El poder de la información es quizás uno de los temas favoritos en la televisión actual y Control Z, la nueva serie mexicana en el catálogo de Netflix, explora sus consecuencias para una generación educada para depender de sus herramientas tecnológicas con algunas buenas ideas, la noción sobre el secreto, la privacidad y la intimidad en una época obsesionada con la exposición pública.

No obstante, la serie falla al intentar desmarcarse del melodrama adolescente más cliché y, a pesar de sus ambiciones, termina por recorrer caminos conocidos alrededor de una idea central en la que ya se ha insistido y con mejores resultados en los últimos años: la data, el peso de la noción de la identidad y la violencia todo bajo el cristal reluciente de una secundaria cualquiera.

No obstante de su aire levemente anticuado, Control Z intenta tocar temas actuales y lo logra en cierta medida,¡ al usar el interesante recurso de mostrar la idea de las redes sociales como una cápsula inevitable que envuelve y mediatiza la comunicación actual. Desde las primeras escenas, la serie hace un considerable esfuerzo por mostrar el interminable flujo de imágenes, mensajes de texto y la percepción general de que la tecnología es un puente que une y a la vez aísla al grupo de adolescentes que la cámara sigue con atención.

Un melodrama de manual

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Pero a pesar de sus intenciones, Control Z no logra liberarse del todo de su estética de melodrama prefabricado —una especie de versión menos lograda de Riverdale, On my Block y Never Have I Ever—. Es evidente que depende en mayor o menor medida de los estereotipos para sostener su argumento. Como si se tratara de un híbrido entre un estilo narrativo contemporáneo y otro mucho menos dinámico, Control Z pondera con un ritmo desigual y por momentos torpe sobre el subtexto político y cultural con el que intenta sostener su argumento. Que se vuelve más complicado a medida que los episodios avanzan, aunque no precisamente más profundo.

¿Parece un contrasentido? No lo es tanto si partimos del hecho que para Control Z es de considerable importancia mostrar el clima crispado, incómodo y artificial de una secundaria televisiva. El guion presenta a los personajes casi en una mirada canon sobre lo que podemos esperar en las aulas de clases pobladas de problemas.

Desde Sofía (Ana Valeria Becerril), la chica extraña con un pasado doloroso y que por supuesto no encaja en ninguna tribu social, hasta Gerry (Patricio Gallardo), el conocido bravucón que maltrata y acosa al callado y tímido Luis (Luis Curiel). La cuadrícula de personajes de Control Z tiene algo de impostado y mucho de rudimentario. En especial, cuando la actualidad del guion necesita profundizar en el extrarradio de las relaciones personales. Mientras, la animación digital que muestra las interminables interacciones sociales entre los alumnos flota como un añadido intrigante, también somos testigos de la habitual discusión entre casilleros, la llegada del guapo de turno (Michael Ronda) y las ya socorridas discusiones sobre el estatus y la popularidad. Todo en una ambigua versión de la realidad que resulta chocante por su aspecto casi prefabricado.

Tan cerca y tal lejos de Élite

Pero Control Z, hace el intento por rebasar sus limitaciones y en algunas oportunidades lo logra, al abandonar los forzados límites del melodrama adolescente para lograr algo más audaz y sobre todo, intuitivo. Si en Élite (con la que podría comparar en cierta forma por la mirada sobre el mundo juvenil desde una perspectiva novedosa), el argumento narra con eficacia y agilidad las intrigas y dolores de personajes humanizados por la furia y el miedo, en Control Z son los secretos el nudo narrativo más importante.

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Es la necesidad de protegerlos — esconderlos, revelarlos, mostrarlos, descubrirlos — lo que brinda a la narración una agilidad bien lograda que se mezcla con facilidad entre escenas de pelea, pequeños guiños a la desigualdad, el racismo y la discriminación y al final, la dureza de una sociedad creada para encontrar en lo virtual un refugio muy poco seguro.

La tecnología entra a escena

Uno de los aspectos más interesantes del argumento es la forma en que construye la percepción sobre el valor de los datos y la información en general a través de un recurso sencillo: el personaje de Sofía es mucho más que una inteligente paria en busca de consuelo.

En realidad, tiene matices mucho más ambiguos de lo que podría suponerse de inmediato y el guion no pierde oportunidades para demostrarlo: para Sofia, el mundo que le rodea es un un hilo conductor de información, a través del cual su mente avanza a territorios desconocidos de la deducción lógica. Con prodigiosa velocidad es capaz de unir pistas e insinuaciones hasta lograr algo más elaborado, lo que también es la forma en que Control Z se hace preguntas inteligentes e incómodas acerca de la dependencia que provoca la tecnología y sus oscuras consecuencias.

Y por supuesto, el hacker de la serie

Poco a poco, el show ensambla la idea de un misterioso y manipulador hacker capaz de vender los secretos más incómodos del grupo de alumnos —con cierto parecido a la icónica Gossip Girl, pero mucho más perverso—, hasta lograr conectar la noción de la privacidad con una idea más profunda y amarga sobre el individuo.

A medida que avanza la trama, lo que parecía un juego malintencionado toma un cariz sombrío y violento, que brinda a la serie sus mejores momentos. Control Z funciona mucho mejor cuando deja a un lado la necesidad de complacer a una audiencia específica y se concentra en sus personajes como víctimas propiciatorias de algo mucho más macabro que se toma su tiempo en revelar.

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Sin duda, la serie hace un buen trabajo al mostrar la forma en que la agresión, el abuso y el acoso pueden encontrar un terreno fértil en la virtualidad, a la vez que lograr brindar verdadera sustancia a sus personajes principales. La capacidad de Sofia para la observación y la forma en que analiza el entorno es sin duda un ingenioso truco de atención para guiar al espectador por los caminos correctos o, mejor dicho, a través de los que el argumento necesita sean analizados más allá de lo tópico.

Cuando eso sucede, Control Z asume el caos de su guion con una honestidad sencilla, práctica e inteligente que le permite remontar la cuesta del tradicional drama adolescente. Quizás un logro interesante que brinda al programa un discreto brillo.

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