Durante los último años, las historias que retratan la vida adolescente se han multiplicado hasta crear un género que más que mostrar el difícil tránsito entre la infancia a la primera juventud, lo convierten en una mezcla de lugares comunes, una versión muy adulta sobre los sufrimientos juveniles y en el peor de los casos, una combinación de melodrama edulcorado casi tedioso.
En realidad, el mundo adolescente parece ser una excusa para visibilizar temas mucho más complejos y existencialistas de lo que podría suponer.
Tal vez por eso, Yo nunca (de los creadores de The Mindy Project, Mindy Kaling y Lang Fisher), sea un planteamiento tan fresco como empático, para narrar la dimensión de un mundo sobre el que pocas veces la mirada adulta puede reflexionar de manera apropiada.
Después de todo, hay una sutileza esencial en comprender la soledad, el miedo al rechazo, la frustraciones y terrores mínimos de una etapa de la vida que engloba un cambio total y definitivo.
Dramas los justos
La nueva comedia de Netflix no lo olvida y a pesar que toma las líneas más obvias de la narración sobre secundarias hostiles, chicas populares y los excluidos de siempre, también es un ejercicio brillante de compasión por el sufrimiento discreto y real que todo adolescente padece antes o después.
A diferencia de 13th Reason Why, que sustenta su argumento sobre el dolor y el miedo, Yo nunca toma un camino más complicado al enlazar la historia de una niña india-estadounidense que atraviesa una complicada situación. Una forma de englobar los puntos buenos y malos de la experiencia de los primeros años de secundaria.
La serie no intenta sermonear. No crea personajes que rediman o encarnen los temores que se esconden en los pasillos iluminados de las escuelas, sino que vuelve el foco a ese delicado equilibrio entre la búsqueda de la identidad. Y en esencia, la manera en que todos afrontamos los grandes cambios trascendentales en nuestra vida.
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Por supuesto, lo anterior no quiere decir que Yo nunca no tenga una considerable dosis de melodrama: durante primeros minutos de la serie, el argumento se encarga de mostrar como la vida de Devi Vishwakumar (Maitreyi Ramakrishnan) cambia de forma radical al quedarse huérfana y perder el uso de sus piernas, dos sucesos en paralelo que transforman por completo su vida corriente.
La búsqueda de la individualidad
Pero la serie no se detiene en el miedo y el duelo que pueden provocar dos sucesos trágicos simultáneos, sino que se embarca en una extrañísima búsqueda sobre la individualidad, a medida que Devi intenta sobrevivir al dolor de la ausencia de su padre, y a su nueva condición física.
Para el argumento es mucho más importante esa lenta curación de Devi a nivel mental y físico (que termina por ocurrir de manera casi misteriosa) y el reflejo del recorrido casi invisible de niña a una joven mujer que el personaje atraviesa con enorme gracia y dulzura.
A pesar de su extraña premisa, Yo nunca es también una sincera mirada sobre los traumas, las conexiones emocionales que se crean y sostienen en los momentos más duros y en especial, la forma en que reflexionamos sobre el sufrimiento profundo.
Sorprende que bajo su aparente apariencia de comedia al uso, el argumento de la serie tenga la capacidad para abarcar un universo amplio de todo tipo de temas emocionales e incluso espirituales, para convertir cada capítulo en pequeñas piezas de un pulcro mecanismo argumental que apunta a profundizar sobre la adolescencia, desde sus rasgos más entrañables.
Se trata de una mezcla brillante entre lo hilarante (atención a la narración de la estrella del tenis John McEnroe) con un argumento que tiene la suficiente inteligencia, para avanzar entre el drama emocional y la burla ligera con un sofisticado sentido del absurdo.
Yo nunca con humor, pero bien cuidado
La serie no se conforma con hacer reír: busca y logra que su humor intuitivo sea lo suficientemente conmovedor como para que en conjunto, cada capítulo sea una experiencia emocional.
Al mismo tiempo que el dolor de Devi se transforma en algo más duro y maduro de comprender (y en una puerta abierta hacia un tipo de autoconocimiento gradual), la simple vitalidad adolescente evita que el personaje y quienes le rodean, sean algo más que una colección de lugares comunes.
Devi reflexiona sobre su sexualidad, su recién descubierto deseo sexual, sobre su necesidad de ser reconocida, aceptada y comprendida, a pesar de los duros sucesos que debe sobrellevar.
Pero lo hace sin perder el sentido sardónico del humor que le permite reír por las palabras que no llegó a decir a su padre a la vez, que se hace preguntas en voz alta sobre la posibilidad de perder la virginidad lo más pronto posible. Todo envuelto en una fresca sensación de descubrimiento que quizás es el mayor logro de la serie.
De la misma manera que en la ya icónica Fleabag, Yo nunca tiene espacio para el dolor, la exploración de la conducta femenina y también, generosas dosis de reflexiones delirantes sobre todo tipo de temas distintos.
Devi llora pero también se comporta de manera malcriada, realista y, al final, conmovedora. El personaje no es perfecto y no pretende serlo: en realidad es un símbolo de la oscuridad y las sombras que nos hacen madurar, crecer y encontrar nuestro lugar bajo el sol.
Con su insolente protagonista, su ambiente primaveral y su colección de maravillosas anécdotas, el show tiene la capacidad de mezclar de forma original todo tipo de emociones, en un recorrido frenético que termina por ser inspirador, sin al parecer, tener la intención de serlo.