Antes de la llegada de la COVID-19, el mundo ya había sufrido el azote de dos epidemias por coronavirus, el SARS-CoV-1, en 2003, y el MERS-CoV, en 2012. Algunos de los ensayos que se iniciaron en su momento para el desarrollo de vacunas y tratamientos quedaron paralizados, después de que ambas enfermedades pudieran controlarse con éxito. Sin embargo, otros siguieron su curso, o incluso se iniciaron después del fin del brote.
Es el caso de un equipo de científicos de la Universidad de Texas, los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos y la Universidad de Gante, quienes en 2016 comenzaron a investigar un tratamiento basado en anticuerpos de llama. Ante una infección, tanto estos como otros camélidos producen dos tipos de anticuerpos, uno muy similar a los humanos y otro mucho más reducido, con una cuarta parte de su tamaño. Este último, conocido como nanocuerpo, puede ser administrado fácilmente a través de inhaladores gracias a su tamaño, por lo que puede ser de gran utilidad en el tratamiento de virus respiratorios, al dirigirse directamente al foco de la infección.
Reproducen la ‘llave’ que desencadena la lucha contra el coronavirus
Por eso, decidieron comprobar si alguno de los anticuerpos de esta especie podría servir para el tratamiento del SARS y el MERS. Encontraron que, efectivamente, uno de ellos se unía fuertemente a la proteína espiga, que actúa como llave en ambos coronavirus para que estos puedan penetrar en las células a las que infectan. Empezó así un estudio que, 4 años después, ha debido modificarse para ajustarlo a las necesidades de la actual pandemia. Ahora, gracias al camino que ya tenían recorrido, han podido dar los primeros pasos para comenzar un ensayo en primates no humanos, de cara a la obtención de un futuro fármaco para la COVID-19. Al contrario de lo ocurrido con otros muchos estudios sobre el SARS-CoV-2, este ya estaba suficientemente avanzado como para haber podido ser revisado por pares y estar preparado para su publicación en Cell, el próximo 5 de mayo. Mientras tanto, ya se puede leer una prueba previa del mismo, en la que se incluye toda la información que estará disponible la semana que viene.
Conociendo a Winter
Winter es una llama de 4 años, que vive junto a otros 130 ejemplares en una granja situada en Bélgica.
En 2016, cuando solo tenía 9 meses, estos investigadores decidieron administrarle varias inyecciones de proteínas espiga de coronavirus, durante un periodo de seis semanas.
Transcurrido ese tiempo, analizaron los anticuerpos generados por su sistema inmunitario y descubrieron que uno de ellos, el VHH-72, tenía la capacidad de unirse a la “llave” viral, evitando así la infección de células en cultivo por parte del SARS-CoV-1. Esto significa que era eficaz contra células cultivadas en el laboratorio. El siguiente paso habría sido pasar a los experimentos con animales. Sin embargo, como explican los autores del estudio en declaraciones a Medical Express, en ese momento no había una gran necesidad de obtener vacunas o tratamientos frente a este coronavirus, que llevaba años bajo control. Se trataba más bien de un procedimiento de investigación básica.
Lo que no sabían es que aquello sería de gran utilidad unos años después, cuando un nuevo coronavirus, muy similar al SARS-CoV-1, dejara varios millones de infectados en el mundo en apenas unos meses.
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Ante esta nueva situación, procedieron a comprobar si aquellos anticuerpos aislados en 2016 resultaban eficaces otra vez. Por desgracia, si bien también se generaba la unión entre VHH-72 y la proteína espiga, lo hacía mucho más débilmente que con el primer SARS. Pero no estaba todo perdido. Decidieron combinar dos copias del anticuerpo y repetir de nuevo el procedimiento, que esta vez sí generó una unión mucho más fuerte.
Ahora las cosas han cambiado. Sí que existe una necesidad, además bastante urgente, por lo que ya están preparando todo para realizar ensayos en primates no humanos. Todavía serán necesarios muchos meses para llegar a un fármaco eficaz en humanos, si todo va bien. De obtenerlo, lo presentan como una opción muy útil para proteger a grupos de riesgo, como ancianos o trabajadores sanitarios. Podría servir como vacuna, pero también aportaría a alguien que ya ha sido contagiado los defensas necesarias para combatir al virus en las primeras fases de infección. Desde luego, el estudio se presenta muy prometedor. ¿Quién iba a decir que una llama podría ayudar tanto en la investigación de fármacos contra el coronavirus?
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