En esta irregular temporada, Westworld ha tenido verdaderas dificultades para narrar el mundo más allá del parque imaginado y creado por el fallecido Robert Ford. A medio camino entre una versión del futuro depurada y formidable y los secretos que guarda su reverso oscuro, la serie avanza con paso firme hacia una percepción brumosa sobre la identidad, el poder y la violencia ambigua y por momentos, inclasificable.
Hay algo sin duda doloroso en la manera en que la serie escenifica la tragedia en puertas: en la realidad logarítmica depurada de todo error de la historia, la vida y sufrimientos de los personajes se entrecruza en segundas y terceras interpretaciones, que, al parecer, carecen de una real capacidad para sustentarte por si solas. De modo que el guion apela a dimensiones alternativas para apuntalar a sus personajes y, sobre todo, guiar al espectador a través de su compleja trama.
Los inesperados huevos de pascua del episodio 3×06 de ‘Westworld’
En el antepenúltimo capítulo, los secretos se revelan, pero no de la manera en que podría resultar más satisfactoria: en realidad, hay una visión incompleta y a medio recorrer sobre la —en apariencia— lucha de Dolores contra sus múltiples personalidades, convertidas en algo mucho más elaborado que simples copias de la identidad central.
En una insólita guerra civil entre trozos escindidos de la conciencia principal, las diferentes facetas del personaje luchan entre sí en una batalla silenciosa y temible por el control. La Dolores que habita detrás del rostro de Charlotte Hale renace del fuego de la venganza, con un propósito lineal y según sus palabras “depurado” sobre su mero impulso vital. Por otro lado, Sato muere a manos de Clementine, renacida en virtud del ejercito de aliados que Maeve necesita para luchar contra el poder implacable de su némesis. Pero ni una ni otra tienen las fuerzas, capacidades o habilidades suficientes para vencer. De modo que la lucha se eterniza, se convierte en un escenario mutable y variable. En una concepción cada vez más elocuente del viejo adagio de una fuerza imparable a punto de chocar contra un objetivo inamovible.
Caleb, el frágil hilo de la cordura
Y finalmente, el frágil y torpe aliado de Dolores, cobra importancia. Aunque su relevancia es más bien, una cuidada excusa argumental para explorar y profundizar en los horrores del mundo creado a la medida por Serac. De pronto, la cordura del único personaje que se aferra con dolorosa angustia a su pasado humano, encuentra un recorrido retorcido hacia el origen de los traumas espectrales que le atormentan. Y es entonces cuando Westworld recupera intacta su capacidad para el engaño: la doble percepción de Caleb sobre su vida y sus recuerdos desaparece bajo el peso del cálculo pulcro que le llevó a convertirse en un esclavo de las predicciones de una realidad en que las anomalías se combaten bajo el recurso inquietante de la sumisión. Un tipo de violencia estratificada imposible de definir de inmediato. En el futuro distópico en cada individuo nace con su historia entre manos, las anomalías se combaten con la muerte, como si la estructura misma de la realidad conspirara para consumir, erosionar y al final, desaparecer a quienes no logran encajar de inmediato en las líneas específicas de comportamiento.
De Solomon Serac a Caleb, el experimento de erradicar a los seres humanos incapaces de aceptar la plenitud de una vida construida bajo una estructura inevitable termina por convertir a los ciudadanos del futuro en los anfitriones de una dimensión inexistente de la belleza, el orden y la prosperidad. De la misma manera que en la trilogía Matrix de las Hermanas Wachowski, el libre albedrío es una ilusión y además, sometido a los designios de Roboam. El poder de controlar el destino es una mera percepción y para cuando Caleb finalmente enfrenta la concepción de todos los horrores, comprende los confines de sus escasas posibilidades de escapar de la vida que ha sido planeada para él minuto a minuto, en un sistema antinatural y preciso que ignora toda posibilidad de evadirle. Frente a la versión más antigua y llena de errores de la gran inteligencia central de Roboam, el personaje asume su condición de renegado y también, de única pieza aleatoria en una construcción cruel que domina cada parte del futuro.
Al final, Westworld deja claro que su final de temporada no está destinado a dar respuestas, sino quizás, apuntalar la importancia de las grandes preguntas que no serán respondidas. Maeve de nuevo falla en su intento por vencer a Dolores — o a menos, a una de ellas — mientras que William encuentra el propósito le mantendrá con vida: salvar al mundo que ayudó a llevar a un abismo muy cercano a la destrucción.