata de meditar sobre lo social, en un país plagado de dificultades y en el que Thomas es una especie de excepción.

La delgada línea de la realidad

Quizás los momentos más dulces y profundos de la historia, ocurren cuando el guion abandona el esfuerzo de reflexionar sobre lo social o dar lecciones emocionales, para concentrarse en los intentos de Dominick por liberar a Thomas de su confinamiento en un psiquiátrico. Mark Ruffalo construye una relación creíble y matizada entre ambos personajes y a medida que transcurre la historia, las diferencias entre ambos se sostienen sobre una durísima metáfora sobre el amor filial, sus secretos y vicisitudes.

Con su ambiente deprimente, contemplativo e íntimo, I Know This Much Is True intenta sin lograrlo reflejar las diferencias que unen y separan el cuidadoso y delicado tejido de las familias, con su extensa colección de cicatrices y heridas a medio curar. Pero quizás se trate de su incapacidad para abarcar todos los temas que sugiere o el hecho, que el guion intenta ofrecer un foco de atención directa sobre su estrella, la serie es un quiero y no puedo de una propuesta más compleja y dolorosa. Más melodrama que drama, el programa va desde escenas de espeluznantes realismos a otras en que la noción sobre el sufrimiento se convierte en una sombra elusiva, sin que la transición sea del todo convincente. Tal vez su mayor problema.

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